Por Carlos Tapia
Francisco Vernazza fue el publicista de Sanguinetti, Mujica y Talvi. También le hizo la primera campaña al Frente Amplio, la de 1971. Es uno de los que más sabe de comunicación política en Uruguay y en entrevista con El País advierte que hoy se está viviendo un muy buen momento en cuanto a las rivalidades entre los bloques.
En este sentido dice que entre la coalición y el Frente Amplio la lucha ya no es tanto ideológica, sino entre fuerzas que buscan mostrarse como las más capacitadas para ejercer el poder. “Ahora se tiran con piedras, pero antes se arrancaban los ojos”, opina Vernazza. Por esto advierte que en Uruguay no hay una grieta, porque los grupos “han convergido y abandonado, casi con denuncias escritas, los pilares que hacían que sus proyectos fueran realmente distintos”.
Además, el publicista se mete en la realidad política actual, y sostiene que no hay grandes impugnaciones que se le puedan hacer al gobierno de Luis Lacalle Pou, ve en Álvaro Delgado un buen candidato -siempre y cuando pueda pegársele lo más que pueda al hoy presidente- y al mismo tiempo cree que Yamandú Orsi es quien hoy corre como favorito de cara a las elecciones de 2024. De Carolina Cosse, en tanto, dice: “Ella vende como sustancia al Chapulín Colorado, dice que está todo fríamente calculado pero uno no sabe a qué se refiere”.
-¿Hay grieta en Uruguay?
-Cada vez me convenzo más de que los procesos no son de un gobierno, o de los gobiernos, sino de las generaciones. Las cosas maduran y son visiblemente distintas 20 o 30 años más tarde. Uruguay no se puede pensar en términos de grietas, y casi que tampoco de tensiones. Ha habido un cambio cualitativo, porque los dos grandes subconjuntos, las grandes organizaciones que se ofrecen para gobernar, para ocupar las sillas, han convergido y abandonado, casi con denuncias escritas, los pilares que hacían que sus proyectos fueran realmente distintos.
-¿De qué manera pasó esto?
-No fue de un día para el otro. Por un lado está el largo proceso de la izquierda, que empezó casi en el mismo lugar en el que estamos ahora. El Frente arrancó en 1971, cuando los llamados partidos de ideas armaron una organización. Lo hicieron después de 100 años, y así se unieron los comunistas, los socialistas, el Partido Demócrata Cristiano, los infinitos grupos independientes y el mundo radicado en Marcha. Decidieron que para ser competitivos tenían que juntarse. Ya estaban los tupas, ya estaban los milicos en la vuelta, y ellos se juntaron para diferenciarse y decir: “nosotros venimos a hacer lo mismo pero bien; no venimos a transformar, no venimos a refundar; estos son ladrones y nosotros no; estos son incompetentes y nosotros no, porque somos, además, la intelectualidad”. En el 71 el FA tuvo casi el 20% de los votos por un fenómeno que el historiador Carlitos Machado definió como orillero. Los mejores resultados del FA estaban en Malvín. Salvo Seregni, al que lo fueron a buscar porque era milico, el resto de sus candidatos eran universitarios grado 5. Eran aristocracia universitaria. Después de la dictadura lo que pasó fue que la izquierda se juntó con los sindicatos, en una convergencia diría que natural por la sencilla razón de que habían sido los sectores más golpeados, y así la propuesta cambió desde 1984.
-Se volvió más combativo...
-Lo que se propuso fue un cambio refundacional, montado sobre la idea de que no es que los otros sean incompetentes, ni un poco ladronzuelos, sino que eran empleados de los oligarcas, que a su vez eran los gerentes del imperio. Esto incluso explica a los milicos, que se entendían como el brazo armado de esa oligarquía. Este era el centro del discurso frenteamplista. Del otro lado estaban los que defendían su territorio, los partidos tradicionales, y el discurso era: estos son los comunistas dictatoriales, los autoritarios.
