CRÓNICA
Se inició el sábado la vacunación contra el COVID-19 entre vacunadores, quienes repiten: “Es el principio del fin del Covid”
En el país del “naides es más que naides” no hay una Araceli Hidalgo, la nonagenaria a la que apuntaron los flashes cuando se convirtió en la primera vacunada de España. Tampoco hay una Margaret Keenan, la británica cuya figura atravesando en silla de ruedas un pasillo de enfermos que aplaudían, previo al pinchazo con Pfizer, se transformó en una de las imágenes emblema de la pandemia en curso. No hay fotos del primer mandatario con la camisa remangada y una jeringa entrándole por el deltoides para dar por inaugurada la campaña de vacunación. Pero incluso en este silencioso modo uruguayo, el sábado 27 de febrero de 2021 formará parte de las efemérides de la emergencia sanitaria. Cientos de vacunadoras firmaron su consentimiento y prestaron sus brazos para convertirse en las pioneras de la vacunación local.
El “Día Cero”, como le llaman, fue un precalentamiento para la campaña masiva que se iniciará mañana. Como todo “ensayo”, no estuvo exento de cierta cuota de adrenalina. Y en Casa de Galicia no se dio la excepción. Los vacunadores tenían todos los detalles ajustados de antemano, las túnicas y los guantes inmaculados a la espera de la ocasión, y en el antebrazo unas cintas al estilo de los capitanes del fútbol que incitaban a la vacunación. Repasaban el paso a paso del procedimiento y lo comentaban en voz alta como los estudiantes que practican la lección antes de un examen.
Las cajas con las dosis de Sinovac, apiladas cuidadosamente en una heladera a 3,7°, se convertían por unos instantes en el centro de atención. Un policía las custodiaba de costado, con una mirada seria por sobre el tapaboca, como quien observa con recelo a su “nuevo tesoro”.
En la sala de espera en la que los pacientes quedarán en observación unos 15 minutos (salvo que sean alérgicos y deban aguardar el doble de tiempo), los cronómetros estaban clavados en el cero. Y las hojas de consentimiento, que rezan que cualquier acción legal tiene que hacerse ante los tribunales uruguayos, estaban aún sin firmar.
Solo faltaba el aviso de largada que tenía que llegar de parte de las autoridades sanitarias. Por eso una de las nurses revisaba su Whatsapp, por donde le darían la voz de ¡aura!
El aviso llegó poco antes de la 10 de la mañana y junto a él los nervios del debut. Soledad Ferreira -30 años, responsable de la recepción y triaje de los pacientes en Casa de Galicia- fue la primera en la fila. Nicolás De Paula, director técnico de la institución, miró la hora en su celular como queriendo cronometrar cuánto duraría el procedimiento. “El Ministerio (de Salud) nos pidió que atendiéramos a 16 personas por hora, una cada poco más de cuatro minutos”, contó el médico responsable.
Soledad entró por la puerta que otrora fuera de ambulancias, en la avenida Millán, y que ahora fue acondicionada para la ocasión. Siguió la línea amarilla del suelo -la azul es para los pacientes que se retiran-, se tomó la fiebre en un termómetro automático, se puso alcohol en gel, y se presentó ante la recepcionista. Recibió las preguntas de rutina, aclaró que no tuvo cuadros respiratorios previos, leyó el consentimiento y lo firmó con tranquilidad para dejar sellado así su convencimiento: “Es importante que nos vacunemos todos para salir de una vez por todas”, dirá después.
Fue la primera “valiente”, bromeaban sus compañeras, porque tras ella siguieron otras colegas. Los policías de la custodia no se animaron, pese a que se les autorizó, porque todavía no estaban seguros. Una de las nurses se ofreció a zanjarles las dudas, pero no hubo caso. Tampoco hubo éxito con algunas de las enfermeras vacunadoras que, por su rol también como personal de salud, prefirieron esperar la llegada de las dosis de Pfizer (el 8 de marzo).
Soledad siguió la línea amarilla y por fin entró al vacunatorio. Rosana Barboza, una de las vacunadoras, abrió la heladera, rompió la caja y sacó un vial con 0,5 ml del líquido que tiene el virus inactivado, lo agitó, cargó la jeringa y se la pasó a su colega Sabrina Ezeiza (“sí, como el aeropuerto argentino”, decía ante las cámaras). Soledad tomó asiento, aclaró que no es alérgica y dejó el brazo al descubierto. Mientras, Sabrina le limpiaba la zona con un algodón y le explicaba que podía sentir “un mínimo pinchacito”. Pero ni eso. A Soledad no le dio ni para pestañar. “No duele, fue rapidísimo, se siente igual o menos que cualquier otra vacuna”, dijo.
La pandemia del COVID-19 nos recordó que cada sonrisa mueve hasta 17 músculos de la cara y no solo los costados de la boca. Por eso la mascarilla que llevaba Soledad no ocultó su alegría, que se notaba en la contracción del músculo orbicular que rodea al ojo.
