Ignacio Zuasnabar: “Los votantes del FA que apoyan a Lacalle Pou no piensan cambiar su orientación política”

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Ignacio Zuasnabar, analista de opinión pública y director de Equipos. Foto: Estefanía Leal
Nota a Ignacio Zuasnabar, consultor y analista politico uruguayo, director de Opinion Publica de la consultora Equipos Mori, en sus oficinas de Montevideo, ND 20200924, foto Estefania Leal - Archivo El Pais
Estefania Leal/Archivo El Pais

ENTREVISTA

El analista de opinión explica por qué hay un 50% de los frenteamplistas que no desaprueba al presidente y qué puede implicar que haya sintonizado con ellos.

En tiempos en que el debate está centrado en la politización de la pandemia, con una aparente división tajante entre oficialismo y oposición, Ignacio Zuasnabar cree que aún hay consenso en lo trascendente. El analista de opinión explica por qué hay un 50% de los frenteamplistas que no desaprueba a Lacalle y qué puede implicar que el presidente haya sintonizado con ellos. Advierte que si se reúnen las firmas contra la LUC, será una demostración de fuerza pero no un golpe.

-La última medición de Equipos revela que un 60% de los uruguayos aprueba la gestión del gobierno. Lejos de haberse derrumbado, incluso creció algún punto en estos meses de pandemia cruda y se ubica como en noviembre, cuando las cosas estaban todavía bajo control. ¿Cómo puede ser?

-Estamos frente a luna de miel profunda y prolongada como no habíamos visto anteriormente en Uruguay. Obviamente está la pandemia en el centro de esta explicación. El efecto ha perdurado 15 meses y esto tiene que ver con dos elementos centrales: el presidente logra alinear a casi la totalidad de los votantes de la coalición multicolor, algo que no era evidente que ocurriera en una coalición de cinco partidos; y si bien en el Frente Amplio se han empezado a consolidar las opiniones mayoritariamente negativas, todavía hay alrededor de 30% de frenteamplistas que aprueba la gestión del presidente.

-Y hay un 20% que tiene opiniones intermedias. Llama la atención, teniendo en cuenta el discurso tan drásticamente opositor de muchos dirigentes frenteamplistas.

-Creo que una parte de los votantes del Frente Amplio que aprueban la gestión del presidente no necesariamente lo hacen con aplauso y medalla. Más bien tienen la sensación de que el gobierno, dadas las circunstancias que le tocaron, bastante bien lo está haciendo. Es decir, se está defendiendo bastante bien de una circunstancia externa que era imprevisible y muy delicada. No es una aprobación que lleve a los frenteamplistas a plantearse cambiar su orientación política. Simplemente es el reconocimiento de un esfuerzo realizado. También es cierto que se ha ido consolidando un 50% de frenteamplistas que tienen una imagen negativa.

-¿Pero cómo se explica que se mantenga la aprobación de Lacalle en los peores meses de pandemia?

-En estos meses hubo dos grandes motores de humor público: los contagios y las muertes es uno, y el otro es el efecto que produce la vacunación. Esto está medido a nivel internacional: las personas vacunadas tienden a tener visiones sobre la gestión del gobierno y sobre el futuro de la economía mucho más positivas que las personas no vacunadas.

-¿Los vacunados en Uruguay tienen, efectivamente, mejor opinión?

-Sí, quizás no tanto sobre la percepción económica actual, pero sí sobre la situación económica futura. Y en la medida que esa población crece, ese efecto se agrega. Incluso uno podría suponer que, más allá de que uno esté individualmente vacunado, el hecho de que la política pública de vacunación esté funcionando bien es un factor que le trae réditos al gobierno. Una hipótesis era que con un aumento de casos y muertes en Uruguay el gobierno perdiera apoyo público; eso estaba encima de la mesa nuestra y de la opinión pública. Sin embargo, no ocurrió. Pero también hay una cuestión temporal: el punto más bajo de la evaluación del gobierno fue en enero, cuando los casos ya habían empezado a incrementar y no había todavía novedades significativas sobre el proceso de vacunación. Después del anuncio y del inicio de la vacunación, eso parece haber compensado los sucesivos aumentos de contagios y muertes. Siempre estas cosas son multifactoriales, pero tenemos medido que el manejo de la pandemia es el elemento central.

Vacuna contra el coronavirus. Foto: Leonardo Mainé.
Vacuna contra el coronavirus. Foto: Leonardo Mainé.

