LAGUNA GARZÓN | V. RUGGIERO Y A. ROIZEN
Una laguna, el mar, arena, vegetación, pescadores, balsas y doce casas flotando. Eso es Laguna Garzón. Un hotel sobre el agua y una casa de campo instalados allí atraen a los visitantes y buscan posicionar el lugar en el mapa turístico mundial.
Unos kilómetros después de pasar la rotonda de José Ignacio, la ruta 10 desemboca en la Laguna Garzón. El viajero frena obligado. Y casi de inmediato se contagia del ritmo del lugar. Todo parece ir más lento, casi por fuera del tiempo.
La laguna se cruza en balsa. Son pocos minutos. Más adelante unas "casitas" de madera y techo de chapa flotando en el agua llaman la atención de cualquier curioso.
Las "casitas" son Laguna Garzón Lodge, un hotel flotante de ecoturismo, inaugurado el 28 de diciembre. Tiene 12 habitaciones que están sobre la laguna y un restaurante construido encima de pilotes, también en medio del agua.
El proyecto demandó una inversión de US$ 1 millón realizada por cuatro amigos uruguayos, que además tienen a un kilómetro y medio, Miradores de la Laguna Garzón, una casa de campo, en la cual vive el socio director de los emprendimientos (ver apoyo).
La tranquilidad domina y la paz se siente en el aire. A lo lejos se ve alguien que pasa en un kayak, unas vacas en el campo y más cerca el constante ir y venir de las balsas con los autos.
Laguna Garzón Lodge es definido como centro de ecoturismo. "Ecológico sería si utilizara energía solar, algo que no pudimos concretar. Y el ecoturismo es más bien la observación de la naturaleza", explica Rodrigo Eizmendi, gerente del hotel.
El concepto implica que si hay un pez muerto en el agua no se lo toca, se deja para que siga el proceso natural.
Eizmendi afirma que el complejo sólo toca la tierra de la laguna en unos 10 metros cuadrados. Las casitas, que están amarradas, están hechas de madera de eucalipto y pino sobre largos flotadores que se arman, según Eizmendi, como si fueran una balsa. Cuentan además con luz y agua potable, y un servicio de saneamiento que retira las aguas servidas hacia una planta de tratamiento.
Cada una de las 12 casas es una habitación independiente y tiene una cama matrimonial, con opción para una segunda cama simple.
En el Lodge no aceptan niños menores de 12 años para cuidar la tranquilidad que buscan la mayoría de los visitantes.
BUEN COMIENZO. Desde su inauguración, el 28 de diciembre, el hotel registró una buena ocupación. De hecho los primeros 15 días de enero estuvo con capacidad colmada. "Se hospedó más gente de la que pensábamos, porque no hicimos promoción previa", señaló el encargado del hotel.
Más allá del éxito de los primeros días, las perspectivas a futuro también son buenas. "Ya tenemos reservas, incluso señadas, para noviembre, diciembre y enero", afirmó.
El complejo flotante promociona ahora sus instalaciones, al igual que la casa de campo del mismo grupo inversor, a través de exclusivas agencias internacionales. "Las agencias vienen antes a hacer una inspección. Se quedan a dormir o prueban la comida y recién ahí te ofrecen. El hotel de campo ahora, por ejemplo, está en agencias de Estados Unidos, Suiza, Alemania, España e Inglaterra", indicó.
En su primera temporada, Lodge fue visitado por muchos turistas extranjeros. "Rusos, italianos, americanos, escoceses, ingleses, españoles, franceses y suizos", enumera y dice que llegan un 50% por agencias internacionales y el resto por el sitio en Internet o porque pasan frente al lugar y deciden hospedarse. Sin embargo, los primeros clientes fueron dos uruguayos, cuenta orgulloso Eizmendi.
La tarifa desde mitad de diciembre al 15 de enero es de US$ 600 por noche, en la segunda quincena es US$ 450, en febrero baja a US$ 350 y en marzo y el resto del año vale US$ 200.
INTEGRACIÓN. A un costado del hotel hay varios ranchitos. Allí viven cinco pescadores, que residen en la zona desde hace 40 años. En temporada llegan a ser 15. Dicen que se favorecieron por la llegada del emprendimiento, que le dio "más vida" a la zona y otorgó nuevos puestos de trabajo.
