El jefe de Policía de Durazno, Germán Suárez, es un oficial superior en actividad y ocupa un cargo de confianza política. El 17 de marzo de este año cumplirá 30 años de servicio. Conoce la carrera policial desde el llano. Comenzó como policía en una comisaría en Solís de Mataojo (Lavalleja). Luego hizo la Escuela Nacional de Policía. Tras egresar como oficial, pasó por seccionales ubicadas en la periferia de Montevideo. Por su inclinación a investigar delitos, el Comando de la Policía de entonces lo nombró como jefe de Investigaciones de la Zona II (Buceo y Pocitos, entre otros). Luego fue designado como subdirector de la Dirección de Información Táctica (DIT) de Montevideo, que indagaba casos vinculados a las barras bravas y de corrupción, entre otros temas delicados. Posteriormente Suárez fue destinado al cargo de jefe de la Unidad de Análisis de Hechos Complejos, cuyo cometido es investigar homicidios sin resolver. Después ocupó el cargo de segundo jefe de la Zona 1 (Ciudad Vieja) y luego fue nombrado jefe de la Zona 3 (Sayago y barrios aledaños). En 2022 fue nombrado subjefe de San José y el 14 de marzo de 2023 pasó a ser el jefe de Durazno.
-¿Qué lo llevó a ser policía?
-Mi abuelo, Julio Cabrera; mi papá, Roberto Suárez; mi tío, Julio César Cabrera. Todos ellos fueron policías subalternos. Esta es una profesión que la viví desde chiquito. Crecí dentro de una comisaría. Siempre tengo en mi mente dos imágenes que son de mi abuelo y de mi papá con uniforme. No les voy a llegar a pisar a los talones como policías de alma que eran, con ese corazón y honestidad, con ese orgullo y entrega hacia la sociedad, pero no me imagino haciendo otra cosa.
-¿Dónde estaba esa comisaría?
-En Solís de Mataojo (Lavalleja). Yo nací en la policlínica de Solís de Mataojo. Y desde chiquitito me crié dentro de las comisarías, en las buenas y en las malas, mirando la imagen de mi padre y de mi abuelo que fueron grandes referentes. Entonces siempre soñé con hacer lo mismo que ellos.
-¿Su abuelo y su padre llegaron a trabajar juntos en una comisaría?
-Llegaron a estar juntos, sí. En mi despacho tengo una foto de ellos en la plaza de Solís de Mataojo donde estaban los ocho policías que integraban la comisaría. Ahí se encontraba mi papá, recientemente ingresado. La foto es de 1974. Yo nací en 1975. Estaban uno al lado del otro en la foto.
-Usted conoce a la Policía desde que nació, ¿qué ha cambiado en todos estos años?
-Comencé mi carrera como agente en Lavalleja. Mi primer destino fue la Seccional 1a, de Minas. Enseguida pasé a la Seccional 2a de Solís de Mataojo. Luego de un año y medio fui a la Escuela Nacional de Policía para hacer la carrera de oficial. En ese año y medio hice alguna recorrida por campaña. Y eran otros tiempos. La sociedad ha cambiado muchísimo desde entonces. Era distinto cómo te recibían en el interior, cómo te daban cobijo, cómo era la llegada y la bienvenida al policía... El policía era un orgullo para el hombre de campaña. Si el policía decía que no se quedaba a almorzar, era como una falta de respeto. En esa tertulia con el hombre de campaña, y que verdaderamente sabía lo que ocurría, el policía se hacía de la verdadera información. Y eso se traslada también a Montevideo y al Área Metropolitana.
-¿Cuál cree que es el secreto para conseguir información de relevancia para la Policía? ¿Cambió algo en ese sentido?
-Es sencillo. El método no tenemos que buscarlo en otro país. Está en una buena comunicación con el barrio, con el vecino, en ponerse a conversar. Lo que hoy entendemos como policía comunitaria, u otras cosas que copiamos del exterior, no tienen nada nuevo. Era lo que hacían mi abuelo y luego mi padre. Eran policías de acercamiento, que estaban en continuo contacto con el vecino. El agente que se hacía de un dato para transformarlo luego en información existió siempre, y siempre fue con el objetivo de trabajar en el bienestar y buena convivencia del barrio. Contamos con una gran Policía que ha ido cambiando porque el delito también fue mutando. Pero a veces no nos damos cuenta que principalmente lo que han ido cambiando son los valores que se inculcan dentro de la familia. Es muy difícil hablar con usted de lo que pasó en Canelones, donde ocurrió la muerte de un nene de dos años. Pero tenemos que llamar a la responsabilidad de esa familia. Que la familia no solamente tenga derechos, sino también obligaciones. Se ha perdido el respeto por la Policía y por la familia.
-Hay técnicos que consideran que el deterioro social proviene del consumo de drogas, ¿qué considera usted?
-No es todo culpa de la droga. Hay una droga más importante que es la del ocio, la de la pérdida de valores y de respeto. La única manera de salir de esa situación es fomentando los valores de la familia y la educación. La enseñanza brindada por el Estado es muy buena. También hay otros muy buenos ejemplos de enseñanza, como la que realizan instituciones como Los Tréboles, Los Pinos, el Jubilar y el Cristo Divino Obrero, entre otros. Entonces considero que la familia y la educación son las salidas a esta pérdida de valores, a este cambio en la sociedad que muchas veces se califica de falta de seguridad o inseguridad. Yo creo que es una enfermedad social.
-¿Por qué cree que es eso?
