ENTREVISTA
El hombre que llevó a Tabaré Vázquez al gobierno en 2014 pero no pudo hacerlo con Daniel Martínez en 2019 explica por qué rechazó liderar la campaña a favor de la derogación de la LUC.
Lento y preciso cuando explica su visión sobre los cambios tecnológicos que afectan la comunicación. Algo incómodo cuando se le pregunta por la campaña a favor del Sí, serio cuando expone sobre la LUCy enojado cuando habla de las tarifas y los impuestos. Embelesado cuando menciona el presente político de Chile. Cuidadoso cuando elogia el feminismo.
En sus distintos modos, Claudio Invernizzi siempre habla con cierta solemnidad y gusta de una oralidad que se parece más a la escritura. Además de elegir bien las palabras, escoge también la extensión de sus pausas y procura en todas las respuestas volcar pensamientos propios.
Se alejó temporalmente de la publicidad para escribir su último libro, El pasado es un montón de cosas inconclusas, y ahora trabaja en su casa en el último tomo de una trilogía sobre la ficción que ocurre en Puerto Vírgenes.
En la calma y el disfrute de una vida enlentecida, dedica tiempo a militar por el Sí a la derogación de 135 artículos de la LUC. Sin embargo, no quiso ocuparse de la campaña y aquí explica por qué: cree que es tarea para los jóvenes, y además percibió en la comisión organizadora “dificultades” que determinaron su negativa a involucrarse.
Sobre la importancia de la ley, sobre qué terminará definiendo a los indecisos, pero también sobre comunicación y política, sobre Tabaré Vázquez y Daniel Martínez, se trató esta conversación con El País.
—¿Cómo observa las transformaciones que se están dando en la comunicación: el consumo de información, los intercambios en redes, la multiplicidad de emisores, receptores y mensajes...?
—Creo que en realidad la comunicación, en términos generales, está en el eje de los procesos de cambio que está viviendo la humanidad: la comunicación como consecuencia de los desarrollos tecnológicos. Hoy hay más público para todo, y además de existir más público para todo, existen más emisores para todo. Probablemente no haya mayores disensos que los que había en la feria, en los bares. Pero la existencia de mayor público y de mayor reproductores de cualquier tipo de comunicación vuelve inevitable el ruido; vuelve inevitables la tormenta, los relámpagos y los truenos. Vuelve inevitable también la radicalización de esos encuentros. Porque todo sucede bajo el cobijo de la distancia.—La distancia vino para quedarse.
—Sí. Y no solo eso. Esta no es una revolución tecnológica, es una revolución permanente científico-tecnológica. Ya ha generado cambios de hábitos y pienso que en algún momento, tal vez, termine transformando cuestiones de fondo. Yo tengo mucha confianza en la especie. Creo que siempre a último momento hay algo que nos salva; algo de espíritu de conservación que nos permite seguir.—¿Pero qué transformación positiva imagina?
—Que así como existe una dialéctica entre la construcción y la destrucción, también en el mundo virtual suceda. En el peor de los escenarios existen voces que buscan neutralizar la radicalización. El tema es cuánta confianza la especie tiene en ellas. Digamos, mi optimismo tiene que ver con lo que la especie ha ido superando a lo largo de la historia de la humanidad: guerras, pestes, pandemias. Creo que el temor a la distopía de alguna manera es el control de la distopía. En ese marco, creo que los medios han quedado descontrolados, profundamente desconcertados. Sin encontrar el rumbo por el cual deberían ir: si son ordenadores, si tienen que pelear por la noticia, si tienen que generar un orden en la noticia, si su rol consiste en generar agenda.—¿Por dónde cree que está la clave para comunicar eficientemente?
—Creo que hay distintos lugares para los medios, en tanto la diversidad de públicos busca informarse de manera diferente. Pero por dónde va el camino, sobre qué plataformas o de qué modo… el tiempo dirá ¿Traduciremos toda la información en 15 segundos con alguna plataforma parecida a TikTok que ya no será lo mismo, sino que será un holograma en el living de tu casa y te dará los datos del día? ¿Estará nuestra capacidad biológica preparada para recibir el volumen de información que estamos recibiendo hoy y el que tendremos que recibir dentro de 10 años? Todo eso va a determinar cómo será el mensaje. Lo que sí yo creo es que bajo esa capa se estará dando cumplimiento a las expectativas del público. Y seguirá teniendo un rincón indispensable la mirada crítica, la reflexión y la búsqueda permanente de una de las formas de la verdad.—El holograma en el living suena distópico, para seguir con esa idea.
