JUSTICIA
La jueza decidió el archivo y queda irresuelta la pata uruguaya de una trama con epicentro en Rumania.
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Apocos uruguayos les sonará el nombre Gregorian Bivolaru. La mayoría ni siquiera sería capaz de pronunciar este apellido de origen rumano. Pero detrás de este hombre de cara afable, lentes de aviador y pelo honguito -mezcla de playmobil y Carlitos Balá- yace una de las redes de trata de personas que más inquieta a Interpol. Una trama que tiene su epicentro en una playa del Mar Negro, tiene el yoga como fachada y a miles de jóvenes como víctimas, incluyendo uruguayas.
La playa de Costinesti, en Rumania, es como cualquier otra. El agua es menos turquesa que en el Caribe, como sucede en las costas del Mar Negro. La arena se llena de basura, como todo rincón superpoblado de adolescentes en verano. Y los salvavidas no dejan nadar más allá de las boyas, como toda marea revoltosa. Pero en agosto, cuando el colectivo MISA (Movimiento para la Integración del Absoluto Sublime, liderado por Bivolaru) organiza sus u201cretiros espiritualesu201d, esa playa se distingue de casi todas: entre mantras, saludos al Sol y la repetición del u201cinhalo-exhalou201d, miles de mujeres se desnudan, participan de orgías -o mejor dicho son convencidas de que esa es la manera de u201csacar a su diosa interioru201d- y son filmadas. Luego esas películas son vendidas en el mercado asiático de la pornografía.
Bivolaru -de 67 años, quien hoy está prófugo y de quien pende una alerta roja internacional- había sido expulsado hace más de una década de la Alianza Europea de Yoga. El presidente de esta Alianza, Phillippe Barbier, justificó en aquel momento: u201cUsted es tan solo un vulgar hombre de negocios de la industria pornográfica que utiliza los nombres de Tantra Yoga y de nuestra Federación Internacional de Yoga como una tapadera respetable para sus actividades controvertidasu201d.
Pero ni la expulsión del rumano, ni su orden de captura, ni las decenas de denuncias frenaron esas orgías en Costinesti. Tampoco a la red de trata que, según estimación de la Interpol, u201cse extiende a más de 40 paísesu201d.
La Fiscalía uruguaya venía estudiando el caso de cuatro víctimas -dos hombres y dos mujeres- que viajaron o estaban por viajar a esa playa. Los cuatro habían sido objeto de la persuasión coercitiva -u201clavado de cerebrou201d, como se dice en criollo- en una academia de yoga cuya sede central está en la peatonal Sarandí.
Habían ido a meditar durante meses, habían ascendido en la escala u201cde confianzau201d de la organización, habían mandado sus fotos en ropa interior (para que el u201clíder espiritualu201d diera el visto bueno) y se habían hecho exámenes para descartar enfermedades de transmisión sexual (HIV y sífilis, entre otras).
¿Raro? Lo mismo pensó la fiscal Alba Corral, especializada en delitos sexuales, quien lideró la investigación local. Gracias a su pesquisa, la Justicia formalizó a otro ciudadano rumano que residía en Uruguay y que lideraba la academia de yoga en la peatonal Sarandí. Fue justo hace un año, el 10 de agosto de 2018. Aquel día también había sido formalizada una joven, la que luego fue sobreseída porque era una de sus víctimas.
Corral le pidió a la Justicia que le diera un año para continuar su investigación. Así fue. En ese ínterin recopiló pruebas, solicitó información a Finlandia -país que había ordenado la captura internacional de Bivolaru- y ordenó la pericia psicológica de las víctimas. Pero pasó el tiempo legal y la fiscal necesitaba una extensión del plazo, algo que prevé el artículo 265 del nuevo Código del Proceso Penal.
Sin embargo, la jueza Beatriz Larrieu no hizo lugar al pedido de la fiscal y archivó la causa.
Génesis.
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En el principio todo era una clase de yoga. No se usaba la palabra religión. Apenas había referencias al karma, que no es otra cosa que un concepto religioso de la vida eterna, y a la gracia divina. Pero nada de ello daba para pensar que se trataba de una secta. Mucho menos si la academia que impartía esas clases tenía un convenio desde 2012 con la Universidad de la República (UdelaR) y el Instituto Nacional de Juventud. El salón de actos de la Facultad de Psicología de la UdelaR había sido el escenario de una de esas clases que, según la organización era ciencia pura, pero que a juicio de Miguel Pastorino, especialista en sectas, u201cera catequesis esotéricau201d. Así lo había dicho en VTV.
Más de 1.500 alumnos de la UdelaR llegaron a asistir a esa u201cyoga gratuitau201d. Entre los participantes había muchos jóvenes idealistas, de alto nivel intelectual y que, como ocurre con los convencidos, pensaban que u201cjamás serían captadosu201d.
