Los "antipasta": jóvenes salen con bates de béisbol a golpear adictos en Ciudad Vieja

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Operativo policial. Foto: Francisco Flores

VIOLENCIA CALLEJERA

Un grupo de jóvenes baja de autos nuevos y golpea a adictos a la pasta base con bates de béisbol en la Ciudad Vieja. En el último mes ocurrieron por lo menos tres casos.

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En la madrugada del 15 de julio fue quemado “el Negro Andrés” en la Ciudad Vieja. El agresor fue identificado y la Justicia formalizó la investigación penal en su contra por las lesiones sufridas por el cuidacoches.

Días después, en otra noche fría, tres adictas a la pasta base fumaban a poca distancia de la rambla. Ellos denominan el lugar como “el Faro”. Pero ahí no hay ningún faro. Es una chimenea de ladrillos.

Dos autos nuevos estacionaron sobre la rambla. Se bajaron entre seis y siete personas jóvenes. Algunos portaban bates de béisbol. Los recién llegados se acercaron a las tres mujeres y las golpearon con los palos. Una de las mujeres, Mariela (nombre ficticio) logró llamar a un amigo que estaba con otro grupo drogándose a poca distancia. Estos llegaron y comenzaron a pelear con los jóvenes con bates de béisbol. Los adictos eran más. Los agresores corrieron a los autos. Antes de que pudieran partir, los dos vehículos recibieron múltiples golpes. Ese fue uno de los incidentes de mayor gravedad ocurridos en la Ciudad Vieja.

El grupo de agresores es conocido por los cuidacoches del barrio como los “antipasta” o “matapasta”.

Hoy Mariela se encuentra internada en un hospital por una enfermedad. En su rostro se ven las marcas de los golpes.

Otro incidente ocurrió hace dos semanas. “El Rodi” acostumbra dormir en 25 de Mayo y Misiones. Tiene un extenso prontuario. Comenzó a robar a los 14 años y cayó por primera vez a los 22. “El Rodi” se jacta de ello. Luego estuvo 20 años en la cárcel por un homicidio. “Lo importante es cómo entrás a la celda, si con todo puesto, televisor, cocina, luz o con la celda pelada”, explica.

“El Rodi” ya había escuchado hablar de los “antipasta” por otros compañeros hasta que los conoció en persona. Eran cuatro. Uno de ellos se quedó en el asiento del chofer del Suzuki Celerio de color negro. “Eran dos rubios y uno colorado. Uno de ellos tenía una pistola 9 milímetros desenfundada y los otros dos bates de béisbol. Me los enfrenté”, dice “el Rodi”.

Señala que la pelea terminó cuando los agresores se fueron y él golpeó el auto a patadas.

El cuidacoches no teme a alguien que tiene una pistola desenfundada. Ni siquiera siente miedo si lo apuntan. En enfrentamientos con la Policía, sufrió tres disparos: dos en el tórax y otro en la rodilla. “Sentís solo el golpe de la bala y luego el dolor de la quemadura”, cuenta. “El Rodi” hace seis años que salió de la cárcel y no quiere volver allí. Su problema es la adicción a la pasta base. “Es como una enfermedad”, dice.

-¿Por qué los golpean?

-Porque no quieren que cambiemos. No nos matan. No nos ponen dentro de una cajuela de un auto y nos llevan a otra parte. Solos nos dejan maltrechos a golpes y se van.

Una fuente policial dijo a El País que los cuidacoches no denunciaron estos incidentes. “Ellos (las víctimas) pueden vivir como les parezca. Pero si sufrieron lesiones, es un delito”, agregó. Los cuidacoches coincidieron en que todos tienen antecedentes penales y no van a realizar denuncia alguna.

"Corrí como loca".

Eva luce el pelo muy corto, casi al rape. El consumo de años de pasta base afectó su organismo. Pesa unos 30 kilos y no se percibe su sexo. Es posible que se trate de una estrategia de sobrevivencia en la calle.

“Soy Eva”, dice y estira su mano con decisión sin importar la pandemia. Invita al cronista a cruzar la calle hasta un muro. Se apoya en la pared.

-¿Escuchaste hablar de los “antipasta”?

-Si. Tuve un problema con ellos no hace mucho. Estaba cuidando la cuadra y uno me gritó: “No servís ni para cuidar autos”. Se bajaron varios. Uno me tiró un puñetazo pero no me dio. Corrí como loca. No me alcanzaron. Llegué a mi casa. A diferencia de otros tengo, esa suerte. No duermo en la calle.

“Los estoy esperando con mis dos fierros”

Manuel (nombre ficticio) es cuidacoches. Vive en un hall de una casona por la calle Pérez Castellano. A pocos metros, un compañero escucha el relato del periodista sobre agresiones a cuidacoches. Manuel dice que no había oído hablar de los “antipasta”. Su amigo, sí. “Hace dos o tres días golpearon a un cuidacoches”, dice el amigo. Manuel lo hace callar. “Dejá hablar al hombre”, expresa. El periodista nota que el brazo tiene casi una decena de cicatrices. Manuel agrega: “Si vienen, los estoy esperando con los fierros”. Dos “cortes carcelarios”, de más de un metro de largo, están escondidos detrás de una reja.

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