—Sí, lo es. Estamos asistiendo a un cambio de una dimensión extraordinaria. Se exige una capacidad aterradora de respuesta de nuestro cerebro a los estímulos que nos llegan. Esta realidad nos va, al mismo tiempo, curiosamente distanciando de los hechos. Tanta información coloca a la muerte y el horror casi que en un territorio de ficción. Nuestra condición humana tal vez no esté preparada para resistir tanta cosa. Los más jóvenes, que en teoría sí están preparados porque nacen con esto, depende de la contextualización que tengan, el futuro de cada uno de ellos. La contextualización es en qué marco no virtual sucede lo virtual. Y ese marco es el que deberá darnos un futuro mejor.—¿Cómo hace la política para llegar con su mensaje a los nuevos electorados?
—El problema de la política es que la política mata la política; muchas veces queda sometida a la imprevisibilidad del éxito de la propuesta electoral. Y eso la arrastra a correrse a veces de sus convicciones para poder dar respuestas a expectativas ciertas, lógicas que pueda tener el electorado. Fíjate qué rol tiene la comunicación en esto. Si se está dispuesto, como el mundo democrático lo exige, a dar respuesta a las expectativas del electorado, la microsegmentación es inevitable. ¿Qué contenido va en esa microsegmentación? Es la primera cosa clave. Lo otro es cómo la política debe dar respuesta a todo esto y construirse no solamente desde un logotipo o un slogan, sino realmente en función de sus objetivos para poder estar más cerca de esas expectativas. Y aprender a poner el límite a la demagogia. Siempre la realidad será la kriptonita del marketing político. Otra cosa es la inteligencia comunicacional.—¿Cuál es la diferencia?
—La diferencia está en que el marketing político no repara en convicciones, y la inteligencia comunicacional debe hacerlo para que el mundo político no sea un show más al que asistamos.—Ahí aparece la amenaza de la posverdad y los “relatos”.
—Sí. Relato es una palabra que me irrita, que llena espacios hasta en los propios políticos cuando no saben qué decir. Puede ser perdonable para los fundamentalistas, para los hinchas y hasta para los militantes. Pero no para los políticos, que tienen una responsabilidad. Y se endilgan unos a otros esa responsabilidad y la violan sistemáticamente. Comunican impunemente muchas veces. Alteran el orden democrático sin ni siquiera darse cuenta de que los están alienando, o porque sus intereses los obligan a alterar ese mundo y a mandar agua para su propio molino.—Hace un tiempo dijo que Tabaré Vázquez lo convencía en cinco minutos de ideas contrapuestas a las suyas. ¿Alguien le ha producido algo similar?
—Yo soy muy blando, me convencen rápidamente. Hay gente que tiene esa capacidad de convencimiento indispensable para una carrera política, pero con la cual hay que ser muy cuidadosos. Eso es el poder. Quienes tienen esa capacidad deben manejarla con cautela. Sí, hay gente, cómo no. Me pasa con la política, con la literatura, con el cine y con la publicidad.
—¿Pero alguno lo convenció como él?
—No. Entre los políticos creo que no. Soy de izquierda, y la gente que me ha convencido es de izquierda. Y soy de los que cree que sigue existiendo la izquierda y la derecha. Esto no es una discusión sobre las sensibilidades; creo que hay gente de derecha con sensibilidad. El tema es el cómo esa sensibilidad se colectiviza.
—En esto hay otra palabrita que tal vez odie, como relato: la grieta.
—Ah, la odio. Odio las palabras que se ponen de moda. La grieta no es más que una reinterpretación de la dialéctica. Nosotros vivimos una agudización de la radicalización y de la dialéctica a fines de la década de los 60 y en la década de los 70. Si no la llamamos grieta entonces, ¿por qué la vamos a llamar ahora? ¿Por diez estúpidos que se están peleando a los gritos? Eso no es grieta, eso es imbecilidad, falta de rigor, falta de pensamiento.
—¿Cómo ha cambiado la militancia política? Antes era desde la cuna, ahora parece estar más vinculada a los cargos o porque te lo exigen para llegar. ¿Ya no hay convicción ideológica?
—Creo firmemente que sigue habiendo militantes sin aspiraciones personales. Sí sucede que después de que sos gobierno, la profesionalización de la política genera distorsiones en la militancia y se desdibuja la línea de la generosidad del acto de la militancia. Pero ya no se milita solo en el terreno político: aparecen las causas. El feminismo como causa. ¿Cuál es la aspiración personal o individual en el feminismo? Creo que en el 90% de las mujeres, ninguna otra que las reivindicaciones de la mujer, hasta transformarse en una de las grandes revoluciones contemporáneas. Convoca transversalmente a los sectores políticos. Estamos asistiendo ahí también a una novedad. Ahí se instalan las nuevas inquietudes generacionales maravillosas. Yo he tenido que aprender muchas cosas. Tengo 65 años. Vos me preguntabas por los convencimientos: si me habrán convencido los movimientos feministas. Del que era, del que ya no soy, del que peleo por no ser, porque a veces inevitablemente me nacen conductas inapropiadas. Con respecto a la profesionalización de la política, sí, es verdad. En los hechos, el FA ha necesitado repensarse. Y hoy ojalá convoque a la inteligencia y a la madurez política de la juventud con sus nuevas causas, como lo hizo en el 71 convocando a gente que provenía de distintos lugares, para pensar la izquierda como un espacio diferenciado.