-Ahí aparece lo ideológico…
-Sí, porque los componentes de ideología lo que hacían era tratar de neutralizar lo que la izquierda predicaba. El FA decía que los problemas se podían solucionar de un día para el otro, que solo hacía falta la liberación. Del otro lado decían que el mundo no estaba tan mal, y sobre todo advertían que este iba muy despacio, que los cambios no eran tan rápidos. Alrededor de eso sí había un montón de valores y componentes ideológicos con conceptos como: el que no labura es porque no quiere, el éxito en la vida es porque uno labura, todos somos hijos de nuestro propio esfuerzo. A mí me causa gracia cuando veo gente que tiene hectáreas y hectáreas y dice que se las ganó laburando. ¿Y el abuelo no cuenta? Es decir, negaban toda la inercia y toda la repetición de estar del lado bueno de la riqueza. Es muy explicativa la idea de los que están apurados y los que tienen tiempo. Los que estaban apurados compraban soluciones apuradas, buscaban el bienestar de hoy para mañana, y creían que si eso no pasaba era porque había unos hijos de puta que lo impedían. A la antípoda de eso estaban los sin apuro, que operaban con un pensamiento legitimador de sus conductas: lo importante es la solidaridad, no en vano socialmente son el refugio de la Iglesia Católica. Esto sí generaba una grieta, porque son dos maneras muy distintas de concebir la sociedad, y empujaba a proyectos totalmente distintos y a lenguajes y descalificaciones totalmente radicales. Con estos contenidos de fondo, las cosas que se decían el Frente y los partidos tradicionales en las elecciones del 84, 89, 94… eran feroces. “Sos un peoncito de los patrones”, “sos un oligarca”, “sos improductivo”, “sos parasitario”… Era una grieta real. Estos eran los lineamientos que había a la salida de la dictadura, en los que se incluyen los derechos humanos.
-¿Qué peso tienen los derechos humanos en todo esto, tras la ley de caducidad?
-Por un lado, estaban la intelectualidad y los operadores sindicales unidos por la persecución y, por tanto, muy heridos. Estos iban contra los otros que pedían que ya no jodieran, que dejaran trabajar y producir, y que no provocaran a los milicos. Esto se dilucida en el plebiscito del voto verde, en 1989, cuando había que desempatar, y termina casi en un 60% vs. 40%, o sea con una diferencia real e importante, pero que evidenciaba la grieta. Porque lo que se hacía era impugnar el alma de los otros, su razón de ser y existir. De ahí en adelante lo que pasa es un proceso en que ambas miradas del mundo van rebajando sus extremos, van renunciando a cosas.
-¿De qué manera?
-Se pasa a joder menos con la historia de la liberación, se jode menos con la confianza absoluta de que el Estado debe ser el sustituto de las elites productivas. En todos los frentes el discurso afloja y desaparecen temas enteros. Empiezan, así, las aperturas. ¿Qué hacemos con las elites? Bueno, alguien tiene que generar laburo, y el Estado solo no puede hacerlo. Los milicos no, pero también se precisan para algo milicos… Así se llega al punto donde se arrancó: somos más inteligentes y competentes, y ustedes ya no son unos hijos de puta empleadillos del imperio, ni los oligarcas que no debían existir; aunque sí son incompetentes y un poco chorritos. Las banderas ya no son tan distintas.
-¿Y del otro lado desaparece el discurso anticomunista?
-En los sectores que no tienen apuro y que por tanto pueden estar más inclinados a la inversión -la que nunca es para mañana, a mí siempre me sorprende el tema de la forestación, que ahora se está viendo algo que empezó con decretos de Sanguinetti y de Lacalle padre- se deja de hablar de los comunistas agentes de Checoslovaquia. La discusión hoy es quién es más competente, quién está mejor formado, quién roba menos y quién está mejor organizado. Eso es lo que se discute. El FA y sus rivales hoy tienen una mayor cercanía ideológica. Uno mira la agenda de los puteríos y esto queda en evidencia. El otro día apareció en redes un popurrí de murga, de Asaltantes con Patente, en el que dicen que el gobierno hace una cosa para tapar la otra, y enumeran: la pelada de Lacalle Pou, los gastos de su perro, el rebaje a las ollas, las reformas en Suárez, la destitución de Cardoso -y aquí está lo de los chorritos-, el asunto de los colonos de Manini -algo viejo, polémico, discutido, en el que no se habla de 50.000 hectáreas, sino de algo muy menor-, por supuesto Marset y Astesiano.
