ZONA ASEDIADA POR LA DELINCUENCIA
Vivir con miedo: solamente en un año hubo 546 denuncias de rapiñas en Piedras Blancas.
Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.
Dicen que aceptaron vivir lo que les toca. Que todos los barrios son complicados. Inventaron un sistema para atender sus negocios entre rejas y a distancia para evitar un contacto violento con un delincuente armado. Dicen que ya no importa que roben, sino que no hieran.
Entrenaron su oído hasta tal punto que desde los más pequeños del barrio hasta los más grandes pueden diferenciar a la perfección el sonido de un tiro al de un estruendo por un petardo cuando cae la tarde. Así aprendieron a vivir los vecinos de Piedras Blancas, uno de los barrios más peligrosos de Uruguay.
Nueve homicidios y 546 rapiñas. Esas cifras, divulgadas el pasado viernes por el Ministerio del Interior, son con las que tuvo que convivir el barrio durante el 2019. De esta manera se convirtió en el tercer barrio con más asesinatos y el decimoquinto que tuvo más rapiñas. Pero la parte más compleja de esa zona, indicó una fuente policial a El País, es la conocida como Barrio 17 de junio, comprendida entre cuatro calles: Rafael, Camino Teniente Galeano, Bulevar Aparicio Saravia y Luis Caviglia.
En el interior de estas calles que forman un cuadrado en el mapa de Montevideo sus habitantes dicen que duermen escuchando ráfagas de disparos.
Puertas adentro
Llegamos al Barrio 17 de junio a las 15:15 del viernes. Es una tarde tranquila. A medida que se avanza por la calle Rafael van quedando atrás un sinnúmero de perros que brindan un concierto de ladridos. Las casas son humildes. Muchas todavía llevan al desnudo el color rojo de los ticholos que evidencian que no vieron el revoque. En esa calle está Camilo (nombre ficticio), dueño de una pollería ubicada en “la zona vip del barrio”. Está sentado detrás de una barra y a una distancia de dos metros de un cuadrado enrejado por donde atiende a sus clientes.
“Yo hace ocho meses que estoy, pero tengo este sistema de trabajar a través de las rejas. Estamos como en una zona vip, pero para atrás sabemos que hay otro mundo”, dice mientras coloca la mira hacia la zona de 17 de Junio. “Hay tiroteos todas las noches, ráfagas de automáticas o metralletas”, agrega con un tono tranquilo. Y enseguida cuenta que no tiene miedo. “Escucho los tiros y sigo durmiendo. Me tocó vivir acá. Hay que acostumbrarse a convivir y vivir lo que te toca. Y sabés que te puede tocar en cualquier lado; hace poco le pasó a un comerciante (ver aparte)”, agrega.
Camilo pasa unas 15 horas por día en la pollería. Cuando el reloj marca las 23:00 cierra el negocio. “Apago las luces, trato de mirar para afuera y de hacer todo rapidito porque yo sé que ellos (los delincuentes) están ahí y ellos saben que cierro a esta hora”, dice. Y repite que a unas pocas cuadras es donde “se complica más”.
“Más adentro” las calles son de pedregullo y abundan las casas de techo de chapa. Cada dos o tres de ellas, se puede observar algún comercio. En uno de ellos, que a simple vista pareciera estar cerrado, está Andrea (nombre ficticio).
Al acercarnos a la reja por donde atiende, mira con desconfianza. Se queda paralizada y lejos de acercarse hacia la ventana, pregunta: “¿Qué necesitan?”. Contestamos que somos periodistas, pero Andrea sigue nerviosa, camina dos pasos y pide que nos identifiquemos. “Discúlpame la desconfianza, hace seis años que tenemos el almacén y hace cinco meses nos robaron, y pusimos el sistema este de rejas”, explica segundos más tarde.
No hacía falta que lo dijera. Sus pocos movimientos y la distancia que la separan con la ventana que da al exterior la delatan, pero igual enuncia palabras: “Estamos en pánico”.
