OLA DE VIOLENCIA
Policía Antidrogas estima que en cada barrio de la periferia operan al menos dos bandas; el trabajo de los agentes encubiertos en el terreno es cada vez más peligroso.
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El 47% de los homicidios cometidos el año pasado se debió a conflictos entre criminales. Según estima la Policía casi la totalidad de estos delincuentes están vinculados a organizaciones de narcotraficantes. El microtráfico se ha expandido en toda el área metropolitana y con él las pequeñas bandas que lo operan. Fuentes de la Policía Antidrogas señalaron a El País que, según sus estimaciones, actualmente hay al menos dos grupos por barrio en la periferia que se dedican al tráfico de drogas, pero también a la extorsión y al tráfico de objetos robados.
En Casavalle los índices se dispararon durante el año pasado, aunque la zona llevaba algo más de dos años como escenario de una sorda guerra de bandas. El homicidio de Wellington Rodríguez Segade, ocurrido en octubre de 2015, señalado como líder de la barra brava de Peñarol e involucrado en el tráfico de drogas, fue el disparador de una serie de asesinatos clasificados como ajustes de cuentas.
En el fondo de este escenario de violencia, estiman los investigadores policiales, ha influido el cambio en la naturaleza de las transacciones de drogas ilegales. “La violencia empezó a aumentar cuando empezaron los robos entre los propios delincuentes, o en medio de una transacción un sujeto que iba a comprar un kilo terminó sacando un arma y quedándose con cinco o seis kilos. Después, cuando el responsable de ese cargamento se enteraba de que fulanito había dado el golpe iban por él y eso promovía a su vez otro ajuste, y así estamos”, resumió un investigador.
Detrás de los altos índices de violencia no hay grandes organizaciones criminales, sino pequeños grupos muy vinculados al consumo abusivo de drogas como la pasta base de cocaína. Y los integrantes de estos grupos son cada vez más jóvenes y agresivos, señalaron los policías que trabajan sobre el terreno.
De carteles a cartelitos
Cuando en 1995 comenzó a operar la actual Dirección General de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas (Dgrtid, Policía Antidrogas) el objetivo eran los grandes traficantes. Entre fines del siglo XX y principios del XXI esta unidad especializada actuó con éxito contra organizaciones lideradas por narcos colombianos, mexicanos y paraguayos, que buscaban en Uruguay terreno propicio para establecerse.
La guerra contra las drogas dirigida por Estados Unidos, que tuvo su pico con la caída de Pablo Escobar y su cártel, asestó un golpe letal a las grandes organizaciones colombianas.
Pero el negocio, lejos de desaparecer, se ramificó y creció derramándose hacia el sur del continente. A fines de la década de 1990 los traficantes advirtieron los beneficios de comerciar directamente la pasta base de cocaína en vez del clorhidrato de cocaína y reservar este para el gran mercado estadounidense y europeo. En 2002, según los primeros reportes policiales, comienzan a entrar cantidades cada vez más importantes de pasta base sobre todo desde Argentina. Y con ello dio un vuelco en Uruguay el carácter del tráfico de drogas, hasta entonces basado sobre todo en el comercio de marihuana proveniente de Paraguay.
En sucesivas operaciones la Dgrtid logró capturar y enviar a prisión a grandes narcotraficantes, pero mientras tanto iba creciendo el microtráfico.
Las bocas de venta de pasta base se diversificaron en un negocio redondo que permitía a los traficantes reclutar sus soldados (“perros”) entre los propios consumidores. Y ese es el entramado que funciona actualmente en lugares como Casavalle, escenario de los cruentos enfrentamientos entre los “Camala” y los “Chingas”, las dos facciones criminales que tiñeron de rojo las cifras delictivas (el 12,1% de los homicidios se consumó allí).Las antiguas vías del contrabando siguen siendo las arterias principales que usa el narcotráfico para ingresar pasta base, cocaína y marihuana al país. “Creemos que no debe haber más de cinco contrabandistas grandes que están actuando”, señaló un investigador. El río Uruguay y parte de la frontera seca con Brasil son los puntos más vulnerables para el ingreso de narcóticos.
