LA RECTA FINAL
Un cuarto de siglo después, el debate electoral volvió a las pantallas de TV.
Hay un estudio de televisión, hay cinco cámaras, hay dos atriles con forma de sarcófago cortado a la mitad, hay papeles -demasiados papeles-, y dos precandidatos a la Presidencia prontos para romper con el muro impuesto hace un cuarto de siglo: ese de que en Uruguay no se debate. O dispuestos a reconstruir -salvando las distancias y el paralelismo- aquel muro de Berlín que separó a dos visiones del mundo.
“Treinta segundo para el aire. Veinte. Diez… venimos”. La encargada de piso deja de hablar y las respiraciones se entrecortan. A la izquierda de la pantalla -como si fuera un entrelineado de lo que vendrá después- Óscar Andrade mueve la lapicera blanca que le hace juego con la camisa del mismo color. Pareciera que eligió la vestimenta inspirado en esas cumbres en que se sella la paz. A la derecha -aunque suele correr la cabeza a la izquierda, y valga el entrelineado también- Ernesto Talvi saca una de las dos biromes que guardó en el bolsillo del saco. Optó por los colores sobrios, casi diluidos en la escenografía que Canal 4 aprontó para la ocasión.
Se enciende la luz roja y la política devenida en marketing sale al aire. Durante una hora y unos minutos, Óscar Andrade, el precandidato a la Presidencia por el Frente Amplio, es simplemente “Óscar” -como se lo hace saber su contrincante. Mira fijo a la cámara y al moderador -Daniel Castro-, pero ignora por completo a su oponente. A excepción del final, cuando el debate de “guante blanco” reluce en su esplendor, jamás observará a quien tiene a su costado salvo para tirarle encima “el pasado de los partidos tradicionales”.
Ernesto Talvi es, tan solo, el “economista Talvi” -como le llama su rival cada vez que lo quiere situar en el rol de “Chicago Boys”, como le decían a esos economistas liberales formados en Estados Unidos. Cada tanto prefiere echar un vistazo a su adversario y, para apoyar su discurso, muestra ante cámaras unas gráficas impresas en una hoja A4, una estrategia que en los debates electorales españoles usaba Albert Rivera, el líder de Ciudadanos. Cualquier similitud entre los candidatos y el nombre de sus movimientos (el de Talvi también es Ciudadanos) tal vez no sea mera coincidencia. ¿No?
A diferencia de los debates de España, o de México y Estados Unidos, el de Uruguay puede resumirse con el nombre de un país devenido en adjetivo: fue un debate “a la uruguaya”. Era la birome Bic contra la que te regalan en la ExpoPrado. El de dos precandidatos sin corbata y que se negaron a que el peinador les acomode el pelo durante el corte. El de dos equipos de fútbol que se acorralan en los 90 minutos de partido pero que, cuando pita el juez, se funden en un abrazo, se sacan fotos juntos y bromean.
Puede que en el país más ateo del mundo, ese que hizo del fútbol una religión, todo tenga algo de ese deporte. Es que pese a los nervios del comienzo, la distracción de Talvi cada vez que sonaba la campana porque le quedaban 15 segundos o el movimiento constante de la boca de Andrade cuando pensaba cómo responder (no por eso le llaman el Boca), la tensión estuvo más en la tribuna que en los jugadores.
Detrás de las dos cámaras centrales, sentados sobre la escenografía del programa Vespertinas, observan atentos los asesores de ambos precandidatos. Miden los gestos, miran el celular buscando que las conversaciones en las redes sociales le hagan llegar la tranquilidad que les falta, calculan los tiempos. Calculan.
El diputado comunista Gerardo Núñez, a quien le había tocado “debatir” dos días antes y que esta vez estaba en rol de asesor de Andrade, le hacía señas en silencio para que su candidato mirara a la cámara. Su idea era que le comunicara el mensaje directo al público, como si estuviera hablándole cara a cara a alguno de los 286.000 televidentes que, por un momento, estuvieron al mismo tiempo sintonizando el debate (22 puntos de rating, cuando debatían en el primer bloque sobre la “década ganada o perdida”).