-¿Usted lo que dice es que esto abona a tu tesis de que no hay antagonismos sustanciales?
-Totalmente.
-¿Y no es positivo esto?
-Absolutamente, porque es lo que permite converger mucho más que si vivís a puteada limpia. Nadie le dice a otro que no merece estar en el juego, le dice que es un jugador malo y que por eso él es mejor. Es fuerte, también, que haya desaparecido el antagonismo fundacional que viene de la época de la exclusión de los intelectuales en la política cotidiana, que fue la peor etapa de los partidos tradicionales, desde los 50 hasta los 70, en la predictadura. Allí la política se había convertido en un montón de tipos que juntaban votos de a bolsitas y en un mercado de negociación de esas bolsitas, con un saqueo del Estado a mordiscos. Era un mundo lleno de ñoquis. Ese nivel de deshonestidad y de uso del Estado como botín generó al Frente, los tupas y los milicos. El momento de hoy es sano, porque hereda la rivalidad real entre los partidos de ideas y quienes ven la administración como algo más cotidiano. Se vigilan todo, no se perdonan ninguna, pero al final del día son cuentitas de collar, un inventario de cosas sin nada orgánico que reprochar. El FA busca chorritos, y los encuentra porque en todos lados hay; y lo mismo hacen los blancos en los gobiernos del Frente, y también los encuentran. Pero siempre son cuatro cosas.
-¿Este proceso de maduración es el que permite que Mujica viaje con Lacalle Pu a Brasil?
-Claro, aunque a eso también ayuda que son personas que pasan por encima del bien y del mal, porque ya fueron presidentes. Para mí el mayor indicador del nivel de competencia es que ahora se tiran con piedras, pero antes se arrancaban los ojos. Son dos automovilistas que se putean de lejos. Se desahogan, pero no se chocan.
-¿Las redes no suman más violencia?
-Ahí hay otro fenómeno que yo entiendo como el molde de este tiempo. En este juego sin banderas, en el que estoy compitiendo dentro de una organización -pensemos en el FA y su interna-, lo principal es tener a alguien al que se quiera desplazar. Las elecciones pueden pensarse como un proceso de licitación en que la sociedad llama a los candidatos para que hagan sus propuestas. Cuando uno está en este juego, entonces, donde no hay grandes asuntos diferenciadores y además hay dos etapas -la interna y la nacional-, hay que conseguir notoriedad. La sustancia del discurso no da esto, entonces hay que conseguirlo con las formas. Si además tengo una sociedad que consume 100 o 200 palabras como mucho, el problema ya no es tanto de política sino de comunicación. El político tiene que generar elementos que sean complacientes con su auditorio -estoy pensando en la interna- y además ser más duro con los demás -ahí estoy pensando en las nacionales. Hay que tener en cuenta, también, que una cosa es el aumento de agresividad entre los protagonistas políticos, los que se presentan a licitación, los que luchan por las sillas; y otra cosas los círculos cerrados, las barras bravas, que son exitosas allí porque son impunes.
-Para diferenciarse hay que mostrarse un poco más duro de lo que se es...
-Y a veces sí, porque la notoriedad es central en la carrera política y se debe defender a veces en el vacío más absoluto. Uno le pregunta a cualquiera qué carajo piensa del mundo y la sociedad Carolina Cosse, y nadie sabe qué piensa; pero todos saben que existe: sale en la tele muy seguido desde que es presidenta de Antel, hizo el Antel Arena -donde demostró una gran irresponsabilidad a la hora de ejercer el gasto-, es la intendenta de Montevideo... Ella vende como sustancia al Chapulín Colorado, dice que está todo fríamente calculado pero uno no sabe a qué se refiere. El otro día Fernando Pereira, por quién tengo simpatía, declaró que hay un pacto entre partidos tradicionales y los medios para promover a los adversarios políticos y castigar al Frente. ¿Al Frente? Pepe Mujica es una obra de los micrófonos. La capacidad histriónica es lo que hace a Pepe un personaje central de la política. ¿Alguien cree que es auténtico llegar al Palacio Legislativo en moto? Luego, cuando quiere dar el salto a la presidencia, ahí sí debe buscar una mano maestra que lo lleve (ríe).