-Igual sorprende que la vacunación logre contrarrestar la situación tan grave, sumado al desgaste y a cierta decepción que se dio al corroborar que al final no éramos tan ejemplares en el mundo.

-En Uruguay fue muy difundido el buen clima, el buen ánimo que se daba en los vacunatorios; un humor excepcional en los vacunadores y una predisposición de la gente. Pero más allá de las especificidades del caso uruguayo, también lo vimos a nivel internacional. Está claro que la vacuna para alguna gente representa el inicio del fin. Por lo menos, alimenta la esperanza y genera un espíritu de optimismo.

-¿Nota un desacople entre el discurso de los dirigentes del FA y sus votantes?

-Yo creo que hay muchas voces.

-Pero, a diferencia de ese 30% de frenteamplistas que aprueban y el 20% que tiene opinión intermedia, la mayoría de los dirigentes son muy críticos con Lacalle. Incluso los que antes se mostraron cercanos, como Marcos Carámbula o Yamandú Orsi.

-Bueno, es cierto que en el Frente Amplio las voces críticas se han incrementado en los últimos tiempos. Puede haber cierta variación en ese sentido. Pero también es cierto que en algunas áreas centrales de gestión del gobierno el FA ha manifestado su apoyo. No son todas voces críticas. En los países donde la gestión de la pandemia se ha politizado o partidizado fuertemente, eso es nocivo para las sociedades. Pero estamos hablando de países donde gobierno u oposición desalientan, por ejemplo, el uso de mascarillas o la vacunación, o niegan la posibilidad de contagios en la interacción social. Esas cosas no han ocurrido en Uruguay. Uno a veces tiene la sensación de que hay diferencias muy grandes entre gobierno y oposición, y eso es natural del juego político, más allá de que hay diferencias genuinas. Pero en Uruguay ha habido consensos que creo que no son menores.

-En los últimos días el tema de agenda fue la discusión en torno a la politización de la pandemia. En el gobierno dicen que no hay lugar para la ideología, mientras que en el FA plantean que la respuesta a la pandemia es política. ¿Qué valoración hace de esta discusión?

-Siempre hay política, es evidente. Acá hay convicciones genuinas en distintos sectores sobre cuáles son las mejores herramientas para combatir la pandemia. El verdadero problema no es tanto la existencia de las diferencias o su expresión, sino las formas. No estamos en una situación preocupante o alarmante en torno a la partidización de la pandemia. Sí en algunos momentos las formas en las que se expresan estas diferencias parecen salirse del tono ideal. Y eso sí puede preocupar, porque los tonos generan en el otro reacciones acordes. Se entra en una espiral de la que nadie sale bien parado. Pero también es cierto que estas instancias no han sido tantas, y que se dan más entre militantes en redes. Hay una discusión que se plantea en términos maniqueos, que es: “el gobierno no está haciendo nada para restringir la movilidad”, cosa que no es cierta, y “el Frente Amplio está pidiendo cuarentena obligatoria”, lo cual tampoco es cierto. Hay un conjunto de decisiones con el que la oposición está de acuerdo, y otras que el gobierno no tomó y donde parecen concentrarse las diferencias, pero no caminos 100% antagónicos.

Ignacio Zuasnabar, analista de opinión pública y director de Equipos. Foto: Estefanía Leal
Ignacio Zuasnabar, analista de opinión pública y director de Equipos. Foto: Estefanía Leal

-En la izquierda hay quienes sostienen que fallaron en instalar un relato alternativo al oficial; que no lograron mostrar que la gestión del gobierno iba a terminar en un aumento indefectible de las muertes.

-Si mirás la película larga, el presidente tomó decisiones drásticas, como negarse a la cuarentena obligatoria, que se reclamaba desde buena parte de la sociedad uruguaya. Lo hizo basado en sus convicciones personales, y ese es uno de los elementos que lo termina legitimando muy fuertemente en la opinión pública. Le da una espalda de aprobación y de imagen muy fuerte. Cuando un presidente construye una imagen de este tipo, atacarlo o intentar construir un “relato alternativo” es más difícil, porque la propia imagen es un blindaje sobre los ataques.

-El gobierno parece representar a pequeños empresarios y trabajadores humildes que no pueden cerrar sus negocios porque viven el día a día. ¿Lacalle acumula un capital político en sectores donde era más fuerte el FA? ¿Qué impacto puede tener esto?

