Bruno Gili: “Hay miles de uruguayos cuyos trabajos son ficción”

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Bruno Gili, socio de CPA Ferrere y catedrático de Negocios en Universidad ORT. Foto: Francisco Flores
Nota a Bruno Gili, contador uruguayo socio de CPA Ferrere, en su oficina en Montevideo, ND 20210805, foto Francisco Flores - Archivo El Pais
Francisco Flores/Archivo El Pais

LOS DESAFÍOS DE URUGUAY

El socio de CPA Ferrere y catedrático de Negocios en Universidad ORT avizora un gobierno con “buenas intenciones” en algunos de los cambios, pero “insuficientes”.

Uruguay está estancado, quieto, y, para crecer, necesita algunas reformar urgentes. Pero “el sentido de la urgencia no es una característica de los uruguayos”. Así lo entiende el socio de CPA Ferrere y catedrático de Negocios en Universidad ORT Bruno Gili, quien avizora un gobierno con “buenas intenciones” en algunos de los cambios, pero “insuficientes”. Sobre todo, dice, a la hora de que el Estado no siga potenciando las diferencias del mercado, lo que se lograría con mejor educación.

-Hoy acaban los Juegos Olímpicos y Uruguay no consiguió ninguna medalla. En materia de desarrollo, ¿cuán lejos se está del podio mundial?

-Uruguay no está cerca. En PIB per cápita, equidad y la sostenibilidad de su economía está bien posicionado en América Latina, cercano a Chile y Costa Rica, pero lejos de los países desarrollados. América Latina es un ranking mediocre para poder evaluarse. Y en comparación con los países desarrollados, hace años que Uruguay dejó de crecer. En este sentido, hay un indicador desde el cual Uruguay debería pararse para abrir luego un debate: desde 2015 el PIB per cápita (que en parte se traduce en cómo vive la gente) no crece. Está detenido.

-¿Qué consecuencias tiene esto?

-Cuando la economía no crece, es más difícil la redistribución de la riqueza, hay más desempleo, se estanca el crecimiento del salario real (el salario que efectivamente percibe la gente), la economía es más débil y los ciudadanos que vivimos aquí tenemos menos expectativas de que todos podamos tener un nivel de vida más cercano a un país desarrollado, a un país en el siglo XXI. Si un país no crece de manera sostenida en el tiempo -eso para Uruguay significa varios años consecutivos con crecimientos superiores al 3%-, va a ser muy difícil que la población mejore su calidad de vida.

-¿La pandemia es una razón para entender por qué esto no pasa?

-La pandemia nos enfrenta a un fenómeno extraordinario, pero Uruguay venía con problemas de antes. Y eso hace cada vez más difícil pensar en cómo se dan derechos de calidad, básicos, como una buena educación, una buena salud.

-¿Todo es dinero?

-No, ingresos. Eso puede incluir servicios como la educación, la salud, el transporte.

-¿Qué se necesita para pegar el estirón?

-Para crecer hay algunos pilares básicos. Tenés que manejar bien tu macroeconomía: tener una inflación controlada, tener una moneda que tenga valor, manejar el déficit fiscal y el nivel de deuda. El gobierno parece tener estos objetivos, pero con eso no es suficiente. El ejemplo más cercano es Paraguay: tiene una macroeconomía bastante bien gestionada, pero no sería para ninguno de nosotros un modelo de desarrollo económico y social.

-¿Entonces ya no corre aquello de que una buena gestión en política fiscal y monetaria equivale a crecimiento?

-Es necesario para crecer. Argentina es uno de los pocos países de la región que es más pobre hoy que hace varias décadas. Eso es porque ha tenido una muy mala gestión macroeconómica. Pero con eso solo no alcanza: se necesita un sistema de salud de calidad, infraestructura física y tecnológica acorde, y una educación también de calidad... ahí es donde Uruguay tiene fallas. Un país que funciona bien tiene un marco de instituciones sólidas: reglas, leyes, agencias y funcionamiento de los mercados consistentes.

-¿Y acaso estas cosas no son a veces puntos en los que Uruguay se destaca?

