Historia de uruguayo condenado a 32 años de prisión en EE.UU por vínculo con menor de 14 años

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Rodrigo González Mattiauda fue alojado en varios penales de alta seguridad.
Rodrigo González Mattiauda fue alojado en penales de alta seguridad en Estados Unidos.
Foto: El País.

FUE TRASLADADO A URUGUAY

En 2007, el uruguayo Rodrigo González Mattiauda, entonces de 18 años, fue condenado a 32 años de prisión en Estados Unidos por mantener un vínculo afectivo y sexual con un menor de 14 años.

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Rodrigo González Mattiauda (32) y sus padres creyeron en el sueño americano. En 1996 salieron de Paysandú y emigraron hacia Estados Unidos. Lo que parecía una vida con trabajos de buena paga y autos costosos, en poco tiempo terminó en una pesadilla.

Con 18 años, Rodrigo ya había tenido novias y novios. Mientras trabajaba en una fábrica, mantuvo una relación con un joven de entonces 14 años.

Investigadores policiales lo fueron a buscar a su trabajo para preguntarle sobre ese vínculo. En el interrogatorio él contó la verdad. Creía que no debía esconder nada. Los policías le pidieron que escribiera una carta dirigida al adolescente y con ingenuidad, aceptó. Tiempo después, esa carta fue utilizada como una evidencia en la Corte que confirmaba la relación entre González Mattiauda y el adolescente. Ante una jueza, Rodrigo también dijo la verdad.

Como reconoció que mantuvo 10 relaciones sexuales con el menor, lo condenaron a 32 años de prisión. Le imputaron tres años por cada una.

En Estados Unidos el delito se denomina mantener actos lascivos con un menor de edad. No importa que la relación entre las dos personas fuera consentida.

Vida rápida.

En 2007, las instituciones del Estado de California tenían una mirada conservadora sobre las relaciones homosexuales, según Rodrigo. Ese tema generaba un gran debate en la sociedad californiana de esos años.

Rodrigo tenía empleos bien pagos. Trabajaba con su padre y hermanos construyendo casas prefabricadas o se empleaba en restaurantes o en fábricas. Ya había tenido cuatro autos, alguno de alta gama.

En ocasiones, solo o con sus familiares realizaba hasta 400 kilómetros para ir a trabajar.

“La nuestra era una familia de laburo. Mi padre siempre decía que teníamos que salir de Uruguay porque no había mucho trabajo”, relata a El País.

A los 18 años, Rodrigo se graduó. Terminó el liceo e hizo cursos universitarios. Tenía un futuro promisorio por delante y varias opciones: estudiar ingeniería o ingresar en una especialidad del Ejército de Estados Unidos.

Luego de ser procesado, pasó por muchas cárceles de máxima seguridad. Recaló, por ejemplo, en una prisión del Estado de California, una megacárcel que alojaba a 6.000 personas similares a las que se observan en las películas de Hollywood.

Pandilleros caucásicos, los “arios” (blancos), negros o “Maras” salvadoreñas caminan por los patios entre otros grupos raciales como sistema de defensa.

“Esos primeros días en la prisión fueron horribles para mí. No me pusieron con personas como yo, sino con individuos que tenían penas perpetuas o con más de 20 años de cárcel para arriba”, recuerda el uruguayo.

Sobrevivir.

Los videos en Youtube sobre la prisión de California son estremecedores. Miles de personas divididas en pequeños grupos juegan al básquetbol o hacen ejercicios en estructuras de hierro en un espacio de unas dos o tres hectáreas cercadas por altos murallones. De repente, los grupos comienzan a luchar entre sí.

Desde torretas, los guardias tiran gases lacrimógenos mientras que otros ingresan al gigantesco patio para neutralizar la pelea. A los pocos minutos, hay presos apuñalados muertos o heridos en charcos de sangre. Otros se tiran al suelo esperando que los esposen. Los guardias retiran cortes carcelarios caseros del tamaño de sables.

Eso, dice Rodrigo, es exactamente lo que vivió allá.

El joven tuvo que pelear por su vida. Se vinculó a un cartel mexicano y el jefe le pidió una prueba de fidelidad: debía apuñar a un rival. No tuvo opción. En la cárcel no había ningún uruguayo, nadie con quien relacionarse, así que cumplió con la “misión”. Al rato recibió una dura paliza por parte de guardias carcelarios que le afectó una vértebra. Luego fue alojado en una celda de aislamiento durante un año y medio.

Cuando salió, el cartel le brindó seguridad que le permitía salir al patio, tener acceso a una fuente de agua y bañarse con personas de su propia raza.

Su madre logró en 2014 una entrevista con el entonces presidente de la República, José Mujica, quien hizo valer un tratado bilateral con Estados Unidos que habilitó la repatriación de Rodrigo.

“Nunca me voy a olvidar de esos primeros días en la prisión. Sentí como que mi vida desaparecía”, expresa.

El regreso.

En 2016 lo fueron a buscar a Estados Unidos dos policías de Crimen Organizado e Interpol, el comisario Fabián Fagundez y el subcomisario Robert Pérez. Viajó como un pasajero más. Estuvo preso en Campanero y en Punta de Rieles.

Hoy, cuando se cumplen 13 años exactos de su encarcelamiento, Rodrigo aguarda que la Justicia lo libere porque el delito por el cual fue condenado en Estados Unidos no está penado en Uruguay.

La desesperación de una madre

Cuando Rodrigo González Mattiauda estaba preso en una cárcel de Estados Unidos, su madre por momentos no sabía nada de él en Uruguay. Siempre temía que le llegara la peor noticia: “Rodrigo fue asesinado”.

En 2014 gobernaba el Frente Amplio. “Cada vez que (José) Mujica daba un acto, mi madre se acercaba y le daba papelitos en la mano que contaban mi situación. En otra oportunidad le entregó una carta. Mujica le dio una entrevista y mi madre le contó toda mi pesadilla”, afirma Rodrigo.

Hoy, junto con su abogado Darwin Graña, González lucha por su libertad. “Una jueza me dijo que no sabía qué hacer conmigo. Nunca tuve un caso así. Creo que se olvidaron de mí un poquito”, dice. Su peripecia se transformó en un libro que se publicará pronto.

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