Es que justamente uno de los conceptos que tiene Lodge es integrarse tanto a la naturaleza como a los pocos vecinos. Por eso los pescadores venden sus productos al hotel, llevan a los huéspedes a pescar y algunas mujeres trabajan como domésticas en el complejo. Además celebraron emocionados con los dueños cuando UTE conectó la luz y el Lodge se iluminó por primera vez.
"El hotel dio mucha vida y trajo trabajo", dice Delfi, la esposa del pescador más veterano de la zona, y afirma que ahora son ellos los que quieren tener luz. "La necesitamos para poder tener un freezer para conservar el pescado, si no lo tenemos que tirar", explica parada en la puerta de su pequeño rancho de madera. (Producción: Gastón Pérgola y Ximena Aleman)
Un estilo de vida slow life y la belleza de la Laguna Garzón seducen hasta a un hindú
Pablo Sosa y Andrea Fava viven a un kilómetro y medio de Laguna Garzón. Su casa es un hotel de campo, con cuatro habitaciones, donde los huéspedes conviven con ellos, el personal y sus mascotas: una oveja que se llama Margarita, un perro que se llama Tinto, y Amarula, una gata siamesa.
"Miradores de la Laguna Garzón" tiene un año en funcionamiento. Es la imitación del casco de una estancia y está inmersa en un campo de cinco hectáreas. Tiene una decoración rústica, y la belleza del lugar está marcada por el entorno, sus sonidos y olores.
Los visitantes son europeos y estadounidenses. Pero también se alojó allí una familia hindú, brasileños, argentinos y uruguayos. Sosa dice que sus "invitados" se sienten como en casa y que incluso ellos abren la heladera para prepararse tragos o levantan su plato después de comer.
"Hemos terminado comiendo asado con los turistas. O una familia hindú, que por su religión no tiene contacto físico con otra gente, terminó dándonos un abrazo y un beso antes de irse", relata orgulloso Sosa.
El costo de una habitación en temporada alta varía entre US$ 550 y US$ 500, febrero US$ 300 y en temporada baja US$ 200. La tarifa incluye un desayuno de campo.
También se ofrecen todas las comidas, así como servicios extras: desde alquilar un caballo a organizar un tour. "Todos los días de mañana nosotros les preguntamos si van a cenar o almorzar y qué quieren. Después armamos un menú (entrada, plato, poste, café, agua y una copa de vino), todo por US$ 40", explica Fava.
La pareja comenzó con el proyecto después de recorrer el mundo a bordo de diferentes embarcaciones. Él era capitán y ella marinera. "¿Cómo nos embarcamos? No sé, él me dijo que se iba y yo lo seguí", cuenta Fava. Sosa empieza la historia unos cuantos años para atrás.
"Los dos trabajamos con proyectos de desarrollo sustentable. Andrea en el área social y yo con recursos naturales y medioambiente, como consultor de Naciones Unidas y el Banco Mundial", cuenta.
En 2003 la pareja cambió de rumbo. Comenzó a dedicarse al yachting profesional, navegando por el Nordeste de Brasil, Sudáfrica, Caribe, tres cruces del Océano Atlántico y cada puerto del Mediterráneo. En 2005 volvieron a Uruguay y comenzaron con el proyecto del hotel flotante. Como llevó muchos años, se volvieron a ir. Retornaron e instalaron su casa "abierta a invitados".
"Embarcados aprendimos a tratar con gente de muy alto nivel, compartimos espacios muy chicos, y a ellos les fascina hacer algo de lo que vos hacés. Te dicen, por ejemplo, `hoy cocino yo`. Aprendimos a trabajar incluyendo a los pobladores. En Brasil nuestro barco (llevaban turistas de paseo) salía del medio de una favela, de hecho parte de la tripulación vivía ahí".
Con los dos proyectos en funcionamiento, el objetivo de la pareja es posicionar a la Laguna Garzón como un destino turístico, independiente de José Ignacio. Incluso trabajan cerca con gente de Pueblo Garzón, aunque no tienen nada que ver y están a más de 60 kilómetros de distancia, tener el mismo nombre ayuda a posicionar. "Garzón, Garzón, tiene que sonar en el mapa mundial", repite Fava.