Medio siglo atrás, en 1965, el Uruguay fue escenario de dos de los episodios policiales más llamativos de nuestra historia: el tiroteo en el edificio "Liberaij" y la aparición de un baúl en Shangrilá con el cuerpo mutilado del ex criminal nazi Herberts Cukurs.
Vale la pena repasar esos hechos que ya cumplieron 50 años y se mantienen frescos en la memoria de sus contemporáneos.
Transitamos hoy tiempos en que los casos policiales adquieren ribetes cada vez más sangrientos y donde los delincuentes han perdido eso que en la jerga orillera se conocía otrora como "códigos", palabra que aludía a ciertos comportamientos o límites que los propios sujetos que estaban fuera de la ley se auto-imponían a la hora de delinquir.
Bob Dylan lo plasmó en una punzante frase de una canción: "Para vivir fuera de la ley hay que ser honesto".
Los delincuentes, en aquellos años, no mataban a un comerciante honrado si no era estrictamente necesario a sus fines, no lo hacían si no se resistía también armado, no asesinaban a quemarropa si no estaba también en peligro su propia vida.
Hoy, en cambio, apretar el gatillo y asesinar sin más trámite a un pizzero, un repartidor o un almacenero desarmado está en la cotidianeidad de los que orillan la ley. Los tiempos han cambiado y los delincuentes también.
Es cierto: hubo casos en el pasado donde esos "códigos" también se dejaron de lado y los malhechores entraron en una espiral de sangre donde todo valía. Pero fueron tan pocos esos y tan llamativos, que hoy son ineludibles cuando se repasa la agenda histórica de cada año.
Uno de ellos llegó a ser motivo de una película con reparto internacional (el argentino Leo Sbaraglia, el español Eduardo Noriega) que aunque no respetaba a rajatabla los hechos ocurridos en el mismísimo Centro de Montevideo, fue sí un repaso más o menos prolijo de las andanzas de una banda de pistoleros que desató una orgía de balas, sangre y horror en el edificio "Liberaij", ubicado en la calle Julio Herrera y Obes 1182, que todavía luce en su frente el mismo nombre.
Ocurrió el 5 de noviembre de 1965 como corolario de una serie de hechos delictivos previos protagonizados por Carlos Mereles, Roberto Juan Dorda y Marcelo Brignone, tres temibles, sanguinarios pistoleros argentinos que tenían en su haber varios homicidios además de asaltos a mano armada y otros delitos.
En los días previos, el trío dejó una estela de acciones criminales y sabía que la policía estaba cerca de identificarlos, por lo que necesitaban un "aguantadero".
Las autoridades, valiéndose de un maleante que era confidente policial y conocido de los tres pistoleros, lograron que Mereles, Dorda y Brignone se dejaran convencer por el "buchón" de esconderse en el apartamento número 9 del "Liberaij", aparentemente a salvo del rastrillaje policial. Lejos estaban de imaginar que el mismo sería su trampa mortal.
Tiroteo descomunal.
Cuando la policía llegó hasta la puerta del edificio y por el portero eléctrico los intimó a entregarse sin oponer resistencia, la respuesta de los delincuentes fue comenzar a disparar desde el apartamento, que estaba en el primer piso, a un costado de la pequeña escalera.
Se produjo entonces un intercambio de disparos que duró 14 horas entre los tres pistoleros y decenas de policías, convirtiendo a esa zona del Centro y el adyacente barrio Sur en un verdadero infierno.
Se llegaron inclusive a disparar granadas, bombas de humo y gases lacrimógenos, que los delincuentes contrarrestaban, como defensa, mojando los colchones.
El edificio también fue una inesperada trampa mortal para la policía, ya que los múltiples intentos por sacar a los malhechores del apartamento fueron vanos. El trío disparaba desde el interior y las balas rebotaban en las paredes curvas del corredor. Así, cayeron muertos el comisario Washington Santana Cabris y el agente Aranguren, además de dejar heridos a otros cuatro representantes de la ley.
Cuando habían pasado 14 horas desde el primer disparo y la luz del día siguiente iluminaba la terrorífica escena, cesó por un rato la balacera.
