Historia de un tripulante: "Se volvió un viaje en el que todos tratábamos de sobrevivir"

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Médicos trasladan este viernes de noche a un centro hospitalario a dos pasajeros del crucero Greg Mortimer en estado crítico por el COVID-19. Foto: Leonardo Mainé

CRUCERO GREG MORTIMER

El relato del médico a cargo del Greg Mortimer, el barco de placer que se transformó en un hospital gigante.

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Dice que todo cambió de un día para otro. Que la tensa calma que sentían en los primeros días se fue convirtiendo en angustia al saber que su viaje pasó de ser una aventura a una lucha por sobrevivir. Así lo relató Mauricio Usme (47), el médico colombiano a cargo del crucero que estuvo dos semanas anclado frente a las costas uruguayas.

El viaje empezó el 15 de marzo cuando el crucero Greg Mortimer partió con más de 200 personas a bordo desde Usuahia (Argentina). Pero siete días más tarde la rutina cambió por completo y el crucero quedó envuelto en el silencio propio del aislamiento. Ya no había actividades, ya no había cenas elegantes rodeadas de comensales, solo quedaba la esperanza y el deseo de poder bajar.

Usme dice que las alarmas se activaron el 22 de marzo, cuando recibió un llamado por un paciente que se sentía mal y tenía fiebre. Pero cuenta que para él, la primera señal de alerta se encendió cuando los pasajeros subieron al crucero, en un momento en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los gobiernos de todo el mundo pedían no viajar, quedarse en sus casas y hablaban de distancia social.

"Me sentía muy impotente, todos pensábamos que el crucero se iba a quedar en Ushuaia, que no íbamos a tener pasajeros, que nos íbamos a quedar a la espera de que pudiéramos desembarcar para irnos a nuestros hogares. En ese momento ya muchos países hablaban de cerrar las fronteras", cuenta Usme a El País desde el centro de cuidados intermedios del Casmu, a donde fue llevado tras presentar problemas de salud en el crucero.

Pero el barco zarpó y durante una semana el tiempo transcurrió con normalidad. Hasta que se decidió el aislamiento de todos los pasajeros, motivados por el primer paciente con fiebre. Pero el efecto dominó ya estaba establecido y pronto fueron decenas los que tenían síntomas similares a los del coronavirus. "Yo iba y les hacía el control de temperatura a todos, a los pasajeros y a la tripulación, uno por uno", cuenta.

Pero como sucede también en tierra, los que cumplen funciones esenciales salían de sus camarotes para dar una batalla: encargarse de la alimentación de todos los pasajeros. Para esto se estableció un modus operandi que consistía en dejar los platos de comida afuera de cada puerta, sin tener el mínimo contacto y garantizando así la distancia recomendada.

Fue así que el Greg Mortmier se empezó a convertir en un hospital flotante, donde Usme era el capitán de la salud. Los altavoces que antes anunciaban las actividades, que recordaban las cenas y que daban información propia de la vida en un crucero, se habían convertido en herramientas para dar mensajes de aliento.

"Les daban ánimo, les decían que se mantuvieran tranquilos o que yo iba a pasar a tomarles la temperatura. Se convirtió en un hospital gigante con personas que no podían salir de la habitación, pero que necesitaban atención", relata Usme y agrega: "el crucero cambió la perspectiva completamente, se volvió un viaje en el que estábamos todos tratando de sobrevivir y tratando de evitar las complicaciones máximas".

Aguas nacionales

El primer intento de atracar fue en The Falkland Islands, pero el documento de salud redactado por Usme indicaba que había posibles casos de coronavirus en el barco y no les permitieron bajar. "La empresa encargada del crucero me llamó por el primer paciente con fiebre. Yo le dije que era un posible caso de COVID-19 hasta que se demostrara lo contrario y eso fue lo que presenté en las declaraciones de salud que se dan a los gobiernos, porque al plantearlo así pude evitar que los pasajeros bajaran y contagiaran a todos los que estaban por fuera", explica el médico.

Lo mismo ocurrió en Uruguay, al llegar a kilómetros del puerto de Montevideo, donde un pasajero finalmente tuvo que bajar con un cuadro de neumonía grave.

Ese pasajero era el primer paciente con fiebre, ese que Usme había acompañado desde el primer momento. "Lo estuve cuidando dos días en su cabina mientras autorizaban el desembarco. El gobierno uruguayo se manejó muy bien, nos asistió muy pronta y coherentemente en el momento que se necesitó bajar pacientes".