Si esta no fuera una vacuna aprobada para el uso de emergencia, Soledad ya estaba pronta para irse. Pero el protocolo indica que debía seguir la línea amarilla y esperar 15 minutos en observación. Fue un cuarto de hora que aprovechó para el descanso, porque no hubo efecto adverso alguno. Una auxiliar de enfermería le aclaró que, “como toda vacuna”, podría sentir un mínimo dolor en el brazo o un poquito de fiebre pasajera. “La probabilidad de que se presente una reacción alérgica grave es muy baja. A nivel mundial la misma fluctúa entre 1 cada 100.000 a 1 cada millón de personas vacunadas con estas vacunas”, dice el manual que estudiaron las vacunadoras.
Mientras Soledad daba aviso a sus familiares sobre la buena nueva, en el Parque Batlle, el corazón de los vacunatorios uruguayos (hay ocho centros vacunatorios en menos de ocho manzanas a la redonda), en el Hospital Británico las vacunadoras Lilián Bentancures y Camila Carbajal estaban prontas para el pinchacito.
“Yo soy provacuna”. Lilián es de esas vacunadoras convencidas y maneja al dedillo el paso a paso del procedimiento de inoculación. Es de las que se capacitó para poder manejar el ultrafrío de Pfizer(esas dosis con ARN mensajero) y de las que tiene la impronta de personal de salud incluso si estuviera sin la clásica túnica blanca y la cofia. “Estoy muy feliz de que haya llegado la vacuna, valió la pena la espera y esto no solo es por nosotros, sino para cuidar a aquellos que, por algún motivo, no pueden vacunarse”.
En el vacunatorio del Hospital Británico, acondicionado para la ocasión, la mañana transcurre con mínimos retoques, con alguna nurse que lleva el cartelito de angloparlante y que hace un control de rutina, con el censo de las 680 dosis que recibieron para aplicar mañana y la administración de las vacunas a los vacunadores. “El lunes es cuando empieza la campaña de verdad y estimo, pero sobre todo espero, que la gente se adhiera”, dice Carbajal.
Desde el viernes hasta ayer a las 19 horas, se habían agendado 41.297 personas de los colectivos priorizados para recibir las dosis de Sinovac.
Carbajal, como la mayoría de los 1.000 vacunadores desplegados por el país, harán un régimen especial. En teoría, por la alta exposición a virus y bacterias, su horario es de cuatro o seis horas. Esta vez, harán jornadas más extensas para que los vacunatorios funcionen desde las ocho de la mañana hasta las 22 horas.
“El país nos necesita. No somos héroes, pero nos hemos preparado para esto y es nuestro momento de aportar”, cuenta Bentancures.
El líquido que transporta el virus inactivado -ese al que le llaman el “principio del fin”- recién empieza a circular por el cuerpo de los vacunadores inoculados. Según los ensayos clínicos, la mayor eficacia se alcanza después de la semana de la segunda dosis. Un mensaje de texto les avisa a los vacunados cuándo será la próxima cita, 28 días después de la primera dosis.
“Mientras, nos tenemos que cuidar, esto no terminó”, insiste la vacunadora Bentancures. Porque para que se alcance la inmunidad colectiva, estima la Organización Mundial de la Salud, se debe vacunar un 70% de la población objetivo. Y Uruguay, el último país de Sudamérica en recibir las dosis, es poco probable que alcance ese porcentaje antes de las 32 semanas.
La buena noticia es que “la magia” de las vacunas empieza a arrojar sus resultados en el mundo: las muertes en los residenciales catalanes alcanzaba hasta el 40% del total, y, tras la vacunación, representa menos del 10%. Según los investigadores de la Universidad Politécnica de Cataluña “no hay ningún otro factor que pueda explicar estas bajadas tan rápidas, fuera de los márgenes típicos de la epidemia, que no sea la vacunación”.
En Israel, que lleva la delantera en la vacunación, los casos más graves se ha reducido 67% entre los mayores de 60 años. En Escocia las dosis permitieron que las hospitalizaciones disminuyeran hasta un 94%. Y la lista sigue.
Como resume la vacunadora Bentancures: “La evidencia y la seguridad están... es solo cuestión de dar el brazo”.
Puesta a punto
Cada cuatro minutos, como máximo, los vacunatorios tienen que dar paso a otra persona. Pero para que ello ocurra, el engranaje de toda la maquinaria debe estar aceitado. Por cada paciente hay dos vacunadores: uno carga la dosis y otro la administra. Se cronometra el tiempo de observación y se pide la firma de un consentimiento en el que, se aclara, las acciones legales se hacen en tribunales uruguayos. Los cientos de vacunadores que se inocularon ayer sirvieron de ensayo para la “verdadera campaña” que comienza mañana.