El psicólogo Álvaro Farías, un estudioso de las sectas, había identificado estas características en el u201cProyecto Yoga y Meditación en UdelaRu201d. Siguió investigando al respecto y, en agosto de 2015, hizo pública la denuncia. Hubo revuelo mediático, hubo ruptura del convenio de UdelaR y juicios.
Cuatro meses después, Farías difundió un artículo titulado u201cLa secta del Porno Yoga en Uruguayu201d. El u201cporno yogau201d es el nombre que adquirió vulgarmente el tantra yoga liderado por el rumano Bivolaru y que usaba el tantra -una de las tradiciones esotéricas más antiguas en Oriente- como fachada de la industria pornográfica.
Quien guiaba las clases de yoga en UdelaR y que tenía su sede de la academia en la peatonal Sarandí, era el rumano O.F. Según contó Farías en su artículo de 2015, el rumano F. u201creconoció públicamente haberse formado en la Escuela de Yoga MISA y haber recibido directamente las enseñanzas de Bivolaru, sobre quien hay acusaciones de abuso sexual de menores, trata de personas y tráfico ilegal de pornografíau201d.
Farías recordó entonces que había conexiones entre MISA y la industria porno. u201cMuchas de las películas eran filmadas en el contexto de los campamentos anuales que la secta organiza en Costinesti. Campamentos a los cuales las mujeres deben enviar primero una foto en traje de baño o ropa interior (supuestamente para que Bivolaru les viera u2018el aurau2019) y además concurrir con exámenes de VIH y sífilis actuales. En ese contexto de los campamentos las mujeres eran filmadas mientras realizaban la llamada u2018prueba secretau2019, esta consistía en masturbarse hasta alcanzar el «orgasmo urinario»u201d.
Las acusaciones de Farías y las repercusiones mediáticas mermaron a la par que aumentaba la inocencia de las víctimas uruguayas.
Un día la Policía recibió la denuncia de la madre de la novia del rumano residente en Uruguay. Estaba preocupada porque su hija actuaba raro, porque había sacado un pasaporte de urgencia para viajar a Rumania y porque, a su retorno, apenas le contaba sobre las aventuras de u201ctan soñado viajeu201d.
Luego hubo otras acusaciones. La Policía de Crimen Organizado obtuvo el testimonio de una de las cuatro víctimas que terminó investigando la Fiscalía. Era una joven que fue captada cuando tenía solo 19 años. Padecía dolores de espalda y la médica tratante le recomendó que hiciera yoga. En la cartelera del INJU vio que había u201cclases gratuitasu201d y, sin saberlo, cayó en la red del rumano.
¿Cómo ocurrió? Como sucede en las sectas: le u201cdaban más amor que su familia, la hacían sentir importante, la iban ascendiendo de grado, la invitaban a retiros exclusivosu2026u201d. Antes de que pudiera darse cuenta, la chica había abandonado los estudios universitarios y ya tenía el pasaje comprado para irse a la playa de Costinesti.
Esta trama, sin embargo, no tiene final. O, si lo tiene, es como esas películas inciertas. Porque la jueza encajonó el caso.
Interpol mantiene encendidas 7.048 alertas rojas. Una de ellas es contra el rumano Gregorian Bivolaru: para unos, el gurú del porno yoga; para otros uno de los fugitivos más buscados en Europa. Este hombre de 67 años, que hoy está prófugo y que según la Justicia de Finlandia es el líder de una de las sectas más potentes, había empezado a practicar yoga en su juventud. Por ese motivo -el de instructor de yoga- fue preso dos veces y hospitalizado en un centro para enfermedades psiquiátricas.
Pero con el tiempo, y acorde esta disciplina empezaba a ser respetada, se convirtió en el líder del Movimiento para la Integración en el Espiritual Absoluto (MISA) y un referente del tantra. Incluso llegó a ser miembro honorario del Consejo Europeo del Yoga. Hasta que lo echaron.
Es que en 2004 lo habían acusado de abuso sexual a una menor de edad. Luego de tráfico de personas y venta pornográfica. Pero pudo escapar y refugiarse en Suecia, donde obtuvo el asilo justificándose que era un perseguido por la masonería francesa. Cuando parecía que ya había caducado su causa, la Justicia rumana lo condenó en 2013 a seis años de prisión.
Francia también le impuso una condena, en 2016, que el hombre cumplió por un año y unos meses. Fue puesto en libertad y cuando se lo iba a acusar otra vez, se fugó. Mientras tanto, miles de jóvenes siguieron participando de sus campamentos, sus orgías, y sus u201crevisiones del aurau201d. Se busca.