¿Cuánto favorece o perjudica a los uruguayos el teletrabajo?

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Teletrabajo. Foto: Unsplash

TRABAJO REMOTO

La mayoría tiene educación terciaria y hace trabajo intelectual, según el último Monitor de Trabajo de la consultora Equipos.

El teletrabajo no es para quien quiere, sino para quien puede. Y aunque COVID-19 forzó nuevas incorporaciones a esta modalidad de ocupación -17% de los trabajadores de Uruguay en mayo, sin contar el 5% que lo hacía previo a la pandemia-, solo algunos podrán contarles a sus nietos que hubo una vez un confinamiento y que le tocó teletrabajar.

Teletrabajar: una extraña palabra compuesta, que la Real Academia Española agregó a su diccionario, que recibe sinónimos tan disímiles como “trabajo remoto” o “home office”, pero que la practican en carne propia (o en casa propia) los asalariados que llegaron a la universidad y que desempeñan tareas intelectuales. Salvo excepciones.

Según el último Monitor de Trabajo de la consultora Equipos, cuatro de cada 10 ocupados en mayo (42%) había cursado hasta Ciclo Básico o menos. Pero entre los teletrabajadores, solo el 10% tenía esa formación. De hecho, 66% de quienes en mayo hicieron home office habían alcanzado estudios terciarios y el restante 24% el Bachillerato.

“Esta práctica (el teletrabajo) redundó sobre quienes ya estaban en una mejor situación en el mundo del trabajo uruguayo”, explica la socióloga María Julia Acosta, directora del Área de Desarrollo Social de Equipos Consultores.

Resulta que el trabajo remoto es posible para aquellos que tienen un empleo formal (solo el 14% de los teletrabajadores son informales), es improbable para las tareas rutinarias (11%) y es dificultoso en las micro y pequeñas empresas (6% y 12% respectivamente).

“Este aspecto nos muestra el componente de desigualdad que potencialmente puede contener el teletrabajo vinculado al aumento de las brechas entre los trabajadores más y menos calificados, si es que la condición de teletrabajar posee ventajas comparativas”, señala Acosta.

El mercado laboral uruguayo tiene a más hombres que mujeres ocupados (una diferencia de diez puntos según el sondeo de Equipos), pero entre los teletrabajadores ellas son más que ellos (53% a 47%). ¿Por qué? La enseñanza, que es una actividad muy feminizada, es la actividad que más se ha volcado por el trabajo a distancia.

La conquista.

González está sentado mientras chatea con su jefe, quien le dice: “Es medianoche y aún no recibí el informe n° 50”. Gómez responde los correos tirado en el sofá, de pijama. Y Pérez se queja del dolor de espalda que le trae el banquito de la cocina que usa para su home office. El teletrabajo que forzó COVID-19 inundó las redes de memes. Y la opinión pública parece verse reflejada en buena parte de ellos.

Aquellos que en Uruguay les tocó teletrabajar valoran, especialmente, el haberse evitado el desplazamiento hasta el lugar de trabajo (72% piensa que esa es una ventaja) y el ahorro de dinero asociado (43%). Pero se quejan de la extensión de sus jornadas laborales (40% nota esa desventaja) y la falta de desconexión (35%).

Más allá de que la crisis global podría haber repercutido en las respuestas de alguno de los 1.192 ocupados que encuestó Equipos, “pareciera necesario encontrar mecanismos para que el teletrabajo no colonice la vida privada del trabajador y se convierta en una sobrecarga”, dice la socióloga Acosta.

Uruguay fue el primer país en América Latina en legislar las jornadas laborales de ocho horas. Pero esta normativa, que está próxima a celebrar los 105 años, parece no dar respuesta suficiente al teletrabajo y en el Ministerio de Trabajo piensan en eso (ver aparte).

Según la psicóloga Silvia Franco, investigadora de la Universidad de la República, “las condiciones contractuales de trabajo establecen, dentro de la organización, los límites de los horarios de atención, entrada y salida. Estos, a su vez, fijan el marco de disponibilidad de la fuerza de trabajo y ordenan a trabajadores y clientes”.

Y esa falta de límites, según el Monitor de Equipos, no es solo por “la extensión desmedida de las jornadas laborales”, sino también por el “no respeto al derecho de no ser contactado fuera de horario”. Un tercio de los encuestados entiende que sus posibilidades de desconexión son bajas o nulas.

Pero también podría repercutir en cómo se “mide” la jornada laboral y la productividad asociada a ella. Un tercio de los sondeados, por ejemplo, admite que su productividad bajó.

Pese a ello, más de la mitad de los teletrabajadores declara que no hubo evaluación. Eso, según Acosta, podría estar condicionando la percepción de productividad, “la cual es subjetiva y puede estar influenciada por la presencia de menores a cargo o la superposición de responsabilidades asociadas a los distintos roles sociales que desempeñan los trabajadores”.

Eso sí: un tercio declara haber experimentado dolor físico, en especial de espalda. Por eso Acosta concluye que estas experiencias “deberán considerarse” a la hora de extender el teletrabajo a más áreas y niveles.

Gobierno se dispone a regular esta modalidad

“En un mes habrá novedades”. El ministro de Trabajo, Pablo Mieres, dice que COVID-19 “aceleró la búsqueda de una normativa, de una regulación, sobre el teletrabajo”. Y si bien no quiso adelantar en qué está pensando su cartera, sí anunció que en unos 30 días enviará una propuesta al Parlamento.

La senadora coloradaCarmen Sanguinetti ya presentó un proyecto de ley que regula el teletrabajo en Uruguay. Según Mieres, los técnicos del Ministerio “estuvieron analizando el proyecto e hicieron algunas puntualizaciones que se incorporarán en un nuevo texto”.

Para el ministro la ley de “ocho horas” no está en juego. Más que la duración de la jornada, dice, “el desafío que (el teletrabajo) supone es cómo se distribuyen las horas, cómo se cumple con los derechos y obligaciones de todas las partes, y cómo hace el Estado para fiscalizar el cumplimiento de esas responsabilidades”.

El derecho al descanso y la desconexión, en ese sentido, aparecen como desafío. Tanto es así que, en la encuesta de Equipos Consultores, entre las “desventajas” que divisan los teletrabajadores figuran las demandas permanentes del empleador y/o cliente (26%), y el no poder cumplir con el trabajo dentro de las horas normales (22%).

“Depositar la responsabilidad de la respuesta de lo que hace a una organización del trabajo sobre el discernimiento de un trabajador, significa una importante carga psíquica”, explica la psicóloga Silvia Franco.

Parte de lo que ha colaborado al funcionamiento del teletrabajo en esta emergencia sanitaria, pese a la inexistencia de regulación y las escasas evaluaciones, fue que “la modalidad está basada en una definición clara de tareas para el trabajador, donde también parece existir tanto un nivel relativamente alto de información sobre lo que está sucediendo en la organización y con un contacto diario con el equipo de trabajo que alcanza a siete de cada diez trabajadores”, concluye la socióloga María Julia Acosta.

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