Luis Alberto Lacalle Herrera a 50 años del golpe: "¡En el Uruguay, no!"

La mirada del expresidente de la República por el Partido Nacional.

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Luis Alberto Lacalle Herrera
Luis Alberto Lacalle Herrera.
Foto: Nicolás Pereyra

Luis Alberto Lacalle Herrera
"¡En el Uruguay, no!”, decíamos con un gran orgullo y una pizca de soberbia. “Lo de los golpes de Estado no es para nosotros, es para la Argentina, para el Brasil, para el Caribe”, repetíamos. Del pasado nacional cercano quedaban recuerdos más o menos lejanos de cirugías políticas, de saltos a la legalidad con apoyo de sectores políticos, pero con retorno más o menos inmediato a la legalidad, elección mediante. Así fue en 1933 y en 1942. Pero golpes de Estado con apoyo militar no, eso no era para nosotros.

Creo que todos más o menos pensábamos así hasta 1973… Ya no más.

Todo empezó con los primeros actos de subversión, allá por 1963, cuando el robo de armas del Tiro Suizo, cuando un grupo de compatriotas pensaron que lo de Cuba era bueno para el Uruguay.

De nada valió que el propio Che Guevara aconsejara que en el Uruguay el mecanismo era el voto, que lo que importaba era conseguir el poder mediante el consentimiento popular expresado en las urnas. No se escuchó a quien de eso de revoluciones se suponía que algo sabía. Nada hay peor que la soberbia de las minorías, de la fuerza que concede el creer que los demás nada saben, o de despreciar a quienes votan. Y nada menos que en el Uruguay. En el Uruguay que decía que aquí no. Que aquí votamos y acatamos el resultado. Así fue en 1962, y ganaron los blancos; en 1966, y ganaron los colorados; en 1972, y ganaron los colorados.

El hecho es que hubo acciones terroristas, se mató, se secuestró, se torturó, se robó, a cuenta de corregir los defectos -que sí los había- de una sociedad pacífica, abierta, libre y justa.

La misma reaccionó con sus instrumentos institucionales, con la conducción del Poder Ejecutivo, las medidas legislativas del Poder Legislativo y la utilización de la Policía y de las Fuerzas Armadas para repeler la agresión.

En 1972, después de un tiempo signado por una dura lucha armada, con muertos de ambos lados, con un temor social que todos experimentamos, con controversias políticas acerca de las actitudes de la Presidencia de la República, con enfrentamientos también en el Parlamento, prevaleció el orden .

“En el Uruguay no, aquí los militares no se meten en política”, también se decía. “En el Uruguay no, pero en el Perú sí… Y a esa lejana, diferente realidad, fueron a inspirarse algunos oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, a buscar inspiración en materia de gobierno, a aprender cómo hacer adelantar a un país.

Otra minoría que creyó saber más que los que votamos, otro grupo que supuso que valía más que lo que dicen las urnas y que para ello, en acuerdo con el entonces presidente, el 27 de junio de 1973, había que usurpar el Parlamento, suspender los derechos y proceder por las vías del hecho. Se inauguró así una década larga de violación de derechos, de persecución, de proscripciones, de exilio, de muertes y torturas.

Esto lo vivimos muchos de nosotros. Si hoy lo recordamos es simplemente para ir a la raíz de las cosas, no para levantar dedos acusadores y menos dedos que solo irán a una parte del episodio que duró casi dos décadas. Algunos, en distinto grado, fuimos testigos y actores. Algunos tuvimos algo que ver con mantener la llama de la esperanza encendida, cuando todo parecía cerrado, cuando la salida parecía alejarse cada día más. Todos fuimos parte de la jornada de 1980, anuncio de la aurora. Muchos criticamos la salida que se logró.

Pero hoy, cincuenta años más tarde, canosa la cabeza, aquietado el ánimo, un poco más sabios y mucho más tolerantes, no nos erigimos en jueces de la historia ni en magistrados condenadores. Miramos hacia atrás, un momento, solo un momento. Lo que nos anima, ya en las últimas leguas del recorrido vital, es que no se repitan nunca más todas estas penas nacionales, esos lutos sin bandera, esos sufrimientos sin divisa.

Para ello sabemos el camino: respetar lo que mandan las urnas cada cinco años, reconocer y acatar la autoridad legítima que ejerza el poder legítimamente, no extremar -nadie- su derecho , no ver en el otro un enemigo, solo un oriental que piensa distinto. ¡En el Uruguay, sí!

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