Redacción El País
Los uruguayos están acostumbrados en el presente a saber quién ganó las elecciones solo un rato después del cierre de las urnas, a través de las empresas de opinión pública que realizan encuestas a boca de urna y proyecciones de escrutinio. Tras las elecciones de 1926, en cambio, el nombre del nuevo presidente se conoció apenas horas antes que su antecesor José Serrato dejara el cargo.
Esa situación originó agudas tensiones políticas, que pusieron al país al borde de un levantamiento armado o un golpe de Estado, apenas 22 años después de la Guerra Civil de 1904. Así, por lo menos, lo vivieron sus contemporáneos. Al final todo se resolvió en paz y el colorado Juan Campisteguy fue proclamado presidente. La muy estrecha diferencia entre los partidos tradicionales, de apenas 1.500 votos, y la controversia generada por el tono de tinta de un millar de sufragios colorados en Minas hicieron temer un alzamiento armado de los blancos, que el Gobierno trató de disuadir mediante un movimiento de tropas conocido como “La Cerrillada”.
Los partidos tradicionales habían llegado a los comicios de 1926 en medio de problemas internos. Entre los colorados, el líder José Batlle y Ordóñez tuvo que impulsar, como en 1922, un candidato fuera de su sector para evitar la fuga de votantes conservadores. El escogido fue el riverista Juan Campisteguy, abogado y productor rural de larga carrera política pero escaso carisma. No pocos batllistas se resistían a votar a un hombre de un grupo contrario.
La situación no era más pacífica en el Partido Nacional. Si bien nadie discutió que el candidato presidencial fuera nuevamente Luis Alberto de Herrera (Arturo Lussich, que encabezaba la corriente interna “conservadora”, declinó competir por la Presidencia), se arrastraba la disidencia del grupo de Lorenzo Carnelli, ubicado a la izquierda del espectro político. Pese a negociaciones de último momento, Carnelli votó fuera del lema, con su Partido Blanco Radical.
El cuarto postulante presidencial en 1926 fue Elías Sosa, por el Partido Comunista. Era de profesión campesino, según lo presentaba el diario partidario Justicia.
Las elecciones se llevaron a cabo con normalidad el 28 de noviembre de 1926, con una alta participación pese a que el sufragio no era obligatorio (289.253 votantes, 77% de los habilitados, aunque debe recordarse que solo los hombres tenían ese derecho). Fueron los primeros comicios organizados y fiscalizados por la Corte Electoral, creada por ley de 1924, y bajo la Ley de Partidos Políticos que reguló su funcionamiento a partir de 1925.
El comienzo del escrutinio mostró una paridad casi total. Hubo más de 22.000 votos observados y numerosas impugnaciones. Además, fue necesario repetir la votación el domingo siguiente (5 de diciembre) en algunos circuitos rurales de Salto y Tacuarembó.
Un problema adicional surgió cuando se comprobó que 1.300 votos riveristas de Minas estaban impresos en un color más tenue que el resto de las listas coloradas, por lo cual el Partido Nacional pidió su anulación. La decisión final correspondería al Senado, donde los blancos tenían mayoría.
En ese ambiente de incertidumbre llegó el verano, habitual intervalo en las actividades políticas nacionales. El escrutinio continuó, aunque muy lentamente debido a las impugnaciones. En febrero de 1927 el presidente José Serrato anunció que dejaría el cargo, tal como lo prescribía la Constitución, desechando cualquier posibilidad de prórroga. Según confió a amigos, el 1° de marzo, a medianoche y “ni un minuto después” se quitaría la banda presidencial y la dejaría sobre la mesa.
En ese clima de incertidumbre y recelos políticos, circularon rumores de un golpe de Estado colorado o de alzamientos armados blancos. Uno de ellos se atribuía a Nepomuceno Saravia, hijo de Aparicio. En previsión de esas eventualidades, Serrato ordenó un acuartelamiento de tropas en el campo de maniobras de Los Cerrillos, un episodio que pasó a ser conocido como “La Cerrillada”. Los blancos rechazaron esa medida, al considerarla un intento de coacción sobre el Senado.
Por fin, el 21 de febrero de 1927 la Corte Electoral publicó los resultados definitivos, que establecían el triunfo colorado. La diferencia entre Campisteguy y Herrera resultó de 1.526 sufragios, la menor en la historia de las contiendas presidenciales: apenas 0,6%. El postulante colorado logró 141.581 votos y el blanco 140.055.
El Partido Blanco Radical alcanzó los 3.844 votos (1,3% del total), que dentro del lema le hubieran dado la victoria a Herrera. “Si hubiera sabido que Carnelli iba a obtener 5.000 votos nunca lo hubiéramos dejado ir”, admitió el viejo líder al historiador estadounidense Milton Vanger en una entrevista realizada en 1952. El Partido Comunista, en tanto, sumó 3.775 sufragios.
El Directorio del Partido Nacional se reunió dos veces para tratar el resultado electoral, los días 22 y 26 de febrero de 1927, y resolvió no objetar las proclamaciones. Si bien mantenía la tesis de que hubo fraude, admitió la imposibilidad de demostrarlo. Herrera, en un manifiesto, aceptó la derrota. El 28 de febrero, el Senado reconoció el triunfo de Campisteguy, quien recibió la banda presidencial al otro día, el 1° de marzo.