LAS LLAMADAS QUE SALVARON AL PAÍS
El “exitoso” caso uruguayo, como lo ha bautizado la prensa internacional, tiene sus razones, pero hay una clave que, entre tanto jolgorio, pasó desapercibida: el rastreo de los contactos.
Más de 4.000 científicos aunaron esfuerzos, en la plataforma End Coronavirus, y llegaron a una conclusión: 44 países le están ganando la batalla al COVID-19. Uruguay es uno de ellos.
El “exitoso” caso uruguayo, como lo ha bautizado la prensa internacional, tiene sus razones: la baja densidad poblacional, la celeridad con la que el gobierno adoptó medidas, el acatamiento ciudadano, la voz y los tests de científicos locales y un sistema integrado de salud. Pero hay una clave que, entre tanto jolgorio, pasó desapercibida: el rastreo de los contactos.
Cuatro de cada diez contagiados, de esos que acumula Uruguay desde que la pandemia se hizo presente en el país, están relacionados a uno de estos tres brotes: un casamiento, un hospital psiquiátrico y un residencial de adultos mayores.
Pero para saber la magnitud y poner punto final a estas cadenas de transmisión, que tienen la apariencia de un racimo de uvas de cuyos frutos surgen nuevas ramificaciones, fueron necesarias cientos de llamadas.
Cada infectado en Uruguay ha generado, en promedio, 12,8 “contactos”. Es decir, por cada enfermo hubo casi 13 otras personas que estuvieron expuestas a riesgo de contagiarse, aunque no necesariamente adquirieron la enfermedad.
Como todo promedio, hay extremos: a veces no hubo siquiera un solo contacto porque el enfermo se aisló desde el primer día, y, otra vez, se identificaron hasta 238 contactos, recuerdan Mónica Castro, directora del Departamento de Vigilancia en Salud, y la epidemióloga Silvia Guerra.
Todo comienza con un interrogatorio: ¿qué hizo el paciente desde dos días antes de iniciados los síntomas? Parece sencillo, pero la respuesta a esta pregunta a menudo parece una aventura de Sherlock Holmes.
“A veces la persona niega actividades o contactos, entonces se realiza la visita domiciliaria, se recorre el barrio, se averigua en los comercios cercanos, con los vecinos”, cuentan Castro y Guerra. Eso involucra al Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica, parte de las Direcciones Departamentales de Salud del MSP, los prestadores sanitarios y hasta “fuentes anónimas” del mejor estilo Garganta Profunda.
Incluso cuando el contagiado tiene todas las intenciones de colaborar, la memoria suele jugar una mala pasada: ¿asistió a una reunión familiar, alguien lo visitó en su casa, fue al médico?
El trabajo detectivesco no acaba con la identificación, aviso y examinación de la primera línea de contactos. Porque puede que un caso fuente haya contagiado a una persona que estuvo en contacto, esta persona hizo lo mismo con otros y así…
De hecho, en al menos un brote que difiere de los tres más “famosos”, la cadena de transmisión alcanza a lo que los epidemiólogos llaman “sexta generación”. Una persona, de entre 15 y 44 años, contrajo el virus sin saberse cómo. Esta persona, a la que llamaremos el Paciente A, no viajó ni estuvo en contacto directo con un enfermo de COVID-19. Pero se sabe que contagió a una sola persona (Paciente B).
El Paciente B, también de entre 15 y 44 años, les transmitió el virus a otras seis personas: dos eran menores de 15 años, una mayor de 45 y el resto de su misma franja etaria. De estos últimos contagiados, uno, al que le diremos Paciente C, infectó a otra persona (Paciente D) que más tarde falleció.
Antes de morir, el Paciente D, mayor de 45 años, pero menor de 65, contagió a otras dos personas. Y uno de esos nuevos infectados (Paciente E) les transmitió la enfermedad a otros tres (los Pacientes F, de los cuales uno es trabajador de la salud). Basta contar las letras de los pacientes para entender como este brote alcanzó seis generaciones de transmisión.
“En la fase que está Uruguay, con solo 15 casos activos, el minucioso seguimiento de contactos se valora aún más porque es fundamental para apagar cualquier posible foco”, explica el epidemiólogo Julio Vignolo. Y valga la analogía ígnea: el rastreo temprano funciona como esos extintores que evitan que una pequeña llama devenga en un incendio (nuevo brote).
