RENZO ROSSELLO
"Me desespera eso de no saber por qué lo hicieron, no me entra en la cabeza", dice Carlos Alberto Díaz (47), el esposo de Miriam Mazzeo Soto, un mes y 11 días después de la explosión del Buceo. La investigación avanza despacio, ni siquiera hay móvil.
Desde entonces Díaz no ha regresado a sus dos trabajos. Tanto en la Facultad de Veterinaria como en el taller de rectificado de motores se le concedió una licencia extraordinaria. "Los compañeros me dijeron: dedicate a hacer lo tuyo, atendé a Andrés y cuando te sientas mejor vení", cuenta Díaz. Y, en rigor, es lo que hace en este momento: dedicarse a su hijo, al que acompaña a las clases del liceo, a las prácticas de fútbol, a las clases de inglés.
Carlos Díaz es un hombre sencillo. Pero el problema con el que tiene que lidiar es terriblemente complejo. ¿Cómo explicarse lo que ocurrió? ¿Por qué su esposa fue elegida como víctima de un atentado en un país donde los hechos de esta naturaleza no ocurren desde hace décadas? Ni él ni nadie del entorno de la familia consiguen aventurar una explicación mínimamente lógica. Tampoco los compañeros de trabajo de Miriam.
En tanto, la División Homicidios continúa trabajando en el caso. A las líneas de investigación ya abiertas se agregaron otras. Por ejemplo, los investigadores comenzaron a observar con atención el caso del economista Saúl Feldman que, además de armamento, almacenaba unos 200 kilos de pólvora. Y además entre los efectos incautados en la finca de Aires Puros apareció un trozo de papel manuscrito que hacía referencia a una garrafa de tres kilos, recipiente que se utilizó para armar la bomba acondicionada en una caja de cartón. "Taladro + mechas. Prensas varias. Taladro mano. Pendorcho xa usar con garrafa 3 kg. Sola (ilegible)", está escrito en el papel.
De todos modos, según señalaron fuentes de la investigación, nada parece relacionar un caso y otro más allá de la llamativa existencia de gran cantidad de material explosivo en un caso y su utilización en otro.
"Hay una puntita que se está investigando, lo más parecido a una motivación, aunque no muy fundada", señaló una de las fuentes consultadas.
Durante esta semana la jueza penal Graciela Eustacchio comenzará a citar a gran cantidad de personas, en su mayoría testigos que de un modo u otro se espera aporten su parte del puzzle. El propio Carlos Díaz deberá concurrir a la sede judicial, aunque aún no lo han notificado. También deberá declarar la media hermana de Miriam Mazzeo Soto, así como sus compañeros de trabajo en el Instituto Superior de Educación Física. Pero de momento nadie declarará siquiera en calidad de indagado.
La otra víctima del atentado, entre tanto, el adolescente Facundo Quiroga continúa recuperándose en el Centro Nacional de Quemados (Cenaque), donde es periódicamente sometido a intervenciones de injertos de piel. Su evolución es favorable, aunque aún no puede recibir visitas.
Ni Carlos ni los vecinos y allegados a la familia se conforman. Hace pocos días, al cumplirse un mes del atentado mortal, hicieron una marcha hasta la Jefatura de Policía. La idea era que el caso no quedara en el olvido.
Lejos de ello, los investigadores policiales continúan con su trabajo paciente y callado. La mayor dificultad, de momento, es dar con el hombre que con la cabeza cubierta por un casco de motociclista despachó el paquete bomba en el sector encomiendas de Tres Cruces. Su imagen grabada en las cámaras de seguridad ha sido cuidadosamente analizada por los investigadores de Homicidios. No tienen muchas esperanzas de dar con el casco que utilizó en ese momento, o siquiera con las ropas que vestía. Pero su conformación física también puede ser una clave para una futura identificación.
"MADRE SENSACIONAL". La casa de la calle Plutarco 3869 está tal cual quedó aquel mediodía del 3 de octubre. Carlos Díaz sólo pudo entrar dos días después del atentado. La vivienda está en peligro de derrumbe y, apenas concluya el trámite de sucesión, Díaz venderá la propiedad.
Cuando debe hablar de su esposa, la voz se le enreda y los ojos se le ponen húmedos. "Una madre sensacional, una esposa de novela y una mujer, que ya le digo, era como uno, del trabajo para la casa y siempre pensando en nosotros tres, siempre tratando de ver qué mejorías podíamos hacer para la casa, nunca un problema, nunca nada, no discutíamos nunca, hablábamos como todo el mundo pero no llegábamos a discusiones. Era una persona sensacional, me cuesta mucho vivir sin ella", rememora Carlos.
Mientras espera a que su hijo salga de clases, Díaz se muestra dispuesto a hablar de lo que pasó. Hacerlo le costó mucho tiempo, no sólo perdió a la compañera de su vida. Perdió la vida que llevaba hasta esa mañana soleada de principios de octubre. Ni él ni su hijo quieren volver a la casa de la calle Plutarco. Al principio la Policía les recomendó que se mantuvieran alejados. Pero ahora ni él ni su hijo quieren regresar.
