Así buscaron residuos de coronavirus en la sede del Casmu de la calle Garibaldi

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Personal con equipos especiales toman muestras en la sede del Casmu de la calle Garibaldi. Foto: Fernando Ponzetto

LA MARCHA DE LA PANDEMIA

Científicos del Instituto Clemente Estable mapearon los sitios donde había circulado la trabajadora del Casmu infectada con COVID-19.

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Es invisible y, sin embargo, se ve. Porque el SARS-CoV-2, ese virus que tiene en vilo al mundo hace un semestre, viaja escondido en las gotitas que lanzamos con un estornudo o al respirar, se camufla en la superficie de un sillón o en el botón del ascensor cuando esas gotitas caen, pero sus restos genéticos a veces perduran. Y entonces sabemos, aunque no infecte, que está. Así se lo busca en las habitaciones de un sanatorio donde deambuló una persona que, en Uruguay, dio positivo hace menos de diez días.

“Cerraron policlínica del Casmu porque funcionaria dio positivo de coronavirus”. Así se titulaba este lunes una de las noticias que “preocupó” a las autoridades sanitarias, justo cuando Uruguay parecía correr con ventaja en el partido contra el COVID-19 (en la altura de La Paz, según la analogía usada por el científico Rafael Radi) y cuando en Treinta y Tres se intensificaba un brote de la enfermedad.

Un día después, tras el rastreo de contactos y testeo a los círculos íntimos de la trabajadora del Casmu, se comprobó que, a priori, no había otros infectados. Pero, ¿cómo saber si la limpieza posterior a que se diagnosticara el caso fue la correcta? ¿Cómo asegurarse que aquel teclado de la computadora que la funcionaria había tocado por última vez el lunes 15 de junio está libre de restos del SARS-CoV-2? ¿Cómo reactivar un sanatorio dando todas las garantías sanitarias?

Personal con equipos especiales toman muestras en la sede del Casmu de la calle Garibaldi. Foto: Fernando Ponzetto
Personal con equipos especiales toman muestras en la sede del Casmu de la calle Garibaldi. Foto: Fernando Ponzetto

La Dirección de la Maternidad del Casmu, allí donde solía circular la funcionaria en la calle Garibaldi, huele a mezcla de etanol y alcohol 70%. Es un hedor tan intenso que apenas se disimula con la ventana abierta y con la barrera de tela del tapabocas (y narices). Ni siquiera deja evidenciar que, hace unos días, el equipo de limpieza de la mutualista pasó por allí hipoclorito. Pero ese olor, dice el científico Eduardo De Mello, del Instituto Clemente Estable, “no es garantía de nada”. Porque en las zonas que uno más toca y menos se da cuenta -como un pestillo, el apoyabrazos del sillón o la llave de luz- puede haber restos del virus.

“Las chances de que el virus esté activo y tenga potencial para infectar son muy bajas”, cuenta De Mello, vestido con cofia, lentes grandes como usan los ciclistas, guantes de látex, mascarilla y una toga que delata a lo lejos que se está trabajando con material sensible.

Personal con equipos especiales toman muestras en la sede del Casmu de la calle Garibaldi. Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

Y así es. Porque De Mello y las dos microbiólogas que lo acompañan sacan un hisopo esterilizado y lo raspan contra un pestillo o un teclado con la misma delicadeza que un enfermero toma una muestra en una nariz. Eso sí: antes pasan unas gotitas de un buffer que humedece la zona y facilita que el virus, de estar presente, se adhiera al algodón del palillo.

La muestra se deposita en un tubo de ensayo, que tiene un líquido que permite la conservación del virus, sigue la misma ruta que untest convencional de COVID-19: va refrigerada al laboratorio, en este caso del Casmu, bajo esas campanas de flujo laminar que simulan un extractor de cocina se “rompen” las células virales para obtener el material genético y se analiza con la técnica de PCR en tiempo real. Así es que, “en 24 o 48 horas”, se sabe si hubo residuos del virus (en ese caso en la computadora se verá una curva que se amplifica) o no.

La diferencia es que en lugar de que cada muestra sea de una persona, está codificada según de dónde se obtuvo: un pestillo, un papel, una mesa…

Una vez obtenidos los resultados, los científicos pueden construir un mapa de la presencia del virus en una habitación. Si se supo que allí hubo carga viral, porque estuvo una persona infectada como la funcionaria del Casmu, y ya no hay restos, eso significa que se hizo una buena limpieza.

Personal con equipos especiales toman muestras en la sede del Casmu de la calle Garibaldi. Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

“Esto sirve como complemento a las medidas claves: el uso de mascarillas, el distanciamiento sostenido y el lavado de manos”, aclara el médico Álvaro Arigón, de Casmu Empresas y uno de los promotores del acuerdo con el Clemente Estable. Pero, la lógica que está detrás de estos estudios, dice, es que “en instituciones donde no se puede privar la circulación de personas, como un hospital, un policlínico, un banco o una escuela, esto permite descartar en un área (esclusa) todo posible rastro del virus y garantizar que se está libre de él”.

Dada la inversión que significa -solo ayer se tomaron en la maternidad del Casmu unas 25 muestras-, esta estrategia está pensada para “puntos sensibles” y no a granel. Tampoco “tiene sentido cuando el virus está circulando a gran escala como en Brasil”, dice De Mello que es nacido en ese país.

A diferencia del estudio de la presencia de restos del virus en aguas servidas, que lidera el Institut Pasteur, la investigación que ayer realizó el Clemente Estable y el Casmu “no está pensada para medir la prevalencia en una comunidad, sino la presencia de restos en un ambiente que necesita abrir al público”.

Personal con equipos especiales toman muestras en la sede del Casmu de la calle Garibaldi. Foto: Fernando Ponzetto
Foto: Fernando Ponzetto

Vida y muerte de un nuevo virus

El SARS-CoV-2 es, para la ciencia, un recién llegado. Por eso su capacidad de supervivencia no está del todo clara. Un estudio publicado en The New England Journal of Medicine, muestra que este virus tiene mayor capacidad de permanecer activo en una superficie plástica o en acero inoxidable que en cartón o cobre. De hecho, ante una misma presión, temperatura y carga viral puede sobrevivir hasta 72 horas en un picaporte de acero, pero menos de ocho en cobre.

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