—¿Cree que eso sucederá?
—Creo firmemente en que va a suceder. Va a pasar. Estoy casi al borde de ser un oficialista del Frente Amplio (risas).
—¿Y fue parte de los desencantados?
—No tuve tiempo. Naturalmente, tengo pensamiento crítico. Pero la realidad imprimió otras cosas. No me corrió del pensar y repensar la realidad. Por eso me siento tan cerca, por ejemplo, de un fenómeno como el de Chile. Cuando pienso que Chile tiene un presidente de 35 años y un equipo de gobierno con 14 mujeres en 24 ministerios, pensando desde la diferencia, construyendo gobierno, se me cae la baba. Me ilusiona, y me da miedo porque Chile es un país muy particular, pero rejuvenezco.
—El hecho de que sean mujeres y jóvenes, en sí mismo, ¿qué asegura?
—Asegura algo de lo cual la derecha habla mucho: lo nuevo, lo moderno. Lo que pasa es que la línea divisoria sigue siendo otra: la colectivización de la sensibilidad. Creo en los jóvenes y en las mujeres porque también pienso que sus verdades están menos contaminadas.
El no al Sí.
Hace un mes, cuando el comando por la derogación de los 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) le pidió a Esteban Valenti que se encargara de la parte publicitaria de la campaña, El País informó que antes habían pensado en Francisco Vernazza y en Claudio Invernizzi. A Invernizzi lo llegaron a contactar pero el publicista rechazó esa propuesta.
Se debe a dos motivos, explica Invernizzi ahora en esta entrevista, en la que de todas maneras se define como “militante del Sí”. De hecho, en cierto momento de la nota tocan timbre en su casa para ofrecer una balconera rosada y otros materiales de difusión, lo que él acepta entusiasmado. No pierde la oportunidad de bromear con los militantes porque justo entra a su casa un amigo de su hijo, adherente al No, y les dice: “con él no pierdan tiempo”.
—Le ofrecieron encargarse de la campaña por el SÍ y dijo que no. ¿Por qué?
—Porque, la verdad… (piensa) Hay dos cosas. Una, porque pensé que en el aspecto de comunicación debía liderarla gente joven. Ya había en ese momento gente joven vinculada. Y porque pensé que la comisión tenía que ser respetuosa de eso, a lo cual yo ya le veía dificultades. Y eso de que la comisión fuera respetuosa de las propuestas comunicacionales que se generaban me hizo repensar una respuesta posible. Había un viejo cuento repetido, ya gris de tantas veces que se ha hecho: aquello de que un camello era un caballo salido de una comisión (N. de R., el relato apunta a que en los comité se complejizan ideas simples). Es muy difícil lidiar con eso, y uno tiene que regular si es capaz de tener el poder suficiente para dar un norte a una campaña de estas características. Y si no lo tiene, lo mejor que puede hacer es replegarse y dejar que otra gente pueda ingresar.
—¿Por su momento o por las circunstancias?
—No era mi momento. No era mi momento en estas circunstancias. Ahora, me he convertido naturalmente en un militante del Sí.
—En el Desachate de 2015 habló de la dureza de las campañas políticas, y de por qué lo volvería a hacer. “Nos podemos desentender de la política pero la política no se desentiende de nosotros”, dijo. ¿Ya no siente esa responsabilidad?
—Sí, claro que la siento. Siento esa responsabilidad y es una responsabilidad genética. Es irrenunciable. Hay distintas maneras de asumirla. Mi lugar para asumirla no era haciendo la comunicación de la campaña por el Sí. Era hacerlo en la militancia diaria, hablando con la gente del No, discutiendo –no por las redes, que no es mi lugar de lucha: no me interesa banalizar lo que para mí es demasiado importante. Preferiría de corazón dejarla acá, porque cada vez que un comunicador opina de una campaña pareciera que se transforma él en la campaña, cosa que no está ni en mis objetivos de vida ni en mis objetivos profesionales, ni en mis objetivos con respecto al Sí, que aspiro a que pueda ganar.
—El alto perfil de la persona que dirige la comunicación de la campaña, ¿conspira?, ¿perjudica?
—Sí.
—¿Le importa la LUC?
