URUGUAY EN LA GUERRA MUNDIAL (DOMINGO 17 DE DICIEMBRE DE 1939)
Miles de personas en la escollera y la rambla fueron testigos de los últimos momentos del acorazado alemán, que se hundió a escasa distancia del Cerro.
El corsario de los mares modernos, el buque fantasma que azotaba los mercantes británicos, el acorazado de bolsillo alemán Admiral Graff Spee terminó sus días hoy, volado por su propia tripulación, frente a los ojos azorados de miles de montevideanos.
Cuando caía el sol, el buque orgullo de la Marina nazi se convirtió en una pira que tiñó de fuego y humo las aguas del Río de la Plata, a escasa distancia del puerto capitalino.
Su capitán, Hans Langsdorff, dio la orden de destruir el barco para evitar que cayera en manos británicas, ya que con escasa munición y averías que no pudieron ser reparadas le resultaba imposible volver a enfrentar las naves enemigas en una batalla como la del pasado 13 de diciembre.
El cumplimiento del plazo de 72 horas, otorgado por el Gobierno uruguayo para que los alemanes repararan al Graf Spee, puso a Langsdorff en la terrible disyuntiva de un combate casi perdido de antemano o la autodestrucción de su buque. El capitán finalmente tomó la decisión de hundirlo.
Autodestrucción
Esta madrugada, testigos vieron cómo de la chimenea del Graf Spee brotaba un denso humo negro. Algunos interpretaron que el barco estaba preparándose para partir. Sin embargo, fuentes diplomáticas aseguran que en realidad estaban quemando documentación secreta.
Más todavía: a esa altura, en el interior de la nave se estaba destruyendo a martillazos toda maquinaria con valor técnico o estratégico, para evitar que cayera en poder de los aliados. Mientras tanto, la tripulación fue autorizada a liquidar los víveres, por lo cual muchos marinos comieron chocolates o frutas hasta hartarse.
El trasbordo.
También de manera sigilosa, buena parte de los casi mil tripulantes del Graf Spee se fueron instalando en el mercante alemán Tacoma, que llegó a Montevideo de recalada el 22 de noviembre pasado.
Fuera de aguas jurisdiccionales, pasaron a dos remolcadores y una gabarra arribados desde Buenos Aires (se supo que habían sido secretamente contratados por los alemanes). Un puñado de hombres quedó en el panzerschiffe, listos para levar anclas cuando el capitán lo ordenara.
A las 18.30, por fin, el buque comenzó a moverse lentamente, impulsado por solo uno de sus ocho motores diesel, mientras la multitud apiñada sobre la escollera o en la rambla (muchos llegados directamente del Estadio Centenario tras el clásico de esta tarde) trataban de no perderse detalle: era la historia pasando frente a sus ojos.
El final del corsario.
Con sus banderas de combate desplegadas, el Spee ofrecía la imagen de estar listo para volver a enfrentar a los barcos británicos, que lo esperaban a escasa distancia en el Río de la Plata.
Sin embargo, luego de navegar unas cuatro millas, el acorazado de bolsillo viró hacia el oeste y se detuvo, a la altura de Punta Yeguas. Desde la distancia se pudo ver cómo se le acercaban embarcaciones menores, a las cuales trasbordaron los últimos marinos del Spee, y en especial Langsdorff.
Después hubo un silencio que pareció de siglos. Hasta que a las 19.55, justo cuando se ponía el sol en el horizonte del Plata, una explosión elevó una enorme llamarada roja desde el buque y sacudió de inmediato los vidrios de Montevideo. Nuevos estallidos confirmaron que la nave orgullo de la Kriegsmarine estaba viviendo su agonía.
Langsdorff había ordenado colocar granadas, pólvora y cabezas de torpedo en distintos puntos de su barco, sincronizadas para estallar al mismo tiempo. Luego de que el último hombre abandonara el Spee -su capitán, por supuesto- corrió una cuenta regresiva de 20 minutos para alejarse de allí.
Así relató esos instantes el capitán de corbeta Friedrich Wilhelm Rasenack, uno de los oficiales alemanes:
“Estoy sobre la baranda del Tacoma y miro el reloj, falta un minuto. Treinta segundos. Cinco segundos. ¡Cero! En este momento se levanta una columna de fuego del Spee, que se ha transformado en un volcán. Es un grandioso y a la vez patético espectáculo, el ver cómo este magnífico navío, mi hogar durante la guerra y la paz, acaba de volar por los aires”.
El Tacoma había salido del puerto sin autorización. El crucero Uruguay lo intimó para que regresara, lo cual cumplió. La nave queda ahora en calidad de internada.
Los avisos Huracán y Zapicán alcanzaron la lancha que transportaba a Langsdorff, todavía en aguas uruguayas, pero le permitieron seguir hacia Buenos Aires, pues el marino había acatado la orden del Gobierno de dejar Montevideo.
Los alemanes fueron hacia Argentina, donde esperaban ser recibidos como refugiados de guerra.
La batalla imposible.
Mientras la antorcha del Spee siguió ardiendo ya caída la noche, un cable de la agencia Havas desde Río de Janeiro informaba que los buques de guerra británicos Renown y Ark Royal acababan de llegar al puerto carioca desde Pernambuco. Solo el Cumberland se había sumado al Ajax y al Achilles en el Plata: la supuesta presencia de una gran flota para enfrentar al corsario alemán había sido simplemente una jugada exitosa del contraespionaje británico para despistar a los alemanes.
Miles de uruguayos, acaso cientos de miles, acudieron de tarde la costa capitalina para asistir, sin medir riesgos, a lo que creían sería una nueva batalla naval. No hubo tal, sino el espectacular suicidio de un barco colosal, primer gran eco de una guerra que azota del mundo.
Pasarán los años, volverá la paz, y muchos de ellos seguirán contando a sus hijos y nietos que fueron testigos del fin del Graf Spee.