HISTORIA DE VIDA
La tristeza que la asfixiaba, que la llevó a intentar quitarse la vida, devino en “ganas de ayudar a los demás”. Y un día de agosto de 2019 encontró que la política partidaria podría ser una opción.
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El 29 de julio de 2013, Romina Fasulo, ubicada en el cuarto lugar de la lista de suplentes que candidatea la coalición a la Intendencia de Montevideo, caminó sola por última vez. Se acercó al ventanal, a unos metros de donde había dejado la carta de despedida para sus sobrinos, corrió la cortina y el vidrio, dejó que el viento la despeinara y se lanzó siete pisos en picada.
Después -seis años, seis meses y seis días después- dirá que aquel intento de suicidio fue “una bendición”. Porque como el dicho popular reza que “un clavo saca a otro clavo”, a aquella caída le siguió la “levantada”.
No es que haga una apología de la autoeliminación ni que celebre vivir en una silla de ruedas, mucho menos festeja el diagnóstico de cuadriplejia o el haber pasado su 31° cumpleaños en terapia intensiva. Solo que la tristeza que la asfixiaba, que la había hecho dejar el liceo, devino en “ganas de ayudar a los demás”. Y en ganas de “hacerse escuchar”, y acabar el bachillerato, y en estudiar Derecho, y en “hacer un Montevideo para todos”, y…
Y un día de agosto del año pasado encontró que la política partidaria podría ser una buena opción. Edgardo Novick le ofreció sumarse al Partido de la Gente. Aceptó.
La llamada.
Jueves 6 de febrero poco después de las tres de la tarde. Suena el teléfono de Fasulo. Es la candidata Laura Raffo, quien se quiere presentar y proponerle un día para “empezar a trabajar juntas”. No se conocen cara a cara. De hecho Fasulo se enteró que había quedado como la cuarta suplente de la economista unas horas antes de la oficialización.
Fasulo demora unos segundos en atender, necesita conectarse los auriculares con el micrófono incorporado. Tras la caída del séptimo piso y los 78 días de internación, le fue realizada una traqueotomía por la que habla lento y bajo. Casi como en secreto.
El dramaturgo asturiano Alejandro Casona decía que “no es más fuerte la razón porque se diga a gritos”. Fasulo hizo de su voz tenue una potente herramienta. Tanto que cuando la ven entrar al Consejo de la Facultad de Derecho de la UdelaR, “la gente tiembla”.
Porque esta mujer -rubia, flaca, en silla de ruedas y de voz como un susurro- hizo que las asignaturas que se dictaban en el segundo piso de su Facultad, pasaran al primero para que ella pudiese asistir (la silla no entra en el ascensor). Porque esta señora logró que la Universidad de la República delimitara un espacio en el aula para que los estudiantes con discapacidad pudiesen estar cómodos en clase. Porque esta alumna, que dice tener “cojones”, no se calla.
-¿Cómo está Uruguay en la aceptación a la persona con discapacidad?
-Horrible. Cuando voy por la avenida 18 de Julio pico como una pelota. La silla va a los saltos y eso que es la principal avenida de la ciudad, una de las que está en mejor estado y con rampas.
-¿El gran problema es el estado de las veredas?
-En cuanto a la movilidad lo que más afecta en Montevideo es el transporte público. Los ómnibus con rampa pasan cada dos horas, siempre y cuando puedas llegar hasta la parada para tomarte uno. Y suelen hacer recorridos pensando en el cine o el teatro, pero no hacia donde uno se quiera mover. Para ir a Facultad de Derecho (desde Parque Miramar hasta Cordón) me tengo que mover hasta el shopping Portones. Salvo que alguien me lleve en auto, es imposible.
-¿Es un tema de barreras arquitectónicas?
-No solo. La gente se piensa que con poner una rampa ya se es accesible. Yo no veo que tenga una silla de ruedas, me acostumbré. Pero al resto de la sociedad le cuesta mucho asimilarlo. Te miran con lástima, te discriminan. Ahora mismo, cuando salió que yo sería suplente, empezaron los insultos: “Le dan esto porque es discapacitada”. Si llegué hasta acá es por mi esfuerzo. Nadie me regaló nada.
-¿Denunció esa discriminación?
-Las comisiones contra la discriminación son puro cuento. Reaccionan tarde, cuando un hecho toma notoriedad pública y cuando está casi resuelto. La única denuncia que presenté fue ante el Consejo de la Facultad por el espacio en clase.