—Sí. Me importa la desconfianza que me generan los artículos que están en disputa. Y la confianza y la desconfianza para mí es un tema central en la política. Pero no es arbitrario. No es un tema que se lleve a lugares personales, sino que me genera confianza y desconfianza lo que construyen los colectivos de las personas. Y hacia los lugares que conceptualmente eligen para su derrotero. Podríamos hablar de seguridad, de educación, de muchas cosas. Yo prefiero hablar de confianza y de desconfianza. A veces, cuando el gobierno se para en un teórico pedestal de éxito, avalado por encuestas que dan el 50% de personas y compatriotas, y dicen ‘esto es una elección a mitad de camino’, eso nosotros en el básquetbol lo llamábamos pizarrear. Y cuando un gobierno pizarrea, a mí me genera desconfianza.
—¿La hipótesis es que si esto fuera una elección de medio término, el gobierno tendría las de ganar?
—Por eso. Pero –y no quería caer en esto, porque trato de abstenerme de pronunciarme sobre estas cosas- un gobierno que dice que no va a aumentar los combustibles y los impuestos, y lo que hace es aumentarlos; pero al mismo tiempo dice ‘no los voy a aumentar’ y los contiene; y hay un ministro que habla del resorte, que quiere decir: ‘contengo el aumento ahora’, ¿para qué?, ¿para largarlo cuándo?, ¿después de que se vote la LUC? Y no hubo tiempo, y hubo que volver a aumentar los combustibles. Y cuando esos aumentos, en relación al salario, generan la brecha que el otro gobierno había contenido, me genera desconfianza.
—La desinformación está jugando un rol en esta campaña. ¿Cómo percibe que lo está viviendo la gente? ¿Es todo spam y da igual que digan la verdad?
—Yo creo que hay de todo, ¿sabés? Siempre somos ultimomomentistas en todo, también en estas cosas. Y creo que hay un núcleo duro y círculos de atracción: a los que les importa mucho, a los que les importa, a los que les importa más o menos y a los que no les importa nada. Esos círculos empiezan a apretarse a medida que la fecha de la elección va llegando, estimulados por la propia campaña. Hay desinformación, pero de hecho la desinformación empieza cuando tenés 135 artículos para discutir, aunque sean los órdenes temáticos muchos menos. Pero naturalmente dificulta la información. Esto también genera apatía. La apatía, que es el círculo final y que hoy puede tener engrosada a la mayoría de la ciudadanía, se empieza a concentrar a medida que los círculos se van cerrando sobre sí mismos y terminan en el círculo de los interesados.
—¿Qué es lo que define al final a los indecisos para un lado o para el otro?
—Muchas cosas. En términos reales, no termina definiendo la información seca y dura. Termina definiendo la interpretación que hacen de la información quienes están en los círculos más cercanos a los electores.
Sobre Daniel Martínez: “Teníamos un muy buen presidente, pero no un buen candidato”
—Se suele decir que cuando se gana una campaña, el que gana es el candidato, y cuando se pierde, quien pierde es el que dirige la comunicación de esa campaña. ¿Alguien le cobró la derrota de Daniel Martínez?
—Sí. Sí, claro. Creo que esta derrota tiene un ejército de responsables. Identificarlos, crear hipótesis para esta derrota. Generar hipótesis para esta derrota siempre nos va a llevar por caminos equivocados, porque siempre va a quedar algo afuera. Esto no tiene que ver con la necesidad de revisión de esta derrota y la identificación de los problemas. Lo que la hipótesis genera son situaciones no profundas, no reales sobre lo sucedido. Una de las autocríticas que yo hago sobre algo que no hubiera podido corregir jamás es en qué momento me di cuenta de que nosotros teníamos un muy buen presidente, pero no un buen candidato. Y que eso hubiera podido generar un cambio sustancial en la campaña. No tener un buen candidato significa no tener el prototipo de candidato que puede conectar con aquellas sensibilidades.—¿Qué podría haber hecho de haberse dado cuenta a tiempo?
—Nada. Porque yo podría haber dado pelea sin tener ninguna certeza de victoria; al contrario, previendo una derrota fenomenal. Había muchos comandos, había mucha gente con opinión. Había muchas diferencias en el camino que la campaña debía tomar. Si yo tuviera la responsabilidad de analizar la derrota, arrancaría por identificar cuáles eran esos comandos, por qué se había generado esa cantidad de comandos, y por qué no hubo suficiente fuerza para derrotar los comandos individuales que también existían y que eran capaces de incidir en la campaña, y que nada tenían que ver. Yo no fui jefe de campaña. Yo había renunciado a la jefatura ya en las elecciones internas. Es más, yo había planteado un repliegue mío cuando vi que había cosas que no estaban funcionando y que yo personalmente, por incapacidad, por lo que fuera, no podía gobernarlas.—No le gustaba ese lugar.
—No. Yo soy un redactor publicitario que ha estado en su vida atraído por la política. Punto.