EFECTOS DE LA PANDEMIA
Desde que la pandemia dijo presente en Uruguay, la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa y Enfermedades Prevalentes registró una caída de las personas diagnosticadas.
El SARS-CoV-2 fue, desde marzo, un aliado de otros virus y bacterias. No porque los fuera a potenciar, sino porque los médicos pusieron el foco y la sospecha en el nuevo coronavirus y, a juzgar por las estadísticas, desatendieron a otros agentes. La búsqueda de la bacteria causante de la tuberculosis es un ejemplo y por eso los especialistas llamaron la atención de los prestadores de salud.
Desde que la pandemia dijo presente en Uruguay, la Comisión Honoraria para la Lucha Antituberculosa y Enfermedades Prevalentes registró una caída de las personas diagnosticadas con tuberculosis. Van unas 800 cuando, a la misma fecha del año anterior, superaban las 900. Pero la aparente buena noticia es, en realidad, una trampa: se buscó menos la presencia de la bacteria que causa la enfermedad al punto que las pruebas de diagnóstico cayeron a casi la mitad.
“El COVID impactó mucho en los programas de tuberculosis del mundo, y Uruguay no fue la excepción”, explicó el neumólogo Fernando Arrieta, director del Departamento de Tuberculosis. En el país “la prevalencia de esta enfermedad venía aumentando y ahora el riesgo es que, con el atraso en la consulta y el diagnóstico, nos topemos con casos más graves”.
La ecuación es sencilla: la tuberculosis es curable y prevenible, pero, para ello, hay que adelantarse a la jugada. Existe una vacuna que inmuniza contra algunas de las variantes más severas de la enfermedad -la Bacillus Calmette-Guerin, conocida como BCG-, “pero eso no significa que no exista circulación de la bacteria ni transmisión comunitaria”.
De hecho: en la población carcelaria, algunas zonas con extrema pobreza en que la gente vive hacinada y entre algunos portadores de VIH es frecuente encontrar casos de tuberculosis. Aunque esta no es una enfermedad exclusiva de un sector. Tanto que Uruguay tiene un riesgo de moderado a alto: 30 diagnosticados cada 100.000 habitantes (con Montevideo, Canelones, Soriano, Tacuarembó, Maldonado y Paysandú a la cabeza).
La tuberculosis y el COVID-19 se parecen poco: una la causa una bacteria y a la otra un virus; una es una de las enfermedades más antiguas y la otra de las más nuevas; una tiene una vacuna que previene los casos más graves y la otra está a la espera de su inmunización. Pero, a la vez, ambas se parecen demasiado: se disputan el podio de la principal causa de muerte por un agente infeccioso de este año, suelen afectar el sistema respiratorio, el contagio aumenta con el hacinamiento y la bacteria o virus viaja por el aire. La tos es uno de los principales síntomas, así como la fiebre y la fatiga.
El problema que ha tenido la tuberculosis es que, de tan conocida y con cierto control que había tenido la humanidad, hace unas décadas se “bajó la guardia”. En las facultades los médicos casi no hablaban del tema, en las consultas no sospechaban y desde 2006, para el caso uruguayo, la prevalencia vino en aumento.
El susto fue tal que Uruguay tuvo que reorganizar la estrategia, iniciar una descentralización de laboratorios, capacitar a los profesionales de la salud y hacer que se hable del tema. “El COVID-19 podría suponer un freno en esa conversación que se estaba dando”, advierte Arrieta.
Lo cierto es que en el país existe la transmisión comunitaria que, según el neumólogo, se evidencia en que los más afectados son los jóvenes.
Incluso lo padecen los niños fruto del contagio de sus familiares: “Este año no hemos tenido ningún internado expreso por COVID, pero hemos tenido tuberculosis de todos los colores... es un problema a escala país”, concluyó Álvaro Galiana, director del hospital pediátrico Pereyra Rossell.