El publicista Francisco “Pancho” Vernazza, del comando de Talvi, solo da indicaciones en los tandas publicitarias, mientras la maquilladora le espolvoreaba la mejilla. En uno de esos cortes hay algo en la pantalla que distrae al veterano publicista. Julio María Sanguinetti, competidor de Talvi en las internas coloradas, pautó publicidad. “Otra vez el Viejo. Tendría que haber pautado yo también”, se lamenta.
Vernazza fue el mismo hombre que estaba detrás de la estrategia de Sanguinetti en el último debate electoral que recordaba la televisión uruguaya, el de 1994 contra el hoy presidente Tabaré Vázquez.
Entre aquella disputa y la de ayer ha pasado demasiado en la comunicación política. Llegaron los movimientos de cámaras y el HD, los solaperos, el cuidado de los gestos y de la vestimenta. Vino el rating de minuto a minuto y el rating que se juega en las redes sociales.
Pero algo parece haberse quedado detenido en el tiempo: un muro que separa ideas y dos hombres dispuestos a defenderlas con respeto. Democracia le dicen.
Lo intentaron pero, en el fondo, no pudieron. Ambos, Óscar Andrade y Ernesto Talvi, intentaron por momentos salirse de la dicotomía empresario-trabajador, macro-microeconomía, estatización-privatización. Pero la rapidez del rival siempre logra encerrar al oponente en donde no quiere. Entonces Talvi llevó a Andrade a tener que referirse sobre las “dictaduras” de Cuba y Venezuela, pretendiendo llamar la atención sobre presuntas debilidades ideológicas del actual gobierno, que limitarían la inserción internacional del país. Por su parte, Andrade redobló a Talvi haciéndolo quedar como el defensor del gran capital versus el “94%” de los emprendimientos autogestionados por trabajadores que “son exitosos”. Y fue así que uno sacó a relucir su título de doctor en Economía para decir “está claro que el Frente Amplio no sabe administrar la escasez, solo la abundancia”, y el otro, el sindicalista, para refutar: “¿No es tiempo de poner en la agenda a los trabajadores de arroz que chupan tóxico?”
"El debate entre Ernesto Talvi y Óscar Andrade fue la razón versus la pasión. En todos los bloques temáticos, Talvi manejó mejor el contenido y el hilo argumental. Pero la forma de comunicación de Andrade fue más efectiva, más penetrante, y la gente al mirar televisión se queda con lo pasional y no con las ideas racionales. En eso se pareció mucho al famoso debate de Nixon vs. Kennedy: uno bronceado y sanito, el otro pálido recién salido de una operación. Solo hubo un momento en que Talvi salió vencedor: en el final. Es que Andrade optó por agradecer, le hablaba a cámaras de su vida de constructor pero no tenía esas manos de quien se pasó la vida colocando ladrillos. La imagen y el contenido no eran coherentes. Talvi, en cambio, buscó el voto de confianza”. Así lo vio Montserrat Ramos, docente de Comunicación Política en Universidad ORT.
"Ambos se manejaron con una "lengua política estándar", sin caer en giros excesivamente populistas, uno, y sin emplear tecnicismos o referencias eruditas, el otro. Llamó la atención el vocativo "Óscar" que permanentemente Talvi deslizaba cuando se refería a su contrincante, como para construir un personaje llano, próximo, alejando la imagen del técnico frío que está en su torre de marfil. Andrade se mostró, tal vez, más contraído, menos dado a crear la imagen afable, manteniendo la distancia al aludir a su rival simplemente como “Talvi”. Estos tanteos en el trato interpersonal podrían verse como una señal de la propensión a tender puentes entre quienes piensan diferente. Aunque la política a menudo es puro simulacro, ante un público arisco cuya confianza se desea ganar”. Así lo entendió Fernando Rius, docente de Semiótica en UdelaR.
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