DETRÁS DE ESCENA
Detrás del informe que reproducen diarios, radios e informativos, hay un equipo de profesionales que manejan y sistematizan información que llega de todos los hospitales del país.
El reporte de la marcha del COVID-19, ese que cada noche los informativos detallan con el zócalo que reza “urgente” y que unos 55.000 usuarios revisan cada día desde el visualizador oficial, es solo un detalle en el mar de datos que tiene el Sistema Nacional de Emergencias (Sinae). Porque en las computadoras del cuarto piso del anexo de la Torre Ejecutiva -usuario y contraseña mediante- es viable conocer hasta el minuto a minuto de la ocupación de las unidades de cuidados intensivos.
En el partido que Uruguay disputa contra el virus en la altura de La Paz -para seguir la analogía adoptada por el científico Rafael Radi-, el Sinae juega de diez. Ese número de camiseta (vale la aclaración para los menos devotos del fútbol) viste quien es el responsable de articular el juego, tomar el balón y distribuir la pelota.
Y la pelota bien podrían ser los datos. Un cúmulo de información que de ser de mala calidad equivale a un balón pinchado o hiperinflado: nunca irá a parar a donde debería. Por eso los técnicos del Área de Información del Sinae miran al detalle cada dato, georreferencian la ubicación de cada persona que cursa la enfermedad o que declara que pasará un tiempo de cuarentena en determinada ubicación y hasta hacen manualmente el rastreo cuando hay un error.
En ese sentido, la plataforma que había sido inventada para monitorear los evacuados ante una inundación (en que cada comité de emergencia departamental publicaba en tiempo real la identidad del evacuado y su ubicación), con COVID-19 se reinventó en un panóptico sobre el pulso de la pandemia.
“En vez de evacuados, se empezó a trabajar con casos de infectados. Eso al principio sirvió para ir viendo cómo se iba diseminando el virus, es ese mapa que muestra los primeros casos muy centrados en Carrasco y luego en otras zonas”, cuenta el director del Sinae, el coronel retirado y magíster en Ciencias Políticas Sergio Rico.
Luego se dio seguimiento a los lugares donde seguirían las cuarentenas quienes llegaban al país y firmaban una declaración jurada. Luego, con la apertura de las escuelas rurales, se visualizaban los servicios de salud más próximos a cada centro educativo. Luego se observó dónde estaban situados los residenciales de adultos mayores. Y luego, los CTI.
Cuando una zona “se complica”, como si se satura una unidad de cuidados intensivos, enseguida figura en rojo en un mapa que se carga a medida que los prestadores de salud depositan la información.
Son las 15.53 horas del tercer lunes de enero y el director del organismo abre en su computadora el mapa de CTI. Todas las unidades están en verde, con camas vacantes, pero hay dos, en el norte, que figuran en rojo. Enseguida coloca el cursor del mouse sobre esos puntos que le llaman la atención y, para su alivio, constata que era una simple alerta porque esos prestadores todavía no habían actualizado la información y se los debía llamar para pedírsela.
El propio sistema calcula, ante una eventual saturación de camas o respiradores, cuál sería la unidad más cercana con disponibilidad. Por ejemplo: si el CTI público de Fray Bentos colapsa, la primera opción es conducir hasta Mercedes, a 33 minutos con la ruta despejada (el mapa aclara si una ruta está cortada). Si esa segunda unidad también estuviera saturada, hay que irse hasta Río Negro a 101 o 99 minutos, dependiendo la unidad. Y desde allí a Paysandú, a 54 minutos más. Y así...
Por más sofisticada que parezca esta información -que incluso permite conocer hasta la ocupación de internación en áreas pediátricas-, en el reporte que cada nochecita el Sinae difunde a la población se usa el dato que recopila la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva (SUMI).
¿Por qué? Según Rico es una cuestión temporal: “si fuéramos a la plataforma, es probable que haya algunos centros hospitalarios que a lo mejor no cargaron los datos diarios”.
Otros países, como España, publican el porcentaje de ocupación de CTI en cada localidad. En Uruguay, no.
-¿Acaso estos datos no deberían ser públicos?
-Entre los que estamos en la toma de decisiones fue una discusión muy corta y se resolvió hacer lo que estamos haciendo. El criterio es dar la mayor cantidad de información posible a la población, pero hay cierta información que no aporta demasiado al ciudadano... tampoco hay que cansarlo tanto al ciudadano con datos que luego pueden jugar en contra.
Hay otros datos que, aunque los matemáticos que integran el grupo de científicos que asesoran al gobierno quisieron acceder, en Uruguay no están sistematizados. Es el caso de la tasa de positividad por departamento. Se sabe cuántos test dan positivos sobre el total de exámenes realizados en un día, pero no esa relación en cada zona.
Rico es de los que defiende la utilidad del dato para la planificación de la emergencia. En ese sentido, dice que “el Sinae cuenta con los datos que realmente necesitan los tomadores de decisión”. Al respecto, concluye, “esta pandemia nos deja mucho más preparados para una próxima pandemia”.
El equipo de modeladores que se desarticuló
Antes de que se conformara el grupo de científicos que asesora al gobierno (GACH), el Sistema Nacional de Emergencias reunió a algunos de los científicos más destacados del país. Había matemáticos e ingenieros, entre los que se encontraban Enrique Cabaña, Raúl Tempone y Claudio Risso, empezaron a modelar los datos de la pandemia para intentar proyectar los posibles escenarios. Esos técnicos llegaron incluso a confeccionar documentos -los cuales nunca se hicieron públicos. Pero por superposición de tareas, el 21 de mayo, cuando se afianzó el GACH, el equipo fue desarticulado.