Mientras Carlos Díaz trata de recomponer su vida en casa de familiares, cada noche vuelven a revivir las imágenes terribles. "Quiero dormir y no puedo, me pongo a pensar, no le encuentro explicación", dice.
Y cada mañana vuelve a despertar con las mismas preguntas sin respuesta. ¿Por qué a su esposa? ¿Quién querría hacerle daño? ¿Quién querría hacérselo de esa manera, además?
Pero Díaz confía en que la Policía averiguará por fin lo que pasó. Hace unos días el propio director de Investigaciones de la Jefatura, Ricardo Ponti, lo recibió juntó al equipo de investigadores de la División Homicidios. "Me dijeron que están trabajando, que no descartan nada, pero más de ahí no me dicen", cuenta.
SEÑALES. El viudo de Miriam Mazzeo asegura que nunca hubo amenazas, nunca notó nada extraño en los días o semanas previas al atentado.
Sólo recuerda un detalle que, en su momento, ni siquiera comentó a la Policía porque le restó importancia.
"Justamente en la madrugada de ese día me habían roto el pestillo de la puerta de reja (de calle). Ella (su esposa) me mandó un mensaje, `¿te acordás que ladró el perro?`, y yo le digo `sí`, y me dice `se llevaron el pestillo del lado de la calle`. Habíamos escuchado al perro, me levanté y no vi a nadie", recuerda ahora.
Aún ahora Díaz no cree que ese pequeño incidente haya tenido nada que ver con lo que pasó después. Sigue atribuyéndolo a los "rateros" que suelen hacer de las suyas en el barrio.
Fuera de ello, ni Díaz ni su mujer o su hijo advirtieron nada extraño en lo previo al atentado. Ni merodeadores, ni personas extrañas en la empinada callecita del Buceo.
Tampoco parecen haber indicios del entorno de Miriam. Jamás hablaron de herencias. "Ella estaba muy feliz porque había conseguido el apellido del padre, estaba loca de la vida", cuenta Díaz. En cambio, dice, nunca habló de los bienes de Luis Mazzeo. "No sabía lo que tenía o dejaba de tener el padre, ella lo que quería era el apellido del padre y nada más", asegura.
Con la media hermana de Miriam casi no ha tenido contacto. La conoció en el funeral y apenas cruzaron palabras.
Tampoco le parece plausible un móvil vinculado a cuestiones sindicales o políticas. "No tenía actividad gremial, ni tenía tiempo tampoco", señala y agrega que otro tanto vale para él mismo.
La esquela que dejaron con el paquete bomba, le parece un mero ardid para desviar sospechas. "La familia del Clínicas no olvida", rezaba el mensaje.
Miriam Mazzeo trabajó en el Hospital de Clínicas, como funcionaria administrativa, hasta 1993 y luego pasó a las oficinas centrales de la Universidad hasta su traslado al ISEF. En ninguno de esos destinos tuvo militancia política o gremial. Ni tampoco diferendos con otros compañeros que hubieran generado rencores.
Lo más parecido a esa situación fueron diferencias que Miriam mantuvo en los últimos meses con otra funcionaria en el ISEF. Pero esos problemas tampoco motivaron comentarios de preocupación con su marido. "De repente tenía problemas, como tiene todo el mundo en el trabajo", dice Díaz. Pero el mar de dudas en que está envuelto todo el caso le hace agregar enseguida: "No sé, que haya sido algo más grave y que ella no haya querido decirme..., pero desconozco".
Y, por último, la hipótesis que parece la única con visos de sensatez: que el autor del atentado haya equivocado su objetivo. "Eso lo pensé al principio: esto no era para casa, esto sería para otro lado, ¿pero qué otro lado?"
EL DÍA FATAL. Nada iba a apartar a aquel sábado de cualquier otro. La noche anterior Facundo, un amigo y compañero de clase de Andrés, se quedó a dormir como pasaba tantas veces. Al principio los padres de Facundo no parecían muy dispuestos a dejarlo pasar la noche en casa de su amigo. Había traído las notas muy bajas y el chico se había llevado la reprimenda del caso. Pero finalmente le dieron permiso.
El sábado a media mañana Andrés salió a la clase de inglés. Fue caminando, como siempre, ya que le quedaba a cinco cuadras de su casa.
Carlos, como casi todas las mañanas de sábado, había ido a su segundo trabajo, un taller de rectificado de motores en Cordón Norte. Miriam, que trabajaba de lunes a viernes, comenzaba a limpiar y a preparar el almuerzo. Andrés y Facundo no podrían demorarse mucho ya que tenían una reunión poco después del grupo de estudio del liceo.
A las 12, minutos más o menos, una camioneta de Agencia Central se detuvo frente al portón enrejado del 3869. El empleado tocó timbre y cuando Miriam salió le dijo que tenía una encomienda. Miriam le pidió al empleado que llevara el paquete -una caja de color marrón, de unos 40 por 60 centímetros, sujeta con un hilo- mientras firmaba la boleta. El envío llevaba el remitente de Cooperativa Magisterial, una institución a la que estaba afiliada desde hacía dos años.
