PARTIDO NACIONAL
Sobre la huella de la campaña anterior, dice estar más maduro y reconoce lecciones aprendidas.
Un día en la vida de Luis Lacalle Pou, o en la vida que lleva este mes, no suele desarrollarse como sucedió el jueves 20 de junio. No hay recorridas, ni actos, ni reuniones importantes. “En la vuelta del perro”, dice él. Es el único día de esa semana que estará tranquilo en su sede, una casona espectacular que alquila en el límite entre Cordón y Pocitos. La pausa en medio de la maratón no es para descansar, sino para planificar la jugada el día de la elección.
En el pizarrón blanco de la oficina de Nicolás Martínez -“el jefe”, en palabras de Lacalle- están escritas sus iniciales y las de sus principales contrincantes (LP, JL, JS), y los números que les han atribuido las encuestadoras. Ninguna le da la ventaja que hubiera esperado seis meses atrás, antes de la irrupción de Juan Sartori como competidor. La noche anterior se divulgó una nueva que no le favorece especialmente. Hace cuentas a un margen del mismo pizarrón porque no le cierra que haya tantos indecisos entre quienes dicen que van a participar de una elección interna.
Mientras razona en voz alta, mira hacia afuera y ve cómo su jefe de campaña camina por la azotea ensimismado en una conversación telefónica. Le habla, pero Martínez no escucha. Finalmente corta la llamada y se da vuelta para dar la noticia. Cuánto, exige el precandidato. El otro abre sus ojos grandes, ni un atisbo de sonrisa en su boca, y con la actitud de quien transmite una noticia gruesa, importante, responde: 55.
Cincuenta y cinco, dice Martínez. Lacalle asiente. No hay festejo, solo alivio. Es el porcentaje de adhesiones que, según un relevamiento propio, cosecha Lacalle en la interna blanca. Quien lo revela es Oscar Licandro, el encargado de los estudios de opinión dentro del comando de campaña.
La carrera electoral, y especialmente la recta final, es “pretemporada de gobierno”, dice Lacalle: “La capacidad que yo tenga ahora de soportar la presión, la tensión, el nerviosismo y la ansiedad -tengo todo eso arriba-, y cómo yo lidie con lo anterior sin que pierda foco, es una preparación para gobernar. Si un tipo no puede bancar la presión de 10 días antes de una interna, no va a bancar el gobierno”, asevera.

Llega al final con una ventaja que lo posiciona como probable ganador, pero con la tendencia de crecimiento de Sartori respirándole en la nuca. Al menos eso se desprende de las encuestas. Y sobre esto, Lacalle reduce al mínimo sus declaraciones: “Es una sorpresa. Nada más”.
Solo ante la insistencia asegura que no llegó a concretar cambios de estrategia a raíz del desembarco y la forma de hacer política de Sartori. “No te voy a decir que algunos no se preguntaron en algún momento si no había que cambiar. Pero este es nuestro camino. Por una concepción que yo tengo ya desde la campaña pasada: nosotros accionamos, no reaccionamos. El que reacciona pierde su identidad y su libertad de ser. Y ese es un aprendizaje de la campaña pasada”, alega.
En 2014, una vez que se quedó con el título de candidato único por el Partido Nacional, debió enfrentar los embates del ahora presidente, Tabaré Vázquez. El “pompita de jabón” se roba, sin dudas, buena parte del recuerdo colectivo de la campaña anterior. Lacalle siente que pudo controlar la tentación de reaccionar que le generaba Vázquez -que además lo ignoró en todos sus intentos de acercamiento y discusión-, y sobre aquel mote, hoy dice: “Yo era nuevo, Vázquez estaba muy legitimado. Fueron los uruguayos los que entraron, no yo. El pompita terminó siendo Vázquez”. Con Daniel Martínez, -en caso de que sea su contrincante de cara a octubre- tiene un vínculo mucho mejor.
Las lecciones de la campaña pasada sobrevuelan en esta segunda oportunidad. Y las comparaciones no necesariamente son odiosas, porque la construcción de candidato que hace Lacalle junto a su equipo se para sobre aquella huella. Hay más madurez, dice, aunque aclara: “El paso del tiempo no te asegura que crezcas”.
