NATALIDAD Y MORTALIDAD
Salvo en setiembre, en que no hubo un exceso de muertes, en todos los demás meses hubo más fallecimientos que los esperables para la marcha estadística.
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Desde julio, tras la gran ola, Uruguay tiene “bajo control” la pandemia del COVID-19. Tanto es así que los científicos discuten si el escenario actual corresponde a una epidemia o ya se está en fase de endemia (una enfermedad que afecta a una zona con cierta regularidad, como una gripe). Pese a ello sigue habiendo más muertes de las que cabría esperar para el promedio histórico. Y en nueve de los 10 primeros meses hubo exceso de fallecimientos.
Según las cifras preliminares del Ministerio de Salud Pública, entre enero y octubre se reportaron 35.882 muertos. Eso incluye las defunciones por todas las causas posibles. Y esa cantidad de fallecimientos, la más alta desde que hay registros, supera incluso a todos los nacidos vivos que se observaron durante todo 2020. Es decir: de continuar la tendencia -siempre y cuando no haya cambios significativos con la natalidad- Uruguay acabará este 2021 con más muertos que nacidos vivos.
Es la primera vez desde que hay registros que el crecimiento vegetativo es negativo: las muertes superan a los nacimientos. Y a priori eso no tiene tanto que ver con un cambio en la fecundidad en el último año, sino con el exceso de muertes: hubo 26% más fallecimientos que los que cabría esperar.
Dado que el MSP no publicó los fallecimientos por edades ni sexo, y solo dio datos por causa del primer semestre, la hipótesis que manejan los estadísticos es que crecieron las muertes de algunas patologías que no fueron diagnosticadas a tiempo, como los cánceres, o las causas externas, como los suicidios.
Eso explicaría que en los 10 primeros meses del año haya habido 7.485 fallecidos más de los que debían esperarse en base al comportamiento de la mortalidad de los últimos cinco años (mediante un cálculo demográfico que controla las variables). Las muertes con COVID-19, según el Sistema Nacional de Emergencias, totalizan 6.078 en ese período.
Salvo en setiembre, en que no hubo un exceso de muertes, en todos los demás meses hubo más fallecimientos que los esperables para la marcha estadística. Incluso en agosto u octubre, en que las defunciones por la infección que causa el nuevo coronavirus estuvieron por debajo del promedio histórico de gripes o neumonías, se constató un exceso de muertes.
Las consecuencias
Antes de que Uruguay detectase por primera vez un enfermo de COVID-19, incluso antes de que la Organización Mundial de la Salud declarase el estado de pandemia, las cámaras de las cadenas internacionales de noticias apuntaban a España y al norte de Italia. Allí los hospitales estaban colapsados y se morían de a cientos de personas cuyo deceso, si no fuera por la novel infección, era inesperado.
Fueron tantas esas muertes que en algunas provincias de Italia la esperanza de vida al nacer cayó hasta tres años. La gran hazaña que la humanidad había logrado a partir del siglo XX, de que las enfermedades infecciosas dejaran de ser la principal causa de muerte y que la gente viviera cada vez más, de pronto tuvo su revés.
Ayer, en la presentación del libro Desafíos para el avance de la Agenda 2030 en América Latina y el Caribe en el marco de la COVID-19, el investigador Jorge Paz adelantó que “el impacto sobre la esperanza de vida en Perú fue de entre uno y dos años, algo no muy diferente (al observado) en Colombia”.
En Uruguay todavía no está calculado ese impacto, aunque los demógrafos estiman que el crecimiento de la esperanza de vida “es casi seguro que se detuvo” y es probable que tenga una “leve caída”.
En esa misma línea, en la región viene observándose que el exceso de muertes fue más marcado entre los hombres de mediana edad. Porque si bien COVID-19 se ensañó particularmente con la población más adulta, escapaba a cualquier estimación la muerte repentina de varones más jóvenes con enfermedades crónicas no transmisibles. “Los hombres han estado más golpeados que las mujeres”, resumió José Miguel Guzmán, fundador de la organización de análisis de datos NoBrainerData. Entre sus estudios, por ejemplo, se confirma que en Brasil la esperanza de vida de los hombres cayó casi el doble que para las mujeres.