Detalle de la primera ilustración (generación)
El número de la generación se construye a partir del caso inicial. Si un caso confirmado genera otro positivo, eso es la primera generación, si este caso secundario que se generó a partir del primero, genera a su vez otro caso (sin contacto con el primero), eso constituye una segunda generación y así...
El paciente 31.
Corea del Sur no está entre los 44 países que le van ganando a COVID-19, pero sí entre los 17 que están cerca de conseguirlo. Y eso que el comienzo de su pandemia fue atípico. El primer infectado había sido detectado el 20 de enero. Un mes después, había miles de contagios en un país que era alabado por la enorme cantidad de tests. ¿Qué sucedió? Parte de la explicación recayó en el llamado Paciente 31.
Esta mujer, de la ciudad de Daegu, al sureste de Corea del Sur, había tenido un accidente de tráfico el 6 de febrero y fue hospitalizada. Tres días después acude a un servicio religioso, en la iglesia cristiana Shincheonji. Permanece allí por unas dos horas. Un día después, con fiebre, regresa al hospital y se niega a realizarse el test de COVID-19. Es así que se va a comer con una amiga a un buffet, en un hotel, y el 15 de febrero asiste nuevamente a la iglesia. Recién el 17 de febrero se examina, pero, para entonces, ya había contagiado a más de mil.
Ayer, Uruguay no registró ningún nuevo positivo. Si la racha se mantiene, durante casi un mes cuando no existan casos activos, el país habrá “extinguido” el COVID-19. Pero para que ello acontezca, más allá de controlar las fronteras y mantener el distanciamiento físico social, será clave el rastreo de contactos. Es la única manera para que un casamiento, una visita al hospital o a la iglesia no acabe en un desastre.
El 58,2% de los contagiados en Uruguay tuvo contacto con otro caso positivo. Existe otro 26% que ha viajado a zonas de transmisión. Pero hay 128 pacientes (casi 16%) que no presentan un antecedente epidemiológico identificado. Son enfermos que, tras las pruebas de laboratorio con la técnica de PCR, se confirmó que tienen o han tenido la infección, pero se desconoce cómo la contrajeron. Y eso supone un riesgo. ¿Por qué? Significa que el virus está circulando en una comunidad.
Según el Informe Epidemiológico del 2 de junio al que accedió El País, en al menos seis brotes, que implicaron diez o más contagios, se desconoce cómo ha adquirido el virus la fuente de transmisión inicial.
Distinto es el caso de cinco cadenas de transmisión en la que el 100% de los contagiados, casi todos ellos familiares, han estado de viaje.
Pese a la duda que despertaron los 128 pacientes sin antecedentes de exposición a COVID-19, la marcha de los contagios hace pensar que la situación está bajo control. Uruguay cuenta con solo 15 personas que están cursando la enfermedad. De ellas, según el último reporte del Sistema Nacional de Emergencia, cuatro están en Montevideo, cuatro en Canelones y el resto en otros seis departamentos.
Son cuatro las personas que se encuentran en cuidados intensivos y ninguna en cuidados intermedios.
Enfermos: Entre el miedo y la gratitud
Suena el teléfono. Del otro lado de la línea, una voz serena explica que está siendo contactado desde el Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica por una posible exposición a COVID-19. Entonces aflora la reacción: “Por un lado, la persona agradece que se le comunique y que haya un equipo de personas que sigue su caso, y, por otro lado, aflora el miedo”. Así describen Mónica Castro, directora del Departamento de Vigilancia del Ministerio de Salud, y la epidemióloga Silvia Guerra, la manera en que los uruguayos han tomado el rastreo de contactos. Según las especialistas, “han sido muy pocas las situaciones en que las personas contactadas han dicho «yo no voy a hacer aislamiento, voy a seguir mi vida porque me siento bien»”. Y puede que en esa reacción colaborativa recaiga otra de las claves del “éxito” uruguayo: “La población ha entendido que la cuarentena de contactos, o el aislamiento de enfermos, es para protegerlos a ellos y a sus seres queridos”.