-La otra vez hice un análisis de lo que para mí es negocio de la droga. Yo he dicho en más de una oportunidad, y soy una persona muy transparente y directa, que en la droga tenemos efectos directos, que son el consumo y la adicción; pero también hay efectos indirectos, como la rapiña y el hurto. Estos ilícitos se hacen para comprar droga. Y existen los efectos colaterales, que son las familias enteras que terminan involucradas en esto. Acá yo creo que hay un grave error cuando hablamos de patriarcado en la droga. Para mí es mayor la cantidad de matriarcado en la droga que de patriarcado.
-¿Cómo la Policía puede acercarse cuando el buen vecino tiene miedo de hablar por represalias?
-Es fácil. A la gente de bien siempre se la encuentra. Lo que hay que demostrarle es que uno es una buena persona. Lo que tiene que entender el pueblo, es que detrás de cada policía hay un ciudadano más, hay un padre, una madre, un hijo, una hija que también le interesa que esto (la seguridad pública) se solucione. Para nosotros los problemas no son solo números, porque estos no reflejan una realidad. Y cada delito duele. He discutido en más de una oportunidad con muchos camaradas, porque en cada homicidio dentro de mi jurisdicción le doy un abrazo a la familia. A mí se me caen las lágrimas, porque lo siento como algo personal, como padre o como hijo. Se pretende darle una caricia al alma de la familia afectada, también obviamente que el culpable o los culpables terminen privados de libertad y de que de alguna manera paguen.
-Es evidente que los delincuentes nunca van a pagar una muerte de un padre, madre, hijo o hija.
-Es así. Por eso, cada vez que ha pasado una situación como esa, soy de los primeros en ir a ver a la familia. Y yo creo que el día que perdamos eso (la sensibilidad hacia el entorno de la víctima del delito), tenemos que dejar de ser policías, dar un paso al costado.
-Me consta que usted ha participado en duros operativos, donde se vio obligado a disparar a personas. ¿Cómo se convive con eso?
-Durante mi carrera debí disparar en más de una oportunidad. En el último caso, que tuvo repercusión pública, se trató de un delincuente que huyó por la rambla de Montevideo. No lo dudé ni un segundo, porque evidentemente el delincuente me apuntó y ya había sido capaz de herir gravemente a dos camaradas. Hice lo que tenía que hacer, que era llegar al lugar, respaldar a mi persona e ir adelante como tiene que ser. Si me pregunta, ¿le pesó esa situación? No me pesó. Ningún arrepentimiento. Lo volvería a hacer.
-¿Cómo puede tener esa impronta de policía de cercanía al ocupar cargos de dirección?
-Siento que hay que mantener siempre una impronta de cercanía con la gente. Tengo que estarme aguantando para no ser el primero en patear una puerta o en entrar de cabecita por una ventana en un allanamiento. Hoy sé que mi rol es ser jefe de Policía de Durazno. De todas formas, trato de mantener la cercanía con la gente. No hay otro secreto, el ser transparente y moverse siempre con lealtad hacia las otras personas.
-A fin de año ocurrió una movilización en Durazno por Valentina Lapaz, la joven de 25 años que fue baleada a la salida de un baile. En ese momento usted dijo que la enfermedad de la droga en Uruguay tenía ya 20 años. ¿A qué se refería?
-En 1994, la DEA (organismo de Estados Unidos que combate el narcotráfico) informaba a Uruguay sobre el lavado activo que se daba en nuestro territorio, principalmente en algunos lugares turísticos y de gran relevancia de nuestro país. En 2004 y 2005 se realizaron las primeras operaciones de entidad de la Dirección Nacional de Drogas. Tuvimos un director Nacional de la Policía (Julio Guarteche, hoy fallecido) que advirtió en su momento todo esto. Uruguay no es una burbuja. Entonces, cuando yo dije en ese momento que esta mierda había comenzado hace 20 años, es porque así había sido. Hace dos décadas atrás ya había enfrentamientos en menor escala, evidentemente entre familias que se disputaban territorios en la capital, luego evidentemente en toda el Área Metropolitana y luego se fueron extendiendo hacia el resto del país. Cuando dije que me gustaría haber evitado lo que le pasó a Valentina, es porque lo que sucedió me duele muchísimo. Eso no le puede pasar a una chiquilina. Y me gustaría haberlo evitado, porque uno es policía y no deja de ser también padre. Entonces yo me puse en el lugar de la familia y lo primero que hice fue ir al nosocomio a darle un abrazo. Y cuando le di el abrazo se me cayeron las lágrimas.
-¿Cómo se revierte esa situación que dice tiene 20 años? ¿Liberando todas las drogas? ¿Aumentando la represión?
-Hay una sola solución y pasa por la familia. Y cuando hablo de la familia no solamente darle beneficios sino también hacerle cumplir las obligaciones. En la droga hay que buscar la responsabilidad de los familiares. Hay “achiques” (lugar de consumo) que son piezas abandonadas, pero las “bocas” generalmente son en casas de familia donde hay niños o niñas viviendo. No aprenden otra cosa.
-Usted trabaja con la ventana abierta de su despacho y esta da a la calle. ¿Qué busca con ello?
-La puerta de quien habla está abierta de par a par. Eso me hace comenzar el día de buena manera. A veces pasa un hombre y saluda, o pasa una anciana y mete la cabeza para adentro de la ventana y charlamos un ratito. Hay cuatro o cinco principios fundamentales que yo se los inculco siempre en mi personal: compromiso, actitud, nunca dejar de hacer por miedo equivocarse y perseverancia aplicada a investigaciones. Me considero un servidor público de alma y estoy orgulloso de ser un policía. Este servidor público y no sirviente, tiene la misma importancia que el último agente que ingresó en el último minuto.