Cada vez más difícil
Los operativos Mirador desplegados tanto en Casavalle, como en Jardines del Hipódromo, Marconi, Casabó, Ciudad Vieja, y otras zonas de la capital tuvieron en la mira a estas pequeñas bandas. Sin embargo, las cantidades de droga incautadas han sido ínfimas.
“En Casavalle encontramos mucho menos de lo que esperábamos”, reconoció uno de los investigadores consultados.
El trabajo de campo para la Policía Antidrogas y otras unidades que realizan inteligencia en el terreno, como la Dirección de Información Táctica, es cada vez más complejo. “Los integrantes de las bandas son cada vez más jóvenes, adolescentes incluso”, describe un investigador antidrogas.
Las interceptaciones telefónicas han dejado de ser redituables ya que la mayoría de las comunicaciones entre pequeños traficantes se realiza vía WhatsApp. Estas comunicaciones encriptadas hacen virtualmente inaccesible los contactos para los investigadores policiales y los obliga a trabajar más en el terreno. “El viejo trabajo policial, estar más tiempo en la calle, con todos los riegos que eso implica”, comentó uno de los oficiales consultados.
Técnicas como la infiltración son casi impracticables entre otras cosas debido a la baja edad de los involucrados en actividades delictivas. La técnica requiere que un agente se integre a una organización delictiva y se mimetice con sus miembros. “Una infiltración implica tener un plan de rescate muy bien trazado porque puede significar la vida del que está haciendo el trabajo”, aclaró el investigador.
En cambio, sí es cada vez más frecuente la técnica del encubierto, donde el agente trabaja en el terreno y puede vigilar de cerca a los delincuentes y recabar información de manera inmediata. “La ley nos ampara, pero eso implica que tenemos que preparar mucho al policía que trabaja en el terreno, a veces con muy pocos recursos. Hemos tenido serias dificultades, incluso enfrentamientos a tiros con delincuentes que por suerte no pasaron a mayores”, contó el consultado.
El otro aspecto que ha complejizado aún más el accionar policial es el nuevo sistema de administración de Justicia. Si bien hay dos fiscalías especializadas en estupefacientes, hay una multitud de hechos conectados al narcotráfico, incluidos los homicidios, que llevan a los policías a pasar en ocasiones por cuatro fiscalías distintas. “Es una dispersión de recursos y pérdida de tiempo increíble”, señaló la fuente.
Según estimaciones de la Junta Nacional de Drogas en comparecencia ante la Comisión de Adicciones de la Cámara de Diputados, el consumo de pasta base ha disminuido y llegado a una suerte de techo. Entre los jueces penales más veteranos es conocido el proverbio: “cuando el botín es más chico, la pelea es más fulera”.
Datos del observatorio revelan un récord
Los datos del Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad confirmaron lo que se venía advirtiendo en materia de índices delictivos. El año 2018 cerró con un récord histórico de homicidios, una cantidad neta de 414, tal vez junto al significativo aumento de las rapiñas los datos más fuertes de este estado de situación. Los análisis desde distintos ángulos de estas cifras permiten dimensionar la gravedad, por ejemplo el relativo a la tasa de homicidios, la principal medición en el mundo en materia de seguridad. Para Montevideo esta tasa se ubica en 16,1 cada 100.000 habitantes. El conflicto entre delincuentes es el 47 por ciento de estos homicidios, y la zona más golpeada de la ciudad es Casavalle, que encabeza el discriminado por zonas. En la médula de estos conflictos se encuentra el tráfico de drogas, aunque también deben considerarse todos los delitos asociados, incluidos el robo y el comercio ilegal de objetos robados. Si bien a las actividades del tráfico se vinculan muchos jóvenes, su participación en homicidios no supera el 8 por ciento.