Más tarde los empleados de la empresa postal declararían que estaban a unas cuatro cuadras del lugar cuando oyeron la potente explosión. También la oyó Andrés que unos minutos después salió de clase y emprendió el regreso a su casa. Pero al llegar los vecinos de la casa de enfrente lo detuvieron. El peculiar olor de la pólvora inundaba toda la cuadra. Andrés llamó al celular de su padre. "Venite que pasó algo malo en casa", consiguió decirle.
Y lo malo que ocurrió en la calle Plutarco todavía no tiene explicación. Cuando Carlos Díaz llegó allí una multitud se agolpaba frente a su casa. Bomberos, personal médico, policías, habían cercado la vivienda. Con el corazón estrujado Carlos quería entrar, pero sus vecinos se lo impidieron. Nadie se animaba a decirle que su esposa había muerto en la explosión, pero la verdad era cada vez más evidente a medida que pasaban los minutos.
Esas imágenes van y vienen ahora constantemente por la cabeza de Carlos y su hijo.
Remota conexión al caso Feldman
Cuando el economista Saúl Feldman se atrincheró en su casa de Shangrilá, unas horas después que se descubriera el arsenal en Aires Puros, la idea vino como un relámpago para Carlos Díaz. Como tantos uruguayos se enteraba atónito de lo que estaba ocurriendo.
"Cuando pasó esto, pensé enseguida: ¡Pah! ¿No tendrá algo que ver esto? Capaz que se soluciona lo mío, pensé", recuerda Díaz. "Los que hicieron esto para matar a mi señora, no lo hicieron con bombas brasileras", razonó.
Casi tan desconcertante un caso como el otro -de hecho la perplejidad que causan ambos casos es la conexión más evidente-, las investigaciones posteriores revelarían que no era una posibilidad descabellada.
Entre los elementos hallados en la finca de la calle Elba donde Feldman almacenó su arsenal de guerra, una nota garabateada en un pequeño trozo de papel que presentaba los bordes chamuscados despertó la curiosidad de los investigadores.
Las anotaciones parecían corresponder un sumario de contenidos de una caja. La línea final alude a un "pendorcho para usar con (una) garrafa de 3 kilos".
La bomba se armó, precisamente con una garrafa de ese tamaño a la que se llenó de pólvora negra y un dispositivo de detonación. El cable que activaría la bomba estaba unido al hilo que sujetaba la caja, de modo que al abrirla se produciría el estallido. Lo cierto es que, reconocieron fuentes de la investigación, si bien no hay forma de conectar esto con el atentado el indicio es reservado para estudio. "Es un elemento más que está sobre la mesa", reconoció uno de los investigadores.
En Aires Puros había algo más de 200 kilos de pólvora almacenados.
Las claves del misterioso atentado
EL SOSPECHOSO. El viernes 2 de octubre a las 22.19 un hombre vestido con campera, vaqueros y casco de motociclista, de 1,65 de estatura aproximada, entra al subsuelo de la Terminal Tres Cruces. Queda registrado en las cámaras de seguridad.
EL PAQUETE. En el mostrador de Agencia Central despacha una encomienda con el remitente de Comag. Paga $ 70 por el envío, la tarifa para paquetes de medianos a grandes, de hasta 10 kilos. Dado que Comag tiene convenio con la compañía no se le pide el documento de identidad a la persona que despachó.
MOTOCICLISTA. Una vecina de la víctima que estaba en la vereda de enfrente, vio llegar a un motociclista a la casa unos minutos antes del estallido. Declaró que el motociclista bajó del birrodado, se levantó la visera del casco y tocó timbre. La testigo asegura que ese hombre entregó un sobre pequeño. Un instante después partió del lugar.
ENTREGA. Sobre la hora 12 del sábado 3 de octubre una camioneta de Agencia Central entrega la encomienda a Miriam Mazzeo Soto. El empleado la deja en la entrada de la casa, a unos 3 metros de la puerta y se retira luego que ella firma el recibo.
EXPLOSIÓN. Unos minutos más tarde ocurre el estallido, cuando Miriam Mazzeo abre el paquete. La deflagración le causa la muerte instantánea y severos daños estructurales a toda la vivienda. Parte del techo se derrumba, una pared lateral es literalmente barrida por el estallido que además daña la fachada.
MENSAJE. En el punto de la explosión junto a los restos los peritos de Bomberos hallan una esquela impresa con el mensaje: "La familia del Clínicas no olvida".
ARTEFACTO. Los estudios del Servicio de Material y Armamento del Ejército determinan que el ingenio explosivo fue fabricado con una garrafa de tres kilos, a la que se rellenó de pólvora y se dotó de un dispositivo eléctrico con dos pilas y cables para activar la bomba al abrir el paquete.
AMENAZAS. El esposo de Miriam Mazzeo ignora que ella hubiera recibido amenazas antes del atentado. Una hermana de crianza de la víctima, que reside en Pando, dijo conocer esa versión. También estaba al tanto de las diferencias que mantenía con una compañera de trabajo en el ISEF. El entorno de la víctima es el aspecto más investigado del caso, aunque no surgen indicios.