Tras la guerra de la Triple Alianza, en el segundo tramo del siglo XIX, Paraguay vio reducida su población a más de la mitad. Incluso algún geógrafo del momento estimó que las pérdidas de hombres en edad militar trepaba al 90%. Los investigadores intentaron afinar (sin éxito) las cifras porque, al mirarse la gráfica poblacional, las consecuencias de la guerra dejaron su huella por décadas.
Según comentó ayer el investigador Paz en la presentación del libro, es improbable que la mortalidad por COVID-19 deje en las poblaciones de América Latina una huella de este tipo. Aunque sí estimó que habrá un “impacto importante en la fecundidad”.
El aprendizaje
En China se identificaron, hace justo dos años atrás, una serie de neumonías atípicas. Cuando los científicos descubrieron que esas infecciones eran la consecuencia de la colonización de un nuevo virus, proveniente de la familia de los coronavirus, las autoridades sanitarias ya tenían algo claro: ese virus se iba a expandir.
Fue entonces que el ministro de Salud de Francia, Olivier Véran, dibujó delante de las cámaras de TV una gran montaña (que equivalía al aumento exagerado de las hospitalizaciones) y una montaña más chata, similar a una meseta, pero que se extendía en el tiempo. Y apelando a un latiguillo, el jerarca repitió: “el objetivo es aplanar la curva”.
El problema fue que COVID-19 no se comportó como una curva única, sino con varias olas y con consecuencias que iban más allá de la saturación de los centros de salud. Cualquiera de los modelos predictivos de lo que iría a suceder fracasaron y, según el investigador Guzmán, “12 semanas después, las predicciones ya tienen un error del 27%: no se puede predecir mucho, porque los modelos fallaron”.
Uruguay, por ejemplo, tuvo durante 2020 menos muertes de las que cabría esperarse. Pero desde diciembre de ese año empezó a observarse el exceso de muertes que, incluso con COVID-19 bajo control, no logró revertirse del todo.
Los otros impactos
Crecen los suicidios en el país
Después -meses después- del confinamiento voluntario y los primeros temores por el COVID-19, en la sociedad uruguaya empezaron a aumentar los suicidios. Fue como un “rebote” tras aquel “efecto guerra” que había paralizado a la población. Al término de 2020 ya se empezaba a notar ese incremento, y lo confirman los datos preliminares de 2021. En los primeros nueves meses hubo un 10% más casos de autoeliminación que el promedio histórico de 2013 a 2019. Dado este posible impacto de la pandemia, el Ministerio de Salud Pública resolvió en octubre la creación de un Grupo Técnico de Expertos en Prevención del Suicidio. Entre los cometidos de este novel equipo -que integran académicos de al menos ocho facultades distintas, incluyendo dos universidades privadas- está la elaboración de un sistema de información que le permita a Uruguay seguir la marcha epidemiológica de los suicidios en mayor tiempo real.
Subirían los embarazos sin un plan
En Uruguay nacen cada vez menos niños. Tanto es así que la cantidad de nacidos vivos en todo 2020 fue menor que la proyectada para después de 2050. En buena medida esa caída de la natalidad estuvo marcada por una disminución de los embarazos en adolescentes. Y esa reducción del embarazo a edades tempranas fue haciendo decrecer los embarazos no planificados (más del 65% de las menores de 20 años que fueron madres dicen no haber planificado su embarazo). Pero COVID-19 parece haber frenado esa tendencia. Según la investigadora Javiera Fanta, los problemas de acceso a los métodos anticonceptivos durante la pandemia incidieron en embarazos que no fueron planificados. Uruguay todavía no lo notó en 2020, año en que los embarazos sin planificación previa rondaron el 39% como había ocurrido en 2019. Pero podría notarlo en este 2021. Los métodos anticonceptivos de larga duración, como los implantes subdérmicos, podrían evitar ese incremento en adolescentes.