Equipos de médicos uruguayos realizaron la riesgosa misión de abordar el crucero “Greg Mortimer” y trasladar a tres pasajeros enfermos. Foto: Francisco Flores

Fue en ese preciso instante en que la tensa calma se rompió. Las personas se enfrentaron con la realidad de que dentro de las estadísticas estaba la probabilidad de morir y de que la mayoría era la denominada población de riesgo. "Para ese momento la gente ya estaba totalmente aislada en sus habitaciones, muy preocupada de no enfermarse, de no contagiarse, de no morirse".

Positivo

El primero de abril Usme empezó a sentirse mal, era lo que él sintió como la crónica de un contagio anunciado. Su temperatura subió, la tos invadió sus pulmones y su respiración se entrecortaba. El médico se había convertido en un paciente, según el resultado positivo de los test que realizó un equipo de salud uruguayo que subió a bordo del crucero.

Un grupo de médicos se trasladó al crucero para realizar test y brindar atención a los pasajeros. Foto: Francisco Flores.
Un grupo de médicos se trasladó al crucero para realizar test y brindar atención a los pasajeros. Foto: Francisco Flores.

"Me preocupe (al sentir los síntomas), primero como ser humano porque yo tengo mi esposa y mis hijos y para nadie es un secreto que mucho personal de salud ha muerto prestando los servicios en esta pandemia, Pero yo le pedí mucho a dios y confié. La fiebre que me dio fue muy dura los primeros tres días, pero además me preocupe por quién iba a cuidar a la gente", asegura.

Veinte días estuvieron encerrados en sus camarotes a la espera de una respuesta que les permitiera volver a sus hogares. El viernes 10 de abril un avión aterrizó en Uruguay gracias a la coordinación entre el gobierno y el Estado australiano, que logró llevar adelante un vuelo humanitario.

Fueron 112 los ciudadanos neozelandeses y australianos que se bajaron del crucero en el puerto de Montevideo gracias a este operativo. También bajó Usme, pero no era un ómnibus el que lo esperaba sino una ambulancia para atenderlo, ya que debió ser evacuado de urgencia junto con otro tripulante.

Primero en cuidados intensivos y luego en cuidados intermedios el médico fue atendido por colegas uruguayos y dice que gracias a ellos ahora se siente mejor. Desde una habitación cuenta a El País la odisea de él y del resto, los momentos de ansiedad, de miedo y de angustia, pero asegura que toda esa experiencia la volvería a repetir.

"Nadie está preparado para sufrir el estrés de una enfermedad que te puede matar y que fuera de eso te limita y te aleja de tu hogar. Pero lo que hice lo hice con todo el amor del mundo y si un médico no tiene convicción y experiencia podría minimizar el hecho de una fiebre y permitir que bajen 200 personas que pondrían en riesgo innecesario a una población. Yo me subiría otra vez porque mi trabajo ayudó muchísimo a evitar la diseminación del virus", reflexiona.

En la tarde de ayer sábado el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Talvi celebró a través de su cuenta de Twitter que finalmente los pasajeros llegaron a Australia: "Tares cumplida", aseguró.

Por otra pare, informó la Armada el crucero debió regresar a la zona de Fondeo y Servicios donde permanecerá anclado, siguiendo el mismo régimen realizado durante las últimas semanas, hasta nuevo aviso.

La Armada indicó además que al momento hay 15 pasajeros y 83 miembros de la tripulación que todavía están a bordo, así como dos médicos de nacionalidad venezolana. 

En tierra hay tres pasajeros y dos tripulantes que están internados, así como otros dos pasajeros que operan como acompañantes.

“Queremos irnos a nuestros hogares”, dice el médico
Mauricio Usme. Foto; Mauricio Usme.

Usme es médico general desde e 2000 y especialista en emergencia desde el 2016. Hace cuatro años que trabaja en cruceros y el viaje en el Greg Mortimer iba a ser uno más. Usme destaca el apoyo y el accionar del gobierno uruguayo pero quiere pedir un último favor.

“Uruguay se ha manejado muy bien con al gente del barco y los pasajeros y lo único que yo le pido es que nos sigan apoyando para que el barco se quede cerca de las aguas de Uruguay y cuando se abra la frontera la gente pueda salir a sus países”, dice. Usmen cuenta que su mayor miedo en este momento es que le piden que vuelva al barco y que zarpe rumbo a Europa.

“La compañía ha movido barcos para España e Islas Canarias y eso sería una travesía riesgosa, casi 20 días en el mar, para a hacer ancla en otro continente. Sería algo que nos aumentaría el riesgo de manera innecesaria”, agrega.

El médico cuenta que no es el único tripulante latinoamericano y que el contrato con la empresa establecía que sus servicios serían hasta el 15 de marzo. “Queremos irnos para nuestros hogares todos los latinos que estamos en el barco”, sentencia.

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