El sábado pasado, la Policía recibió sobre la madrugada del día de Reyes un llamado con una denuncia ya conocida por los oficiales. Un hombre de camisa a cuadros, con pantalón oscuro y un bolso negro, había ingresado a un edificio y robado una bicicleta. La descripción del sospechoso la conocían ya de memoria, y tras el nuevo hurto comenzaron un rastrillaje en la zona.
En la esquina de las calles Chucarro y Guayaquí un móvil policial logró divisar al delincuente. El ladrón, al ver que era observado, abandonó la bicicleta y se dispuso a irse a la fuga.
A unos metros, sin embargo, fue capturado y trasladado a la Justicia.
Se trata de un hombre de 39 años y era requerido por hurtos cometidos entre el mes de octubre y enero, todos en el barrio Pocitos. En todos los casos el objetivo del ladrón eran bicicletas que estaban dentro de edificios.
Las pruebas lograron asociarlo a un total de nueve delitos, uno de ellos especialmente agravado por la pluriparticipación. Por estos cargos, la Fiscalía de Flagrancia de 6to Turno en Montevideo, a cargo de Pablo Rivas, determinó la condena a través de un juicio abreviado con la pena de un año y dos meses de prisión efectiva.
Siempre bicicletas
El hombre tenía un prontuario a sus espaldas y si bien fueron nueve los hurtos de bicicletas que le imputaron, fueron muchos más los que no se comprobaron por falta de pruebas. En sus antecedentes figura que cometió 14 delitos y 13 de estos fueron robos en diferentes modalidades -el último especialmente agravado-, mientras que uno de ellos fue una rapiña.
Para su especialidad más reciente, tenía una estrategia definida, que según la Policía se resume al decir que era un oportunista. En ocasiones simulaba ser un vecino más del edificio que atacaba y para esto se paraba en la puerta de ingreso hablando por teléfono. Cuando alguien salía del lugar lo saludaba, y aprovechando la puerta abierta ingresaba y buscaba bicicletas que estuvieran en los accesos a los estacionamientos.
Otra modalidad que solía utilizar, era la de tocar timbre a un apartamento, decirle al vecino incauto que lo atendía que iba para otro pero no le contestaba nadie, y si esta persona confiaba y abría la puerta entonces él, de vuelta, tenía acceso al garaje y buscaba si había alguna bicicleta.
Ingresaba en los garajes y desde allí lograba salir casi que sin impedimentos, en ocasiones ayudado por los residentes que entendían se trataba de un vecino más.
En el bolso que llevaba a todos sus atracos tenía una cizalla, una pinza alicate y siete destornilladores; todos objetos que utilizaba para romper candados o cadenas que pudieran impedirle hacerse con las bicicletas.
Las cámaras de los edificios lograron identificarlo ya que operaba a cara descubierta.
Tan solo en uno de los nueve delitos se lo pudo ver accionar con otra persona, pero en su declaración relató que se trató de una excepción.
Quien lo acompañaba es requerido por la Policía. Este robo fue registrado por cámaras de seguridad del edificio en que robaron.
Fuentes policiales explicaron que se presume que el imputado omitió decir la verdad en su declaración y que tras él hay un grupo dedicado a estos robos. El hombre prefirió no especificar a Fiscalía el paradero de los primeros ocho objetos robados y solo se pudo devolver a su dueño la bicicleta del último hurto.
No eran bicicletas baratas. Según declararon los damnificados, los objetos estaban valuados entre US$ 1.000 y US$ 2.000.