-¿A usted?
-Sí, estoy bromeando. A lo que voy es que es una obra de los medios: del 4, el 5, el 10, el 12, El País y El Observador. ¿Y Andrade? Un programa de televisión lo convirtió en un tipo muy particular, justamente por su forma de comunicar. No en vano es “el Boca”. Lo mostró como un tipo peleador, pero sorprendente al mismo tiempo, porque cuenta su historia de obrero de la construcción.
-Usted le hizo la campaña a Talvi, ¿qué tanto le sirvió el debate con Andrade?
-Algunos decían que no tenía que aceptar, yo dije que tenía que agarrar volando. Teníamos desesperación por la notoriedad. Teníamos que construir el personaje. Ese debate lo cocinamos de la manera más alevosa que se pueda alguien imaginar, aprovechando la coyuntura. Incluso la relación entre ellos, vuelvo a lo mismo, no era mala. Yo creo que básicamente no hay enemistades fuertes entre los políticos uruguayos.
-Y siendo esto así, poniéndose del lado del votante, ¿este no es víctima a veces de una construcción, de una ficción que le arman los políticos?
-Sobre todo las propias hinchadas son víctimas de esto. Se abre el telón y cada uno hace sus gestos. También en este juego se pueden cometer errores. Bergara, por ejemplo, tiene que diferenciarse de Cosse y Orsi, y para hacerlo se trata de mostrar más duro con el gobierno. En lugar de hacer bien las cosas para heredar a Danilo, que es heredar a los intelectuales del Frente, elige hacer eso por el juego interno. No tiene en cuenta que la mitad del Frente adora a los intelectuales. No está aprovechando lo que le cayó del cielo -por ser un economista, en edad adecuada, que usa traje- y le ha dado por diferenciarse así, en lugar de decir que Carolina es irresponsable y que Orsi tal cosa. Orsi de vez en cuando tira un caramelo a la hinchada -porque así debe hacerlo-, alguna cosita de Astesiano, pero todo despacito, y eso está bien, porque lo que ha consolidado es la imagen de un buen tipo tolerante. Lo mismo pasa del otro lado, cuando Sebastián Da Silva pone cara de criminal lo que hace es jugar un poco para los suyos.
-¿El discurso más radical no le da a Cosse ventaja para las internas?
-Por esta misma cosa de que no hay grandes banderas, de que andan todos con banderines, la canasta de factores por las que uno se inclina a un lado u otro es heterogénea. Uno puede decir “yo estoy con Andrade”, porque es duro, se las dice en la jeta y es comunista, pero al mismo tiempo puede pasar que alguien quiera evitar a Andrade y que se pregunte si no será demasiado rompe vitrinas. Lo que transmite Orsi es capacidad de converger: él consigue el préstamo, Carola se rompe para hacerlo y no lo consigue.
-¿Cómo ve la interna del Partido Nacional?
-En la medida en que la elección no va a ser con cuchillos en la boca, todo va a depender del éxito de Lacalle Pou. No hay tradición política competitiva en el herrerismo y el wilsonismo no existe -es como el seregnismo, en el sentido de que no hubo un corpus de pensamiento de Wilson, pese a que claramente era muy inteligente-, así que lo que debería predominar es la tranquila sucesión hacia un tipo parecido, tampoco carismático, como lo es Delgado.
-¿No es carismático Lacalle Pou?
-De ninguna forma. Carismáticos son los tipos capaces de convertir una realidad de cualquier cosa en algo más extenso y más emotivo. Es alguien que debe tener mucha capacidad de movilizar a los grupos propios. Es alguien a quien uno quiere, del que se puede sentir orgulloso.
