Cae la tarde en el barrio Cordón. El movimiento es intenso. Los comerciantes empiezan a bajar las persianas de los escaparates de sus tiendas. Muchas personas retornan de sus lugares de trabajo a sus casas. Otras se prepararan para realizar compras en el supermercado. En la esquina de Mario Cassinoni y Palmar, tres cuidacoches cuentan sus"ganancias" y realizan "intercambios" sin disimulo. Uno de ellos enciende un cigarro.
El panorama para el visitante no es alentador en la zona de las calles Palmar, Mario Cassinoni, Guaná, Charrúa y Ana Monterroso de Lavalleja. En ese "territorio", como dirían los sociólogos, hay historias de todo tipo, de las buenas y de las malas.
Las buenas tratan sobre personas que trabajan para subsistir. Pero no son las únicas. Los vecinos coinciden en que en el Cordón hay una "subcultura" que se sostiene con el "mangueo" diario de una moneda a cambio supuestamente de cuidar coches o de brindar un "dato" para los ladrones de autos. "Ya sabemos que algunos cuidacoches 'marcan' los autos para los ladrones. Están las 24 horas en la cuadra. Cuando roban un auto, le preguntamos si vieron algo y dicen que a esa hora no estaban. Sabemos que ellos son cómplices", dice a El País el empleado de un comercio.
Según relataron comerciantes y vecinos, el principal problema del barrio es que es una zona montevideana donde se aglutinan refugios estatales y pensiones, lo que genera que muchas personas deambulen por el lugar.
"A este barrio viene gente de todos los lados (de Montevideo). Muchas personas vienen a manguear acá. Puedo manejarlos. No hago caso si me compran una galleta y les falta $ 5. Es mejor tenerlos de amigos. A veces aparece un desquiciado", cuenta Jorge Rodríguez, propietario de una papelería ubicada en Ana Monterroso de Lavalleja y Joaquín Requena.
Rodríguez insiste en que su estrategia le da buenos resultados. "Juego al viejito bueno", sostiene. Sin embargo, al ser consultado por El País, Rodríguez recuerda que tiempo atrás le rompieron la cortina de hierro y la vidriera para robarle. "La inseguridad y los problemas de adición de las personas en situación de calle son asuntos complejos. Es un tema social que acá no se le echó el ojo; no hay contención. Pasa en el mundo. Pero acá se nota más", reflexiona.
A 20 metros de la papelería de Rodríguez, en Joaquín Requena a la altura del 1518, días atrás cerró un refugio que funcionaba en una casona antigua. No trascendió si pertenecía al Ministerio de Desarrollo Social (Mides) o a una organización no gubernamental (ONG). Una persona que vive en la calle no se enteró del cierre del refugio porque dejó su cartón para esperar su turno de ingreso en la puerta de la casona.
A pocas cuadras de allí, por la calle Acevedo Díaz y Palmar, la comerciante Iliana González gerencia la tienda de ropa femenina Caro Store. Dice que la zona "está complicada" desde el punto de vista de la seguridad y recuerda que, cuando recién vino a trabajar al comercio, le rapiñaron la recaudación a su prima amenazándola con cuchillo.
Caro Store tiene cámaras de seguridad y funciona con la puerta con llave. "Me han intentado abrir la puerta. Eso me pasa una o dos veces por mes. Se sorprenden que la puerta esté cerrada", cuenta Iliana.
En esas ocasiones, los recién llegados piden a la vendedora que les abra la puerta a toda costa. Alegan, por ejemplo, que deben llamar al 911 porque su mujer está por dar a luz a gemelos o que precisan dinero porque su casa se incendió.
Iliana, desde adentro, lamenta lo sucedido pero mantiene su estrategia de no abrir la puerta. A algunas mujeres, cuyas apariencias le generan desconfianza, tampoco les abre. "Les digo que estoy haciendo balance", explica.
La comerciante dice que sí siente miedo cuando cierra el comercio a las siete de la tarde. A esa hora, en invierno, es de noche e Iliana abandona el local acompañada por una muchacha que trabaja con ella.
En la esquina de Mario Cassinoni y Palmar, las puertas del comercio de artículos de ortopedia TCP también están trancadas. "Acá hay que trabajar de esa forma. Se abre al que viene a atenderse y no a los que llegan a pedir (monedas)", explica la comerciante Karina Rodríguez
Rodríguez conoce a los cuidacoches del barrio. Ellos no la asustan. Sí la llena de preocupación las caras nuevas que aparecen los fines de semana o feriados. "Vienen de otros lados. Me da miedo porque esta zona se queda un poco sola. Algunos comercios no abren esos días. Ahí tengo que tener cierto cuidado a la hora de cerrar" el comercio, expresa Rodríguez.
Luego explica que esas personas dicen que son cuidacoches pero no lo son. "Andan en otras cosas", sugiere en alusión al tráfico de drogas al menudeo.
Frente al comercio TCP, dos policías patrullan a pie. "Son los que corren a los delincuentes que están en la cuadra", dice una vecina.
Ambos policías declinaron hablar con El País. "Lo que pasa en Cordón es lo normal de todas las zonas de Montevideo", explica uno de ellos.
Según un jerarca policial, el problema del barrio Cordón es la enorme cantidad de marginales que duermen en la calle. "Nosotros los paramos, pero si no cometieron ningún delito, nada podemos hacer. Es un problema del Ministerio de Desarrollo Social; no de la Policía", advierte el comisario consultado por El País.
El miedo de quienes viven allí
En Mario Cassinomi y Palmar funciona el Kiosco Melissa. El comercio es atendido por dos mujeres. El relato de una de las dueñas del emprendimiento, Rosalia Ación, revela que es muy difícil estar detrás del mostrador en el barrio Cordón.
"La zona está complicada desde el punto de vista de la seguridad. A mí me robaron durante la noche. Rompieron la puerta y entraron. Hemos visto más de 10 robos en la vereda en los últimos tres años. En una ocasión, un policía con el arma desenfundada corrió a un ladrón", dice Rosalia. Y agrega: "Se trabaja con miedo. Yo he presentado denuncias. Hay filmaciones del robo que sufrimos. Vino la Policía pero no atrapó a los ladrones".
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