-En calidad democrática, en derecho del voto, alternancia de partidos con respeto, el derecho a la propiedad, el funcionamiento independiente de la Justicia, sí. Pero distinto es el funcionamiento de los mercados: la inserción internacional, si es un país caro para adquirir bienes y servicios, en el mercado laboral. En Uruguay es difícil conseguir plata para financiar algo a largo plazo. Nuestro mercado de capitales no funciona.

-Los integrantes de Foro de Davos, usted incluido, insisten en la educación. Los últimos tres presidentes de Uruguay, sin importar su ideología, también. En concreto: ¿qué es lo que Uruguay tiene que lograr en educación de manera urgente?

-El mundo es cada vez más global, más tecnológico y con una población cada vez más envejecida. Si la educación no te forma para ello, perdés capacidad de inversión, capital humano (personas que sean capaces de producir más y de mejor calidad) y perdés en capacidad de innovar, de pensar fuera de la caja.

-Una crítica que hacen algunos sindicatos es que muchas de estas recomendaciones vienen de organismos internacionales y por eso, dicen, apuntan a que la enseñanza forme a estudiantes a medida del mercado de trabajo, y no tanto a nivel humano. ¿Qué opinión le merece esto?

-No comparto. Uruguay tiene un sistema educativo que está alejado de los países más exitosos, pero, a la vez, está alejado del propio PIB de Uruguay. Fernando Filgueira siempre repite: “O se adapta el PIB al sistema educativo uruguayo, o adaptamos el nivel educativo para que el PIB no caiga”. Toda reforma educativa busca formar personas que tengan más años de educación. Uruguay tiene dos años menos de educación de su gente en comparación a Chile, seis años menos que los países nórdicos. En el mercado laboral, uno de cada cuatro está en la informalidad. Esas personas no tienen el nivel educativo y seguramente no puedan acceder a los beneficios de una sociedad de bienestar. Un país en el que solo el 40% termina la Secundaria es un fracaso absoluto. La sociedad debería sentir vergüenza. Debería ser el tema de discusión todos los días y no el precio del combustible.

-¿Cómo debería ser la escuela hoy?

-La escuela tiene un modelo fordiano. Hoy la escuela debería tener más tiempo de aula, porque la vida se extendió. Debería tener distintos contenidos, distinta organización y distinta pedagogía. Por ejemplo: además de aprender bien Matemáticas, Lengua y las ciencias duras, un estudiante tendría que estar aprendiendo capacidades blandas. Debería saber trabajar en equipo, saber comunicarse, exponer una argumentación, adaptarse a los cambios. Eso es lo que le ayuda a vivir en una sociedad del siglo XXI, que, insisto, no es solo el mercado laboral. Es vivir, convivir y ser feliz.

-Un niño que nace hoy en Casavalle, ¿qué chances tiene de adaptarse a esta sociedad del siglo XXI?

-Muy pocas. Cuando te muestran un caso, es la excepción. Uruguay hoy no le permite a un 25% o 30% de su población infantil pensar que va a poder ser exitosa en salir de la situación que tienen.

Bruno Gili, socio de CPA Ferrere y catedrático de Negocios en Universidad ORT. Foto: Francisco Flores
Bruno Gili, socio de CPA Ferrere y catedrático de Negocios en Universidad ORT. Foto: Francisco Flores

-¿Sus hijos van a tener problemas para adaptarse?

-Estimo que no por el entorno familiar, educativo y social. Yo no logro entender cómo (los gobiernos) dejaron fragmentar a Montevideo de la manera que se fraccionó. Dejaron que el mercado dominara cómo se forma la ciudad. Lo mismo pasa en la educación. Va más plata del Estado para un liceo público de Carrasco que a uno de Casavalle. El Estado uruguayo debería eliminar las diferencias de mercado y, por el contrario, las potencia. En Uruguay se beneficia el que está en la corporación, pero el que está afuera... perdió. El sistema educativo público de Uruguay privatizó la educación: como no funciona a nivel de calidad a full, un padre ni bien puede manda a su hijo al privado. Pero el colegio privado con muy poquito te conquista: un poquito de contención, alguna hora más de inglés, horario completo y algo de deporte extra. ¿A qué voy? El contexto socioeconómico hace la diferencia. Y eso que, dejando los contextos de lado, la educación pública y la privada tienen los mismos vicios.