-¿Y no están orgullosos los blancos de Lacalle Pou?
-En un cierto grado claro que sí, pero no en un rol de caudillo.
-¿Hay caudillos hoy?
-Hoy no. Lo fueron Mujica y Vázquez, y Danilo en su espacio. Lo fue Larrañaga a su manera, y lo fue Lacalle Padre. Y lo fueron Batlle y ni que hablar Sanguinetti. Pero este Lacalle no, mucho menos que su padre. Pero el carisma es un atajo, pera Wilson -que también lo era- fue un atajo. No es tan importante, porque si Lacalle Pou cierra con un balance de tipo serio, laburador, responsable, con firmeza para tomar algunos riesgos -como el intento de revisar el Mercosur y bancarse todas las críticas al proceso de transformación del puerto-, que mantiene una dirección que tiene que ver con lo que le pide su origen en cuanto a un país más abierto y confiado en sus elites empresariales, podría trasladar esto a otra persona. Puede ser atractivo perfectamente un tipo que digo yo soy la parte dos de esto. ¿Si no es el herrerismo, qué va a ser dentro del Partido Nacional?
-Usted habla de herrerismo, pero los blancos que forman parte del sector Todos sostienen que no son solo herreristas, de hecho hay grupos wilsonistas también…
-Pero claro, y está bien, porque lo que quieren es marcar alguna diferencia. Si son todos lacallistas se pierde el atractivo y el peso en la interna es muy grande.
-¿Quién corre con ventaja: el oficialismo o la oposición?
-Si vos me decís “jugate unos mangos”, diría que Orsi tiene ventaja. Creo que fácilmente va a ganar su interna, porque tiene a los duros asegurados por el MPP y a los demás con su encanto, con su bonhomía. Yo si mañana le tuviera que hacer la campaña, diría: “Orsi es un buen tipo”. Ojo, también creo que si todo sigue como está, podría ganar el gobierno, pero le temo a la situación económica.
-¿El resto de la coalición cómo juega en 2024?
-Son simplemente subgrupos de apoyo.
-¿Cómo le pega al gobierno que el Partido Colorado y Cabildo Abierto bajen su caudal de votos?
-Se cumple la predicción de César Aguiar: se va hacia un bipartidismo. El Frente Amplio hace tiempo se comió al Partido Colorado, sus ideas y su convocatoria intelectual. Y no sé si Cabildo Abierto va a lograr, por ejemplo, lo que hizo el Partido Independiente, de subsistir 20 años. Muchos de esos votos los debería chupar el Partido Nacional, entre otras cosas porque en 2019 tenían una figura casi desconocida. ¿Qué cosa grande había pasado con Lacalle Pou antes de ser presidente? Delgado es hoy una primera figura, que es cierto que tampoco apasiona a nadie, que tampoco nadie se hace fanático ni da la vida por él, pero se ha ganado un respeto como profesional de la administración pública.
Lacalle debe darle la mano a su sucesor
-¿Delgado ya tiene ganada la interna?
-Si Lacalle Pou llega sin grandes impugnaciones sobre sus competencias, sí. A quien le dé la mano, quien se muestre como el más parecido, corre con ventaja. Después puede ganar o perder. Mucho va a depender de que el FA logre achicar la distancia afectiva con el interior rural. Yo sentí que el FA iba a perder cuando Vázquez toreó a aquellos tipos del interior, que es cierto que eran muy primitivos, y les dijo que se iban a ver en las urnas.
-¿Es seductor vender una continuidad? Algunos blancos dicen que la continuidad debe incluir algún cambio. En la campaña que usted hizo con Mujica de cara al segundo gobierno del FA las diferencias con Vázquez, por ejemplo, eran claras.
-Sí, pero el intento de la campaña era mostrar la mayor continuidad posible. Cuando se terminó la interna, Pepe y yo nos abrazamos a Danilo. Le dije: “De acá no te despegás”. Pepe nunca aparecía solo. Salvo por algunas trampas que me hacían las fracciones, no había carteles que dijeran “Pepe presidente”; decían “Mujica-Astori”.