El historiador y periodista argentino Carlos Pagni, columnista de La Nación y conductor del programa La Odisea Argentina en LN, estuvo en Montevideo para disertar junto al expresidente Julio María Sanguinetti sobre los desafíos de la democracia en América Latina. Pagni dialogó con El País sobre el gobierno de Javier Milei, la corrupción y el ejercicio del periodismo en su país y los peligros para la democracia liberal.
-¿Argentina está mejor o peor desde que el pasado 10 de diciembre asumió como presidente Javier Milei?
-En términos económicos, que es determinante, Argentina está mejor. Hace un año íbamos hacia una catástrofe.
-Sus análisis semanales sobre la coyuntura política le dan gran importancia a la economía. La caída de la inflación es un gran logro. ¿Es sostenible?
-Veremos, porque hay una gran incógnita en cuanto al sistema cambiario y monetario. Faltan dólares. La gestión de Massa nos mostró que con diversas manipulaciones se puede vivir mucho tiempo con reservas negativas, es decir, utilizando los depósitos en dólares de la gente. El problema es que la inflación en Argentina está muy ligada al comportamiento del dólar. Si hay un deslizamiento del dólar libre, todo el sistema económico tiende a reindexarse según esa pauta, a veces incluso más de lo necesario. Por lo tanto, la inflación podría volver por esa vía. El gobierno hace una apuesta política contra la inflación porque sabe que es lo único que tiene como trofeo. Si pone en riesgo eso, podría perderlo todo.
-En los primeros meses de gestión se sembraron dudas sobre la capacidad de Milei para terminar su mandato. ¿Siguen presentes esas dudas?
-El azar de la historia puso, en un momento donde se requiere un gran ajuste económico con decisiones sumamente antipáticas, a un gobierno absolutamente débil en lo institucional. Pero, dadas las condiciones actuales, con un vacío político y una crisis en la oposición, es muy difícil pensar hoy que el gobierno de Milei no terminará. Con los datos actuales, y aunque Argentina es un país insólito, no se ve una alternativa. Hasta el kirchnerismo está en una situación de esperar y ver. ¿Por qué? Porque puede haber algo peor que Milei, y es la caída de Milei.
-Un informe privado señala que hay un 53% de pobres. ¿Puede revertirse esa situación en el corto plazo?
-Para eliminar esos niveles de pobreza se requiere un largo proceso, algo que los argentinos no conocemos. Es decir, se necesita una política consistente de crecimiento durante muchos años, y eso demanda niveles de acuerdo político que le den continuidad. Las condiciones en la política argentina, caracterizadas por la confrontación y la fragmentación, no son muy compatibles con estabilidad y generación de confianza a largo plazo. Por lo tanto, podríamos estar en una declinación prolongada.
-Queda la sensación de que Argentina, además de una degradación económica y política, tiene una crisis moral, ya que los casos de corrupción no son aislados y afectan a la política, los sindicatos, la justicia, el periodismo, etc. ¿Cuándo comenzó ese declive?
-Obviamente, es un país con altos niveles de corrupción y mafias instaladas, que no se limitan solo a la corrupción política, sino que también involucran al narcotráfico. Determinar el inicio de este problema es complejo, pero creo que la crisis del sistema judicial es un factor determinante. En Argentina hay corrupción porque también hay mucha impunidad. Es un problema de segundo grado y muy difícil de solucionar. Se requiere un gran consenso político, liderazgo, y convicción política y moral para corregirlo. Este gobierno de Milei no tiene la lucha contra la corrupción entre sus principales preocupaciones, y eso es un problema porque hay un sistema de corrupción defendido por estrategias muy inteligentes. No se trata solo de encontrar un corrupto, sino de sistemas que se reproducen y personas que ya tienen monta- do su negocio en la corrupción y lo defienden.
-A usted lo critican los kirchneristas y también los militantes de Milei. ¿En un país como Argentina, con un periodismo de opinión tan fuerte y audiencias que cada vez más eligen a quienes confirman sus prejuicios, qué tan difícil es ejercer el periodismo de forma profesional y neutral?
-Difícil no es. Si tienes claro cuál es tu oficio y la esencia de tu trabajo, no es difícil. Es cierto que en todo el mundo donde hay prensa libre, hay una tendencia a la polarización. ¿Qué es un periodismo militante? Es un periodismo que mide a distintos actores con diferentes varas. Yo creo en un periodismo ideológico, comprometido con ideas y valores determinados, pero esos valores, ideas y criterios deben aplicarse de manera universal. No deben usarse para castigar a unos y ser tolerante o cómplice de otros. Eso es una perversión del oficio. No existe periodismo sin sentido crítico, porque el propósito del periodismo es desenmascarar el poder y los mecanismos de engaño para que la gente pueda decidir en el mercado de la política y la economía con mayor autonomía y criterio. Cumplimos una función estratégica, por eso se nos otorgan fueros. No es un privilegio del periodista, sino un derecho de la gente a tener transparencia informativa. El gran desafío es seguir siendo riguroso, crítico, racional y profesional, y no transformarse en un predicador electrónico. Eso es otra cosa. Si querés ejercer el periodismo militante, postulate a diputado.
