El cardenal Daniel Sturla, tras dar una misa en la cárcel de Punta de Rieles, planteó en entrevista con El País que la Iglesia Católica se está adaptando a la falta de vocaciones en el país, dándole un creciente rol a los laicos que mantienen en pie su tarea educativa y social. “Nos falta marketing”, dijo. Elogió a la mayoría de los grupos protestantes, aunque advirtió también por la presencia de algunas “pseudoiglesias”.
-¿Qué mensaje quiere enfatizar la Iglesia en esta Navidad?
-Hay una cosa central que es cómo Dios, a través de Jesús, su hijo, se acerca a cada persona y, sobre todo, al que de algún modo está en una situación difícil, de dolor, de sufrimiento. Decimos este año que “lo grande se hace pequeño” para sentir la cercanía de Dios. En Navidad comienza lo que se llama el Año Santo en Roma y, después, el domingo 29 en todas las catedrales del mundo. El Año Santo quiere estar centrado en la esperanza. En Uruguay vamos a renovar la consagración que hizo el Beato Jacinto Vera en el Año Santo de 1875, con una celebración en el Cerrito de la Victoria. Y la segunda parte del año queremos que esté centrada en la Virgen de los 33, porque es el bicentenario de la Independencia y, por lo tanto, se cumplen 200 años del momento en que la gente de Florida unió lo que había pasado allí con esa imagencita de la Virgen y la gente comenzó a llamarle Virgencita de los 33. Fue un nombre puesto por el pueblo de Florida. Eso es para nosotros muy importante, porque habla de las raíces católicas del Uruguay, que muchas veces son desconocidas o no tenidas en cuenta.
-Usted ha dicho que la Iglesia uruguaya es pobre, pero libre...
-Yo describo a la Iglesia con cuatro palabras: pobre, libre, pequeña y hermosa. Pobre, porque tenemos siempre problemas económicos, problemas para sostener las iglesias, problemas para sostener las obras educativas y sociales. Eso es innegable, los sacerdotes viven austeramente. Libre, porque no tenemos ataduras con el Estado, no tenemos ataduras con ningún partido, no tenemos ataduras con nadie. Pequeña, porque bueno, frente a la realidad de otras Iglesias, sobre todo, en América Latina, que son numerosísimas, la nuestra es pequeña. Y hermosa por todo lo que hace por el Uruguay, por su gente, por aquellos que más necesitan.
-¿Qué datos tienen respecto a los niveles de asistencia a las Iglesias?
-Los datos son siempre relativos, pero hay un 40% de uruguayos que se dicen católicos. Hay una participación constante que viene a ser de entre un 6% y un 8%. Yo diría que hay un 15% de la población uruguaya total que está relativamente vinculada a la Iglesia, pero de todas formas hay un 40% que se dicen católicos. Con la pandemia se bajó un escalón en la participación. En algunas comunidades se ha recuperado sin mayor problema, pero en otras, aún se está remando.
-Hay zonas como, por ejemplo, Villa García, donde hay muchos grupos cristianos no católicos, también umbandistas, pero no tanta presencia católica. ¿A la Iglesia le cuesta encontrar un lenguaje para llegar a los sectores populares?
-Es posible, pero lo relativizo un poquito. En Uruguay no se da el fenómeno que sí se da en otros lugares de América Latina, sobre todo, en América Central y en parte en Brasil, donde las iglesias llamadas evangélicas han crecido mucho. La gente circula entre varias propuestas religiosas. Cuando estuve de visita pastoral en Santiago Vázquez hace cuatro años, la gente decía “voy a la iglesia”, que puede ser o no la católica, cuando hace 30 años iba solamente a la católica.
-¿Cómo se siente ante eso? Porque esas iglesias son “competencia”...
-El mundo religioso uruguayo es complicado. Antes estaba la Iglesia Católica y las iglesias protestantes históricas, la luterana, la anglicana.... Hoy están esas nuevas iglesias pentecostales. Muchas son muy buenas y hacen muchísimo bien; anuncian a Cristo y evangelizan. Pero después tenemos también pseudo-iglesias, o grupos pseudo-religiosos, que proliferan y no siempre el suyo es un mensaje de salvación capaz de transformar la vida.
-¿Hacen daño? ¿Le inquietan?
-Me inquietan en la medida en que pueden manipular a las personas. El ámbito religioso sabemos que es un ámbito que se presta a la manipulación. Entonces, claro, me inquietan. Pero tampoco es que tengan tanto éxito en el Uruguay. Es decir, yo creo que el uruguayo, muy racionalista, de repente circula en los barrios entre varias propuestas religiosas y en general se va quedando con aquellas que realmente tocan su vida. Hay iglesias evangélicas que hacen muchísimo bien y bendito sea Dios que estén presentes. Yo lo veo en las cárceles, por ejemplo. La Iglesia Católica va, tiene una pastoral penitenciaria y hay otras iglesias evangélicas serias que van.
-¿Cuántos sacerdotes tiene el país?
-En Montevideo hay unos 200 sacerdotes, entre los sacerdotes que pertenecen a congregaciones religiosas y los sacerdotes que pertenecen a la arquidiócesis de Montevideo. En el interior hay otros 200 sacerdotes. Ahí no tengo tan clara la división.
-¿Cuántas ordenaciones hay cada año?