“Esta vez hay más planificación que la anterior. La campaña pasada la terminé mucho más exigido en actividades que esta”, plantea. Y es cierto que el ritmo, que ahora es intenso, en 2014 fue vertiginoso. El tono parece similar. Dejó atrás “la positiva” y pasó a “un gobierno para evolucionar”, lo cual a su juicio también es positivo: “Cambiar no tiene una connotación necesariamente positiva. Evolucionar, sí”, argumenta.
El punto es que los eslóganes no se pueden repetir, pero él quiere ser igual de duro con el gobierno, e igual de constructivo. Por eso se le siguen oyendo frases del estilo “no tengo complejo refundacional”, algo que dijo hasta el cansancio hace cinco años para intentar transmitir, sobre todo a los votantes frentistas, que no aspiraba a derrumbar todo lo hecho por el gobierno. “No cambié el tono de discurso, jamás. Soy esto. Si les gusta bien; si no les gusta, mala suerte”, se sincera.
Organizó su campaña de la siguiente manera: largó el 5 de febrero, “cuando nadie estaba pensando en esto”, con una recorrida por los lugares más inaccesibles y sitios que hacía años que nadie visitaba. Las temperaturas eran altas, pero el tiempo no apremiaba y Lacalle se permitió pasar horas en plazas de pueblo, en inusitados “mano a mano” en apariencia poco fructíferos. Para él, eso es señal de que “el gobierno es uno a uno”, y otra frase bien típica de él: “No damos a un uruguayo por perdido”.

De esa gira sacó las fotos que tapizan las paredes de su sede. Una, en particular, le recuerda “el peor momento” de esta campaña. Es el rostro de una niña de Paso de los Mellizos, en Río Negro. Allí, de imprevisto, 20 hombres lo rodearon y lo “apretaron” contra una parada de ómnibus reclamándole empleo en una zona donde la forestación dejó de rendir. Lacalle no supo qué decirles. Solo pudo escucharlos.
A mediados de marzo, de vuelta en Montevideo, planificó el acto de lanzamiento. Estuvo en todos los detalles. Y el discurso lo pescó más emocionado que nunca. ¿Por qué? “Porque estaba a flor de piel. No es fragilidad. Es un equilibrio personal que te permite… absorber todo. Como estoy muy, muy claro, como me siento muy claro y equilibrado, me permito abrirme. Sabía que se venía un momento muy importante”.
Aquel discurso lo hizo prácticamente entre sollozos. Hoy lo escucha y no se gusta a sí mismo, pero confía en que en ese momento los que estaban en el Viera sintieron “la misma energía impresionante” que él.
Luego se concentró en el programa, al que le dedicó “mucho trabajo de escritorio”, reuniones con los grupos, y un intenso intercambio con su coordinador de equipos técnicos, Pablo Da Silveira. Con el programa en mano salió a recorrer el país otra vez. El bibliorato, con unos cuantos post-it aludiendo a temas que quiere destacar, ahora descansa sobre el escritorio de su oficina. Aunque nadie lo lea, dice, sirve para transmitir el compromiso: él quiere contagiar la sensación de que está preparado para gobernar.
Por eso, concluye: “Para muchos, nuestra campaña es demasiado responsable. Somos responsables. No sé si nos van a dejar jugar, pero si sucede, al salir del túnel todo el mundo va a saber dónde juega y qué tiene que hacer”.
Legislador con meta clara
Nombre: Luis Lacalle.
Nació: Montevideo.
Edad: 44 años.
Profesión: Abogado.
Fue electo diputado por Canelones por primera vez en 1999. Renovó la banca los dos períodos siguientes, y con 15 años como legislador se lanzó a dar pelea por la candidatura del Partido Nacional. Bajo el paraguas del sector Todos reunió al herrerismo y a otros grupos, y tras una remontada de última hora le ganó por ocho puntos al líder de la otra mitad del partido, Jorge Larrañaga. Llegó a disputar el balotaje con Tabaré Vázquez, que le ganó con el 53% de los votos contra 41%. Es hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle Herrera; está casado y tiene tres hijos.
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