RELIGIÓN
Uno de cada tres uruguayos es devoto de la Iglesia Católica; en 1995 lo era casi el doble.
Ni un papa sudamericano y que toma mate es capaz de revertir la tendencia. Ni la movida de las balconeras de “Navidad con Jesús” o de la estatua de María en la rambla cambia la inercia. La Iglesia Católica padece una sangría de fieles y para cada vez más uruguayos esta es la semana de Turismo, de la Cerveza o las Criollas, pero no Santa.
A un siglo de la separación de la religión del Estado, el catolicismo cae a su mínimo histórico de devotos y en dos décadas pierde a la mitad de sus fieles. Así lo confirman los últimos datos del Latinobarómetro a los que accedió El País: uno de cada tres uruguayos responde que su fe es la católica, mientras que casi la mitad de la población es atea, agnóstica o carece de religión.
Nadie conoce los motivos reales de esta tendencia a la baja y, paradójicamente, las explicaciones son más cuestión de creencia que de evidencias científicas. Los sociólogos comparan el fenómeno con esas recetas de cocina en que influyen varios ingredientes, pero en el que el toque final es “secreto del chef”.
Sucede que la caída de la fe católica tiene una pizca de revolución feminista, de escándalos de pederastia, de cuestionamiento a la actitud de la Iglesia en momentos clave de la historia, de descreimiento en las instituciones clásicas y un toque de otras respuestas que se desconocen.
Gustavo Morello, jesuita y doctorado en Ciencias Sociales, incorpora otro ingrediente: “En los estudios venimos observando, especialmente en Montevideo, que cada persona es su propia autoridad religiosa. Eso no significa que cada uno hace lo que se le canta, sino que las tradiciones siguen siendo relevantes, pero se mezclan con los nuevos estilos de vida”.
Tanto es así que Pablo, un ateo y universitario que fue entrevistado para el último estudio de Morello, dice que a él no lo identifica el Papa sino una pipa. Literal. Era la pipa de su tataratatara abuelo, quien era un capitán de un barco mercante que llegó a Uruguay hace un siglo. Sobre la madera tiene tallado el rostro de un anciano y fue pasando de generación en generación. Esa pipa es, para Pablo, “lo único” que le queda de su familia y siente que a través de ese objeto está “más conectado” con los suyos.
¿Eso es religión? La palabra “religión” proviene del latín y significa “acción y efecto de ligar fuertemente”. Eso, explica Morello, deja de lado la necesidad de referirse a un dios. Lo curioso de Uruguay y que lo hace “excepcional en el mundo”, agrega el sociólogo, es que “el país va por la tercera o cuarta generación de no creyentes”.
Pese a este cartel del “país más ateo de la región”, Uruguay no es el que tiene menor porcentaje de católicos. La última edición del Latinobarómetro muestra que Honduras registra un menor porcentaje aunque allí los evangélicos superan al 40% de la población.
La pérdida de fieles católicos en Honduras tiene la forma de un tobogán más pronunciado que en Uruguay. Sin embargo, en ambos países la caída va siendo continua y es el resultado de un proceso más largo.
Distinto es el caso de Chile. Las 148 investigaciones por pederastia que lleva adelante la Fiscalía de ese país, los pagos confirmados de los maristas para silenciar las violaciones a menores de edad, los más de 25 imputados y las más de 255 víctimas han sacudido toda lógica estadística. En 2017 la Iglesia Católica chilena perdió, de un sopetón, casi diez puntos porcentuales de devotos.
Los datos del Latinobarómetro enseñan que aquella idea de que un Papa argentino podría revertir la tendencia a la baja no tiene sustento. Ni siquiera en Argentina. Morello realizó otra investigación junto al sociólogo uruguayo Néstor Da Costa y concluyeron que “cuando el Papa se mete a hablar de política argentina cae su aprobación”.
Para Da Costa ese estudio -como los otros que realizó con la Universidad Católica- da cuenta de que “la gente toma decisiones independientemente de lo que hacen o dicen sus jerarquías”. De lo contrario, ejemplifica, “juntarían la cantidad de firmas para plebiscitar el aborto”, el matrimonio igualitario u otros asuntos de la llamada agenda de derechos.
“Uruguay jamás tuvo una Iglesia Católica fuerte, incluso en la época de la colonia. Los uruguayos creemos que la Iglesia es más fuerte de lo que es”, dice Da Costa, quien explica que “la legitimidad de la institución proviene más de la sociedad civil que del Estado”.
Hasta la curia se ha dado cuenta de esta “fragilidad” y ha iniciado un proceso evangelizador -o misionero, como dicen. La semana que viene el cardenal Daniel Sturla hará un anuncio al respecto.
Hace doce carnavales, la murga Agarrate Catalina dejaba en claro que la cuestión católica tiene en Uruguay una singularidad. Así lo cantaban en un diálogo ficticio con Dios: “No vayas a pensarte que soy ateo / Te sigo a todos lados poniendo huevo / Pero no te parece que vas muy seguido por el Vaticano / Podrías darte una vueltita cada tanto a ver los africanos”.
A la caza de nuevos fieles
Este domingo de Resurrección no será uno cualquiera: el cardenal Daniel Sturla hará “envío de la misión”. Así le ha puesto la Iglesia Católica de Montevideo al momento en que se oficializará el programa misionero “Casa de Todos”. A partir de entonces la Arquidiócesis de la capital saldrá a evangelizar tal como explicó Sturla en su carta pastoral de 2018.