LA LUCHA CONTRA EL VIRUS
Leila Macor, periodista venezolana que vivió 17 años en Montevideo y hoy reside en Miami, es voluntaria en la fase tres de la vacuna mRNA-1273 de la compañía Moderna.
Con la primera dosis le dolió un poco el brazo. Con la segunda, se le hinchó y aumentó ese dolor muscular que se genera normalmente con una vacuna, pero que esta vez significó el indicio, la esperanza de haber recibido una sustancia contra el virus SARS-CoV.2, que provoca COVID-19. Leila Macor, periodista venezolana que vivió 17 años en Montevideo y hoy reside en Miami, es voluntaria en la fase tres de la vacuna mRNA-1273 de la compañía estadounidense Moderna. En el mundo hay unas 30 vacunas en desarrollo que ya se encuentran en esta fase de ensayos clínicos.
Antes de la inyección se debe leer un documento extenso y firmar un consentimiento que explica, entre otras cosas, los efectos adversos. Los primeros resultados del estudio estarían a fin de año. “Eso te hace poner un poco nerviosa, porque sientes que están apresurando la vacuna”, comenta Leila a El País, y dijo que para tomar la decisión conversó con su familia y con un amigo biólogo que le explicó cómo funcionan las vacunas moleculares, que no son una novedad ni complejas, que hay similares. “El desafío es que salga rápido, además la fase tres es para determinar eficacia; la seguridad quedó determinada en fase uno”.
Moderna convocó a 30 mil personas de las cuales la mitad recibirá en su cuerpo la vacuna, los otro 15 mil un placebo. Ninguno de los voluntarios sabe realmente si tiene la sustancia. “La amiga con la que fui, a la segunda dosis le dio fiebre, dolor de cabeza y muscular unos dos días. Se sintió horrible, pero contenta porque creía haber recibido la vacuna”, cuenta Leila. Algunos se suman como voluntarios a testeos masivos por el pago que se les realiza, en este caso son unos 2.400 dólares distribuidos en dos años. Otros buscan, esperanzados, inmunizarse ante un virus que asusta. La motivación de Leila, aunque esperahaber recibido la vacuna, fue la tristeza.
El 4 de julio de 2020 su padre, Aldo Macor, escultor italo-venezolano, murió en Chile por coronavirus. “Él estaba en una residencia, se infectó y lo mató en días. Tenía 92 años, pero que sea viejito no quiere decir que se lo merezca”. Ni Leila podía viajar a verlo, ni su madre y su hermano visitarlo. El coronavirus, además de enfermar las vías respiratorias, aísla.
Se anotó, dice, porque quería hacer algo. “Poner un granito de arena, agarrar el virus por el cogote. Aunque es un poco romantizar, y capaz que no es la vacuna o no funciona, pero algo había que hacer”. El 17 de setiembre recibió la segunda y última dosis. En su caso cuadraba con el tipo de personas que buscaban los investigadores porque está expuesta al virus constantemente por su trabajo. Un día antes de esta entrevista tuvo que cubrir un evento de Donald Trump en un espacio cerrado, aglomerado y donde mucha gente no llevó mascarilla. En Miami mueren más de 100 personas por día.