-Sin embargo, ese estilo militante de ejercer la profesión parece haber llegado para quedarse.
-Se trata de alimentar lo que la gente quiere escuchar, exacerbar las pasiones y los odios, hacer bullying contra alguien para generar un espíritu de comunidad. Eso es un negocio y puede dar rating. Además, es muy fácil de hacer, es lo más sencillo del mundo, pero insisto, eso no tiene que ver con el periodismo, y confundir eso con periodismo es una agresión a la democracia.
-Los políticos también juegan a polarizar a la sociedad en la misma lógica de las redes sociales buscando sacar su rédito. ¿Están mal vistos los tibios que dialogan y buscan consensos?
-En toda forma de poder hay una fantasía de dominación, manipulación y control. Hay quienes creen que a través de las redes sociales pueden manejar a la gente, dándole una ilusión de libertad y expresividad. Los que dialogan no están de moda; pierden espacios. Por eso, la calidad de la democracia está amenazada, porque deja de sustentarse en el diálogo y el intercambio racional de ideas. Todo pasa a ser una guerra de emociones, odios, creación de grupos y sentimientos de pertenencia a partir de la agresividad hacia el otro. Eso es una traición a los ideales civilizatorios auspiciosos de la Ilustración y la democracia liberal constitucional de los últimos tres siglos.
-Usted ha mencionado en una disertación que observa rasgos fascistas en todo esto.
-No estoy diciendo que haya un proyecto alternativo a la democracia liberal, sino que hay prácticas que ponen en crisis los rasgos principales de este proyecto. Los presidentes que tuitean a las 3 de la mañana, como (Donald) Trump, (Jair) Bolsonaro o Milei, tienen la ilusión de comunicarse con la sociedad, pero en realidad están comunicándose con unas pocas cuentas en X, de las cuales no sabemos cuántas son trolls. Todo esto deteriora la democracia y genera fenómenos autoritarios relacionados con el odio, la persecución y la cancelación del otro. Eso tiene rasgos fascistoides. Había un cartel en la Italia fascista, con la figura de (Benito) Mussolini cruzado de brazos con casco de guerra, que decía “Il Duce ha sempre ragione” (el Duce siempre tiene razón). Hoy ocurre algo similar. Trabajar en la política con información deliberadamente falsa no solo nos pone en contra de la verdad, sino también a unos contra otros. Si tenemos diferencia respecto de los hechos, no opiniones distintas respecto de los hechos, sino diferencia respecto de cuál es el hecho, no hay diálogo posible. Y estamos llegando a ese límite.
-¿Y cómo nos preservamos frente a ese fenómeno cada vez más presente y extendido?
-Me relaciono con el problema, como con las redes sociales, que pueden ser problemáticas, según el nivel de educación que tengo. La educación otorga libertad frente a estos fenómenos. Por lo tanto, la educación sigue siendo la palanca fundamental. La educación, la formación del sentido crítico y la capacidad de interpretar la realidad son enormes antídotos frente a estos desafíos. Eso es clave para el funcionamiento de la democracia.
“Denle valor a lo que nosotros perdimos”
-En Argentina son muy generosos con sus elogios hacia Uruguay. ¿No hay una suerte de idealización por el contraste frente al drama que les ha tocado vivir?
-Creo que tenemos una visión bastante objetiva. Uruguay no ha tenido grandes crisis económicas y logró superar la de 2001. No hay fenómenos similares a los del populismo de izquierda. Tiene estabilidad económica a largo plazo y una gran reducción de la pobreza en los últimos 15 años. Eso implica que en Uruguay hay una racionalidad política, diálogo y convergencia. Que Sanguinetti y Mujica hayan podido publicar un libro juntos es un mensaje envidiable para lugares donde la gente ya no dialoga. En Argentina, la Constitución exige que la designación de un juez de la Corte o del jefe de los fiscales requiera dos tercios del Congreso o del Senado. Con el nivel de polarización actual, es imposible juntar dos tercios. Esto muestra una disfuncionalidad entre el sistema institucional constitucional y la realidad política. La ley pide lo que la política no da. En Uruguay eso no ocurre. No es idealización, es reconocer y valorar lo que nosotros hemos perdido. Por eso insisto en que hay que cuidar la democracia uruguaya.
-Hoy en el mundo tenemos guerras en curso, el avance de la ultraderecha en Europa, el peligro de una escalada militar en Medio Oriente, crisis migratorias muy profundas y líderes que hablan de sus armas nucleares. Como historiador, ¿es un momento especial para la humanidad?
-Dos guerras simultáneas hace mucho que no había, y hoy ponen en jaque a muchos liderazgos, sobre todo a Estados Unidos. Hay una regresión que era impensable. Y la emergencia de un poder nuevo como el chino, que todavía es indescifrable. Hoy, por primera vez, el Departamento de Estado de los Estados Unidos no puede planificar porque son dos mundos y eso sí es una novedad, la fractura impide consensos internos sobre temas de Estado y por lo tanto impide mirar a largo o mediano plazo. Si gana Trump, la vida para Vladimir Zelensky y Ucrania va a ser otra que si gana Kamala Harris. Bueno, eso es un problema, la imposibilidad de planificación para un país como ese es una novedad.
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