-¿Están dadas las condiciones para que haya un cambio hacia esa sociedad del siglo XXI?

-El gobierno, vía algunosartículos de la LUC, está haciendo algún cambio positivo: cambiar el marco institucional del Codicen, empezar a abandonar el fraccionamiento que tiene el sistema educativo, crear una nueva currícula, quitar burocracia y darles poder a los centros. Pero hay dos cosas elementales, que habíamos planteado en Eduy21, y no veo avances en ese sentido: necesitamos ir hacia ciclos educativos (una educación hasta los 14 años y otra de jóvenes) y una reforma educativa tiene costos de corto plazo para beneficios de largo plazo. Debería haber un mega-acuerdo político que trascienda tres o cuatro períodos de gobierno. Ni siquiera observo que se vuelquen los fondos requeridos para el plazo inmediato, para no seguir perdiendo generaciones de estudiantes. Sin estos cambios, será difícil una verdadera reforma.

-¿La LUC atacó lo realmente urgente?

-Hay artículos que comparto y otros no. En educación hubiese preferido una ley específica de educación, con un gran acuerdo político, y no una LUC. Parte de lo que está en la LUC en educación va en el camino correcto, pero es insuficiente.

-En el informe del Foro Económico Mundial sobre Uruguay, ese que usted elabora, la “respuesta del gobierno al cambio” figura cada año como uno de los indicadores en los que el país está peor. ¿Por qué?

-Uruguay tiene todo para lograr un acuerdo político en inserción internacional y en educación. Son dos temas en los que casi que existe consenso. El tema es que el sentido de urgencia no es una característica de los uruguayos. Eso da una virtud: capaz explica la estabilidad democrática, porque no somos tan radicales. Pero entre eso y quedarse quieto, hay un trecho. Hay que avanzar.

-La pandemia por el COVID-19 destruyó puestos de trabajo. En medio de una cuarta revolución industrial, ¿son recuperables esos puestos?

-Hay miles de uruguayos cuyos trabajos son ficción. Eran puestos de trabajo producto de que había cierta liquidez en el mercado, cierta inercia de crecimiento, cierta política de mantener el empleo, cierto acuerdo corporativo, pero que, con un evento como la pandemia, quedó en evidencia que se sustituían con tecnología o no eran necesarios. La pandemia, para peor, afectó al sector de los servicios, que da mucho trabajo y de baja calificación. Espero que mucha de esa gente recupere su trabajo, pero está claro que cada día tendrán un rol más importante los institutos de recapacitación. Todo esto teniendo en claro que se está trabajando con personas: no son molinos de viento que pongo uno o saco otro.

Innovación: el paso que “aún falta”

-¿Qué diferencia a Uruguay de Finlandia?

-Uruguay exporta carne con un formato innovador: trazabilidad, identificación, mercados de alta calidad y con mucha tecnología atrás. Finlandia hace lo mismo con celulosa. La diferencia es que, si yo quiero montar una fábrica de celulosa en Uruguay, la tecnología viene de Finlandia. Pero si yo quiero montar un frigorífico en algún país del mundo, Uruguay no exporta la industria frigorífica y su tecnología. Eso pasa en todas las industrias uruguayas, hasta en software. La excepción es dLocal, que logró ofrecer servicios, pero también procesos, tecnología y modelos de negocios disruptivos. Eso es innovación y por eso son un unicornio.

-¿Se está avanzando para ello?

-En Uruguay falta plata para la innovación. Representa menos del 0,5% del PIB. Es una vergüenza. Los privados invierten muy poco en innovación. No me convence decir que somos conservadores, prefiero pensar que nuestros problemas de competitividad hacen que no sea lo más inteligente asumir esos riesgos. Pero también nos falta el capital humano.

-¿Se puede ser un buen político sin capacidad de innovar?

-No.

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