La policía logró al fin acceder al apartamento y se encontró los cuerpos semidesnudos de los tres pistoleros en medio de un caos de casquillos de balas, botellas rotas, muebles destrozados, charcos de sangre y un fuerte olor a whisky y pólvora. Dos de ellos estaban muertos y Mereles agonizaba, muriendo rato después. Los tres cayeron en su ley, a sangre y fuego, luego de agotar todo el arsenal de su armamento y de soportar un asedio policial como nunca más volvió a repetirse en el país.
Por sus características y por el lugar donde se produjo —en pleno Centro de Montevideo— fue acaso el episodio policial más espectacular de todos los tiempos en nuestro país, del que ya pasó medio siglo.
El caso Cukurs.
También en 1965, meses antes, ocurrió en nuestro país uno de los casos policiales más enigmáticos de que se tenga memoria. Y que alcanzó además ramificaciones internacionales.
El 6 de marzo, medio siglo atrás, un despacho telegráfico desde Bonn, Alemania, daba cuenta del asesinato de un criminal de guerra nazi en un chalet de Shangrilá, en el departamento de Canelones. Enterada por ese extraño medio, la policía concurrió al lugar y, efectivamente, allí encontró un baúl dentro del cual yacía Herberts Cukurs, el criminal nazi referido, con el cráneo destrozado a golpes y varios impactos de bala en otras partes del cuerpo.
Junto al cadáver de la víctima, los ejecutores habían dejado numerosa documentación sobre su responsabilidad en el exterminio de miles de judíos en el ghetto de Riga, Letonia, durante la Segunda Guerras Mundial.
El caso resultó bastante enigmático en su momento y no resultó del todo aclarado. Al menos, nunca se supo los nombres de quienes participaron en el crimen. No obstante, sí logró saberse que los ejecutores fueron parte de un comando antinazi que en realidad planeaba secuestrar a Cukurs y sacarlo del país en un buque carguero, pero presumiblemente, ante su resistencia, terminaron por ultimarlo.
Cukurs residía entonces en Brasil, donde tenía una empresa de vuelos turísticos, y llegó a Uruguay atraído por un supuesto "socio" con el fin de montar en Montevideo una sucursal de aquel negocio. Cuando llegó, lo esperaban sus captores, presumiblemente miembros del servicio secreto israelí.
El episodio tuvo repercusiones en todo el mundo y se le asoció al que había ocurrido cinco años atrás en Argentina, cuando un comando judío secuestró en mayo de 1960 en Buenos Aires a Adolf Eichmann y, sin que las autoridades vecinas lo percibieran, lo sacaron del país para trasladarlo a Israel, donde un año después, en un juicio bajo la acusación de genocidio, sería sentenciado a morir por el tribunal.
Adolf Eichmann, que en su vida argentina tenía una apariencia tímida y parsimoniosa, de hombre gris, vulgar, sin nada que lo destacara de la abigarrada mediocridad, había sido el inmediato responsable de la muerte de un par de millones de judíos en los campos de la muerte de Auschwitz, Dachau, Sobibor, Treblinka y Bergen-Belsen, a los que organizaba con metódico sistema. Terminada la guerra, Eichmann, como tantos otros jerarcas nazis, desapareció de la faz de la tierra, pero las persistentes investigaciones y pesquisas de "Los que Nunca Olvidarán" lo localizaron en Buenos Aires y enviaron a secuestrarlo al comando judío.
Eichmann, sentenciado a morir, fue ahorcado en 1961.
El caso Cukurs
HERBERTS CUKURS.
Nacido en Letonia en 1900, fue un intrépido aviador, capitán de la Fuerza Aérea Letona, ingeniero aeronáutico, periodista, y escritor. Se sumó, en 1941, a las divisiones nazis que invadieron Letonia y se dedicaron a la separación de la población judía con el fin de exterminarla. Más de 30.000 judíos murieron en Riga, fruto de esas persecusiones.
ANTON KUNZLE.
Esa fue la identidad que adoptó (no era su nombre real) el supuesto agente israelí que encabezó la ejecución de Cukurs en Uruguay. En la serie documental de National Geographic titulada “Cazadores de nazis”, el primer capítulo está dedicado a Kunzle y Cukurs.
El tiroteo en el Liberaij y el hallazgo del cadáver del nazi Cukurs en un baúl