El trayecto que llevó a Fasulo a estudiar Derecho fue, paradójicamente, poco derecho. Cuando era pequeña soñaba con continuar con la herencia familiar: la medicina. Su padre era médico forense y cada tanto la llevaba a ver, en vivo y en directo, una autopsia. A la edad en que los niños pasan horas en la plaza jugando al fútbol o en las hamacas, ella ya sabía la diferencia entre una muerte por asfixia y una intoxicación.
Pero a los 15 años, justo a la edad en que las adolescentes suelen estar de festejo, todo cambió. Sus padres se divorciaron y entró en depresión (diagnosticada).
“Mi padre no le pasaba suficiente dinero a mi madre. Entonces pasé de tener ciertas comodidades a estar días a puro café con leche y más nada”. La angustia fue tal que dejó el liceo y años después, intentos de suicidio de por medio, se inscribió a una carrera técnica de enfermería para la que solo era necesario el ciclo básico de Secundaria. Pero ya no era lo suyo.
El 29 de julio de 2013, el día en que todo su peso cayó los siete pisos, marcó un giro de timón. Sintió que “si había vuelto a nacer era porque tenía una misión”. ¿Cuál? “Tenía que desterrar el tabú del suicidio, de la depresión, de la discapacidad y hacer algo por los demás”.
-¿A qué le teme?
-A nada. Volví de un lugar del que pocos vuelven.
-¿Tampoco le teme a negociar con Adeom?
-A los sindicatos no hay que tenerles miedo. Todo se arregla hablando.
-¿La posibilidad de llegar a la Intendencia de Montevideo es su mayor logro?
-No, mi mayor hazaña fue entrar a la universidad.
Poco más de 1.200 estudiantes de la Universidad de la República tiene algún tipo de discapacidad. Ello representa menos del 2% de la matrícula universitaria, cuando la población con discapacidad supera al 10% de los habitantes del territorio nacional.
En Montevideo, el departamento en que Fasulo aspira a gobernar, hay miles de personas que, como ella, no pueden caminar. A muchos de esos miles no se los ve, o como dice Fasulo, “no se los quiere ver”. Por eso ella quiere que su campaña electoral sea una muestra de visibilidad.
“Si mi asistente, Paola, me tiene que parar en la mitad del barro de un asentamiento, me voy a parar. Si no hay transporte para un acto, voy a mover cielo y tierra para que exista el derecho a la movilidad”. Lo dice con su voz baja y con el brazo rígido, sin el histronismo de los políticos a la hora de hablar.
-De llegar a la jefatura comunal, ¿su énfasis estará en la discapacidad?
-No necesariamente. Esto no se trata de la chica discapacitada que trabaja para el discapacitado. Yo trabajaré para todos los montevideanos. Claro que me esforzaré por lograr lo que me parece justo. Claro que haré que las personas conozcan sus derechos, para eso me formé.
Fasulo es consciente que tiene por delante una ardua carrera electoral. Montevideo es gobernada por el Frente Amplio desde hace tres décadas. Y en las elecciones nacionales del año pasado, fue el gran bastión que conservó la izquierda. Pero para ella, el solo hecho de estar en carrera “es demostrar que todos somos personas”.
No negoció cargos ni le ofrecieron un lugar en el caso de que perder. Pero a diferencia de la política clásica, que por definición es el arte de la negociación, ella aprendió a ir tomando decisiones por etapas.
Estuvo diez días viéndole la cara a la muerte, otros 48 días en terapia intensiva y 20 más de internación en sala. Salió de allí rígida, sin olfato y sin gusto. Recuperó cierta movilidad y el resto de los sentidos.
-¿Tiene un techo?
-No hay imposibles.
Dos preguntas
¿Qué propone para Montevideo si llega a acceder a la Intendencia?
“Un sistema de transporte que sea realmente accesible. Que no pase solo cada dos horas y que vaya solo a las zonas céntricas. Pero también que haya acceso al estudio, al disfrute de la cultura, de los espectáculos públicos”.
¿Qué ve cuando se ve a si misma o cuando mira hacia atrás?
“Yo no veo una silla de ruedas, veo la misma Romi de siempre. Quizás la mayor diferencia es que ahora me miro con orgullo y con positividad, antes me invadía una profunda tristeza. En Uruguay es difícil hablar de depresión”.