-Hubo dos en el mes de abril. La escasez de ordenaciones son un fenómeno mundial, pero en Uruguay está más marcado que en otros países de América Latina. Históricamente, Uruguay tiene pocas vocaciones. Eso afecta en particular a las órdenes. Por ejemplo, a los salesianos, los jesuitas, los franciscanos, los capuchinos. Por eso tantas congregaciones están dejando sus obras. Pero, en cambio, el clero secular se mantiene.
-¿Las congregaciones son más estrictas y atraen menos por eso?
-No, yo creo que tiene que ver con que están en crisis. No han encontrado después de la renovación del Concilio Vaticano II un camino claro y ha habido mucha confusión. Obviamente eso es una opinión personal y habrá quienes discrepen. En cambio el clero secular se siente más identificado con la vocación de sacerdote, sin duda. En cambio, un religioso ha entrado más en crisis su identidad, porque, por ejemplo, un religioso educador antes también daba clase, estaba en el ámbito educativo y hoy eso no pasa tanto. Eso creo que ha creado cierta, digamos, crisis que no ha favorecido a una identificación propia que haga que los jóvenes tengan el anhelo de ser religiosos de distintas congregaciones. En cambio el sacerdote del clero-secular mantiene su identidad de servicio a las parroquias, de servicio sacerdotal. Es como más clara la identidad, entonces hay jóvenes; pocos, pero que se sienten atraídos. Hay un grupo de sacerdotes jóvenes y de seminaristas del clero secular muy buenos. Son pocos, pero son buenos.
-Muchos colegios se han quedado sin sacerdotes. ¿Cómo afecta eso su funcionamiento?
-Creo que eso ha llevado a un cambio del modo de trabajar. Crea inquietud, pero se está logrando, creo, en muchos lugares una buena fórmula de trabajo y las cosas siguen adelante. Antes, los maestros eran también religiosos o religiosas, ahora, prácticamente no. A veces quedan en la dirección. Es parte de la realidad y uno la realidad la tiene que asumir. Nos podrá gustar más o menos. Se pierde aquello tan lindo que tuvo en otras épocas los que lo conocimos, el colegio de curas o el colegio de monjas donde había un ambiente.... Yo pienso en el San Juan Bautista, en La Sagrada Familia... En vacaciones íbamos al colegio, de repente estaban los hermanos y nos ponían a laburar, o ayudábamos alguna vez a sacar las flores de tilo que después se vendían para un campamento o íbamos a jugar al fútbol a colegios católicos.
-¿Están pudiendo trabajar bien en las cárceles y en asociación con el INAU (Instituto Nacional del Niño y el Adolescente del Uruguay)?
-La pastoral penitenciaria ha trabajado en todos estos años, pero ha encontrado dificultades. Dificultades que surgieron con la pandemia y que, después, no fue tan fácil revertirlas. Después, la Iglesia tiene muchísimos convenios con INAU, en muchos clubes de niños, CAIF, centros juveniles y ahí se trabaja muy bien, pero también a veces hay problemas con algunos supervisores que se ponen un poquito, digamos, quisquillosos, con el tema de la laicidad. Eso es una pena, pero eso pasa más a nivel de algún mando medio que a nivel más institucional. Cuando les mostramos un video a los candidatos durante la campaña electoral con lo que hacemos, nos decían: “Les falta marketing”. La Iglesia está muy viva. Es más pequeña y tiene menos fieles en misa que los que había antes. Es que hay varios grupos con mucha vitalidad. Lo que antes fundaban los religiosos, hoy lo fundan laicos. Se desconocen muchas cosas que la Iglesia hace. Pasa mucho en el Uruguay y en el mundo, aparecen las cosas negativas y no todo lo positivo.
“La vida es un don y no se puede despreciar”
-En este período podrían volver a analizarse proyectos de ley sobre eutanasia. ¿Qué opina al respecto la Iglesia?
-La posición de la Iglesia es que la vida se debe respetar desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Eso implica también que la Iglesia está en contra de lo que se llama el ensañamiento terapéutico y que, por supuesto, favorece los cuidados paliativos. Lo que la Iglesia no acepta es una acción que provoque la muerte. No lo acepta la Iglesia y tampoco lo acepta el juramento hipocrático que hacen los médicos. Las leyes de aborto y eutanasia provocan un menosprecio de la vida humana. Sea de la vida que está en el vientre de la madre, pero que es una vida humana distinta de la madre, como está científicamente comprobado, o sea, la vida humana al final del camino. ¿Cómo se puede sentir una persona mayor que provoca gastos, que da trabajo frente a su familia? Sería una ley que crea una mentalidad para que las personas sientan que son egoístas si siguen viviendo.
-¿Pero se debe tomar en cuenta la voluntad de quien realmente no puede tolerar el sufrimiento y dice: “Mi vida es mía”?
-Primero, hay una dimensión religiosa que dice que la vida es de Dios, es un don recibido. Si uno le quita lo religioso, nadie se dio a sí mismo la vida. Es algo que se recibe. En el último proyecto, porque el proyecto de eutanasia fue variando, se quitó lo que se llama el suicidio asistido, que parecía peor. No sé ahora lo que se presentará; había quedado sólo la posibilidad de la eutanasia para casos especiales. Que ya el código uruguayo contemplaba en la muerte piadosa y que no tenía consecuencias penales. A lo que voy es que, para salvar algunas situaciones, se crea una mentalidad que no favorece el derecho humano fundamental, que es el derecho a la vida.
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