-Estamos ante una situación tan inédita, que no podemos hacer futurología porque no estamos seguros de que nuestros modelos de análisis vayan a funcionar en estos contextos. Suponiendo que esos modelos funcionan, uno diría que Uruguay está dividido en mitades similares desde el punto electoral, que responden a estructuras ideológicas y partidarias muy profundas y arraigadas, y que esas estructuras en general son estables a lo largo del tiempo; eso dice la teoría, salvo situaciones de crisis o catástrofes. Esta situación, que evidentemente es una crisis y que seguramente esté afectando la estructura de valores de los uruguayos en muchos sentidos, ¿será suficientemente potente para mover eso? No lo sabemos. Cuando hoy medimos intención de voto, no vemos por el momento cambios sustantivos. Reconocer que un presidente está actuando bien no necesariamente es motivo de migración electoral, y en todo caso son elementos extemporáneos: es una decisión que se tomará en 2024. Sí es cierto que si un presidente logra sintonizar sostenidamente a lo largo del tiempo con un electorado que no lo votó, eso podría eventualmente representar alguna oportunidad. Igual, en Uruguay no existe la reelección inmediata.

-La luna de miel de Lacalle, ¿se termina con el fin de la pandemia?

-Si la pandemia se termina como todos esperamos que ocurra en algún momento, sin duda que ahí empieza otra etapa. Y una muy desafiante, donde los motivadores detrás de la evaluación del presidente van a ser otros. Es muy fácil de anticipar que Uruguay, como el resto del mundo, va a estar en una situación frágil desde muchos puntos de vista (economía, empleo, pobreza). Si el gobierno quiere seguir manteniendo niveles de aprobación altos, va a tener que buscar caminos para dar respuesta a estas problemáticas. Pero es futurología. Estamos en una situación con tan pocos antecedentes a nivel mundial, que es difícil encontrar modelos que nos permitan anticipar cómo va a evolucionar la opinión pública. Los modelos que en Uruguay conocíamos sobre evolución de la gestión presidencial más bien hubieran estimado que a esta altura el presidente estaría, aun en pandemia, con niveles de aprobación más bajos. Como todos, también los investigadores y los analistas de opinión pública iremos aprendiendo.

-La recolección de firmas contra la LUC repuntó en el último tiempo y parecería que es posible que lleguen a las necesarias para convocar a un referéndum. ¿Puede ser un golpe duro para el gobierno?

-Diría que si efectivamente se llega a la cantidad de firmas, habrá sido una demostración de fuerza importante para la oposición y el Pit-Cnt. Creo que podría ser un golpe duro para el gobierno si se llegara a derogar la ley. Por supuesto que el referéndum iniciaría un momento político de mucho debate y confrontación, y ese referéndum sobre la LUC podría transformarse en un plebiscito sobre el gobierno. Una amenaza sí, pero no un golpe. También creo que si el FA y el Pit-Cnt no llegan a las firmas, no sería un golpe muy duro para ellos. Habrá sido parte de un ejercicio democrático, de contacto con la ciudadanía. Posiblemente sea un pequeño tropiezo, pero no de relevancia.

Twitter es un "boliche a las 3 AM"
Hombre usando el celular. Foto: Archivo El País

-Si uno lee Twitter, el debate está muy polarizado. No coincide con sus mediciones. ¿Sigue siendo un micromundo?

-Es un micromundo cuantitativamente; la gente que lo usa no llega el 10%. Pero es un micromundo calificado y amplificado por los medios. Una autora decía que suponer que las opiniones volcadas en redes representan a la opinión pública es como suponer que una discusión que se da en un boliche a las 3 de la mañana representa a la opinión pública. Ahí todo el mundo exagera sus argumentos, grita, no escucha al otro. En las redes pasa lo mismo. Y lo que uno no puede hacer en redes, que sí lo hace una encuesta de opinión, es captar la moderación. Uno no capta el silencio. ¿Cuántas personas hay en redes sociales que no intervienen en esas discusiones polarizadas porque tienen opiniones intermedias? No lo sabemos, hasta que va un encuestador y le pregunta. Ahora, más allá de esto, se está dando una circunstancia que no tengo medida: parece efectivamente haber un divorcio entre la opinión mayoritaria que se ve en estas redes y la que se ve en la opinión pública, como no he visto antes. Si uno mira las redes, tiene la sensación de que se vuelcan más opiniones contrarias al gobierno de las que uno ve cuando mide opinión pública, donde se encuentra un respaldo mayoritario a la gestión del gobierno.

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