OPINIÓN
El Mercosur ha sido construido para alentar el comercio entre sus miembros, pero sin incentivos mayores para que se desarrolle el comercio con el resto del mundo.
Cuando se habla del Mercosur en conjunto, se está frente a unas de las principales economías a nivel mundial con cerca de 300 millones de habitantes y tres de las urbes más ricas y extensas de Sudamérica: Sáo Paulo, Buenos Aires y Río de Janeiro. Además, se trata de una región que posee la selva tropical más grande del planeta y controla las mayores reservas energéticas, minerales, hídricas y petroleras.
Pero en términos comerciales externos, sus resultados son pobres más allá de las dificultades de 2020. El Mercosur ha sido construido para alentar el comercio entre sus miembros, pero sin incentivos mayores para que se desarrolle el comercio con el resto del mundo. El Mercosur podría definirse como un bloque cerrado, que optó por el formato de Unión Aduanera (UA), una modalidad muy poco utilizada en el mundo, el que desde la década del noventa en adelante se volcó a la firma de acuerdos más flexibles y dinámicos. De hecho, sólo algo más del 5% de los acuerdos vigentes (que son unos 300 en el mundo) responde a la modalidad de UA.
El Mercosur ha priorizado lo arancelario sin alcanzar confluencias regulatorias modernas, sin una mínima coordinación macroeconómica y hasta la fecha no cuenta con acuerdos vigentes y profundos con las principales economías a nivel mundial y está amparado en un arancel externo común (AEC) rígido que en promedio supera la media internacional. Por tanto, el costo de operar es muy alto.
Las ambiciosas metas integracionistas previstas en el Tratado de Asunción derivaron en una institucionalidad que permitió que países como Argentina ejecuten prácticas administrativas que hacen más lento, engorroso y costoso el flujo comercial. Asimismo, con el paso del tiempo los sucesivos gobiernos le otorgaron un perfil político al bloque, lo que derivó en la instalación de más instituciones (como la creación de un Parlamento) y en un desvío del espíritu inicial del Mercosur. Un análisis sobre las normas aprobadas por los órganos con capacidad decisoria en sus 30 años de historia y la paralización de su sistema de solución de controversias evidencian muy claramente este fenómeno.
El Mercosur viene padeciendo resultados internacionales menguantes como efecto de su rigidez y cerrazón y en 2020 las circunstancias particulares agravaron esa realidad, si bien debe entenderse que se trata de una dificultad anterior a la pandemia. Tomando como referencia el año 2019, mientras el PBI del Mercosur equivalió al 2,9% del producto global, las exportaciones del bloque representaron 1,4% (la participación es de menos de la mitad de la participación en el producto mundial).
Los cálculos antes referidos nos llevan a la evaluación más elocuente: si se compara la relación exportaciones/PBI del Mercosur con esa misma relación en todos los demás bloques del mundo, la comparación arroja que el Mercosur es el bloque que está en el más bajo ratio en el planeta.
En este contexto, Uruguay y Brasil reclaman avanzar en la reducción del AEC o eventualmente en su flexibilización -que el arancel sea menos común-; y aspirarán a contar con la posibilidad de negociar acuerdos con terceros países de forma individual. Estas economías buscan mejorar la competitividad, la atractividad de sus propios mercados, la inserción en redes productivas trasnacionales y el acceso a tecnología de insumos calificados, entre otros efectos.
Los movimientos de algunos de los socios encuentran al Mercosur con algunas dificultades en su agenda externa, ya que las negociaciones con Corea del Sur y Singapur se enfrentan con reticencias de parte de Argentina y Brasil, mientras que las negociaciones con Canadá y el Líbano avanzan lentamente debido a la crisis sanitaria. Por otro lado, está pendiente finalizar las negociaciones con la Unión Europea, donde aún se está lejos de una revisión jurídica debido al veto de varios países europeos y resta cerrar algunos detalles para seguir adelante con la incorporación del acuerdo con el EFTA.
Recientemente el presidente uruguayo Lacalle Pou se reunió con los tres mandatarios del bloque para analizar la posibilidad de avanzar en la flexibilización, algo que fue acompañado expresamente por Brasil y más tímidamente por Paraguay. Queda por definir qué postura tomará al respecto Argentina, la que hasta ahora aparece como más moderada y temerosa con el objetivo de acelerar la internacionalización, lo que implica abrir su economía a la competencia y erosionar las preferencias de su importante comercio con Brasil.
El 26 de marzo se esperaba un primer encuentro presencial entre los presidentes de los miembros, el primero desde que Bolsonaro y Fernández están en el poder, pero por razones que no parecen tener que ver con la pandemia, finalmente se definió que sea un encuentro virtual. Ocurre que las diferencias entre las dos principales potencias del bloque se hacen notar y la ausencia de diálogo entre Bolsonaro y Fernández dificultan avanzar en negociaciones de esta importancia estratégica.
En estas semanas los contactos entre las cancillerías han sido arduos para definir la instrumentación de la llamada flexibilización del Mercosur. Entre otras opciones se maneja la eliminación de la decisión 32/00, la posibilidad de firmar acuerdos marcos donde se habiliten negociaciones a diferentes velocidades, la autorización para la apertura de negociaciones bilaterales, entre otros posibles mecanismos. Además, se avanza rápidamente con la reforma del AEC, el que bajaría sus niveles para un numero sustancial de productos.
En sus 30 años de vida, parece inevitable que el Mercosur enfrente un nuevo tiempo, el que deberá reflejar los legítimos intereses nacionales y el dinamismo de las tendencias internacionales que hasta el presente ha desconocido. Queda esperar que este nuevo desafío sea poco conflictivo para que las alianzas entre los países del bloque y su importancia estratégica no se vean afectadas por una redefinición que no solo es probable, sino también necesaria.
*Marcelo Elizondo es consultor y analista económico internacional. Presidente del Capítulo Argentino de ISPI y Director General de DNI Consultores.
Ignacio Bartesaghi es el director del Instituto de Negocios Internacionales de la Universidad Católica del Uruguay y consultor en comercio internacional.