Una tarde de septiembre habían entrado al almacén cinco delincuentes. Con armas de fuego apuntaron a su esposo y lo obligaron a arrodillarse. Su hijo estaba dentro de la casa, contigua al almacén, y vio todo el hecho por una de las pantallas de las cámaras que tienen. No pudo hacer nada, el miedo lo paralizó. “¿Sabes lo que es no poder moverse? No hacer nada por las dudas que tengan un corte o algo?”, dice y agacha la mirada.
Andrea cuenta que la rapiña terminó con “suerte”. “Mi esposo, al ver que cuatro entraban a la casa, desarmó al que lo apuntaba. Yo salí corriendo a pedir ayuda. Cuatro se fueron corriendo y al otro lo redujeron hasta que llegó la Policía”, cuenta. Y agrega: “Eran niños, no tenían más de 15 años”.
Después de eso el almacén permaneció cerrado un mes. Luego enrejaron todas sus puertas y decidieron atender desde adentro. Andrea cuenta que cayó en depresión y que solo el sonido de las campanas que había en la puerta de entrada le hacía saltar cada nervio del cuerpo.
Dormir entre balas
Cuando se avanza entre las calles internas del barrio 17 de Junio el ambiente no es el mismo, se respira diferente. A las rejas en los negocios se suman los perros atados en los frentes de los comercios y de las viviendas.
María (nombre ficticio) está saliendo de su casa para ponerle agua y comida a uno de esos tantos perros que hay en la cuadra. A esta altura de la tarde el sol pega derecho en ese sitio. Mientras camina hacia el interior de su vivienda, cuenta que el barrio “está bastante peligroso” y que de noche “de un momento a otro aparece una bala del lugar menos esperado”.
Lo dice con un gesto de resignación. “Ya nos acostumbramos”, confiesa. María cuenta que en el barrio todos sus habitantes ya se acostumbraron a dormir con el sonido de los disparos de fondo. Y explica: “Sabemos lo que es una bala o lo que es un cuete porque hubo un partido de fútbol”.
Lo balearon dos veces en rapiña a su comercio
El 14 de enero Danilo Estéves, de 48 años, estaba dentro del local de su distribuidora en Piedras Blancas cuando tres delincuentes ingresaron a robar y tras un forcejeo le dispararon.
El portón de entrada del local estaba abierto y había una camioneta estacionada con varios casilleros con bebidas. Dos empleados estaban comenzando a descargar la mercadería para entrarla al comercio cuando en determinado momento llegaron tres hombres corriendo y entraron.
Estéves se enfrentó a uno de ellos y forcejeó con él hasta lograr empujarlo hacia afuera del local. Cuando llegó a la vereda, el comerciante recibió dos disparos en el tórax y cayó. Los tres delincuentes huyeron del lugar sin robar nada y subieron a un auto que los estaba esperando. El trabajador fue asistido en el lugar de los hechos y más tarde trasladado a un centro asistencial. En la noche del 29 de enero, 15 días después del asalto, fue intervenido quirúrgicamente. A la mañana siguiente falleció.
Los asaltos afectaron a negocios del barrio
Una comerciante del barrio cuenta que las rapiñas se dan sobre todo a personas que salen a tomarse el ómnibus para ir a trabajar y que muchos de los proveedores que tenía dejaron de entrar al barrio por temor.
“Los repartidores que me vendían ya no me vienen más y eso me afectó mucho el negocio”, dice.
Según cuenta la mujer, varios de sus proveedores fueron asaltados en más de una oportunidad. “Les decís para venir y dudan”, explica. Y agrega: “Tengo uno que le aviso el mismo día: ‘mirá, está tranquilo, vení si querés’, le digo”.
La trabajadora dice que tiene el negocio desde hace cinco años pero que decidió no ponerle rejas porque siempre hay mucha gente en la cuadra. Destaca la presencia policial por la zona, pero cuenta que los delincuentes se burlan de los efectivos. “Cuando la Policía se va, vuelven a salir. Las ambulancias solo entran con patrulleros”, comenta.