"En la escena de un crimen, vi niños riendo delante de un muerto"

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Juan Gómez por Arotxa

ENTREVISTA

Juan Gómez, Fiscal de Homicidios de Montevideo.

Desde que entró en vigencia el nuevo Código de Proceso Penal, tres figuras han tenido una amplia exposición en los medios: el fiscal de Corte, Jorge Díaz; el fiscal Gustavo Zubía (que renunció en medio de críticas al actual sistema procesal), y el fiscal especializado en Homicidios, Juan Gómez, que no ha parado de correr de un escenario criminal a otro desde que asumió el cargo en noviembre pasado. Todas las muertes violentas o dudosas de Montevideo le son notificadas: asesinatos, suicidios, fallecimientos en siniestros de tránsito o en accidentes laborales. De noche, cuando vuelve a su casa, no habla de esos temas. Su familia lo reprende porque habla muy poco.

—¿Lleva la cuenta del número de muertes en las que ha intervenido desde que llegó a la Fiscalía de Homicidios el 1° de noviembre?

—No, es imposible.

—Le ha tocado vivir cinco meses de extrema violencia en Montevideo. ¿Qué caso le impresionó más?

—Hubo muchos, y todos son distintos. Probablemente el que más me shockeó fue el de Brissa González; fue muy difícil emocionalmente. Yo estaba con la madre de la niña en su casa cuando la Policía me confirma el hallazgo del cadáver en Las Vegas (hace una pausa). Uno debe ser de hierro para no quebrarse ante una situación humana tan fuerte. El brote de violencia que se ha inscripto en alguna parte de nuestra sociedad es preocupante.

—Imagino que se refiere a lo que sucede en Casavalle, adonde usted también ha intervenido en más de un homicidio.

—Lo digo cuando advierto que hay personas que han perdido el respeto por la vida y la muerte. Cuando veo niños de seis u ocho años riéndose frente a la presencia de una persona que está muerta, en momentos en que uno está trabajando, digo: ¡cuán lejos estamos! Si hay algo que en nuestra niñez nos llamaba al respeto más profundo era el acto de estar frente a una persona que perdió su vida. Y eso nos da una pauta de que hay un sector de la población que está tomando con demasiada naturalidad estos hechos lamentables. Quizás esa sea una de las causas del incremento del número de homicidios. Por más esfuerzo que haga la autoridad policial es algo muy difícil de controlar en la medida que personas jóvenes sigan con ese tipo de ejemplos y conductas.

—¿Hay indiferencia ante la muerte?

—Más que indiferencia, creo yo.

—¿Habla de esos temas con los acusados de homicidio que llegan a la Fiscalía?

—Sí, conversamos con las personas imputadas que van a perder la libertad. Eso es muy relevante. Uno sueña con la posibilidad de influir en esas personas y mostrarles que no ganan nada en las disputas por ser el más valiente o el dueño del barrio. Ese diálogo termina a veces con el joven lagrimeando delante de uno, y con familias dolidas por la muerte de otro joven.

—¿Qué le responden?

—En ese momento, parece que se dan cuenta. Yo tengo por lema jamás faltarle el respeto a nadie, y menos a una persona privada de su libertad. Yo les digo que hay otra forma de vida en el trabajo y en el respeto a los demás.

—¿Cómo es su vida a diario, aquí en la Fiscalía?

—La Fiscalía de Homicidios está de turno de lunes a viernes, en horario diurno hasta las seis de la tarde. Si ocurre un homicidio en ese horario, por una cuestión de responsabilidad, me debo constituir en la escena del hecho para iniciar la investigación. Pero los hechos son muy dinámicos. Puede llegar una información a las ocho de la mañana o a las ocho de la noche. Puede haber una audiencia, como hoy, que comienza a las 9 de la mañana y a las 8 de la noche aún no ha terminado. La disponibilidad es fundamental. La autoridad policial me informa de todo tipo de muertes, tanto suicidios como otras que no tienen una causa clara, y también me enteran de las muertes producidas en siniestros de tránsito o accidentes laborales.

—Usted está todo el día conviviendo con situaciones trágicas. ¿Cómo vive todo eso cuando llega a su casa?

—Tal vez no le agrade al lector; yo llego con mucha tranquilidad a mi hogar. Es la paz que puede dar el sentir que hice todo lo posible para contribuir a que la sociedad transite hacia mejores valores. Normalmente, no hablo de los temas de trabajo en casa. Hago un corte. De todas maneras, mi familia me llama la atención porque hablo poco. Muchas veces no saben lo que pasó en el día.

—Me imagino que a veces soñará o tendrá pesadillas después de una jornada tan dura.

—Soñar no, pero me levanto pensando cómo voy a encarar los casos en los que estoy trabajando. Ahora se vienen los juicios orales y públicos, tenemos varios en danza. La vara va a ser más exigente si se compara con el anterior sistema procesal penal, también supone más responsabilidad.

—En los últimos días se han dictado condenas, en juicios abreviados por casos de homicidios, que resultan en penas de solo cuatro o cinco años de cárcel para el imputado. Ha habido dos sentencias en Durazno y en Salto, esta misma semana. ¿No son exiguas esas penas? ¿No es ínfimo el precio que se paga por la muerte de un hombre?

—Si va a la jurisprudencia de los últimos 10 años, se va a encontrar con casos de penas de dos años de penitenciaría. Por homicidio simple, la pena puede ir de 20 meses hasta 10 años; con algunos agravantes se puede llegar a algo más. Cuando me dicen cuatro años, yo no sé la complejidad del caso. Puede haber una provocación o una legítima defensa incompleta. Debería conocer los casos para opinar con propiedad. A veces hay dificultades probatorias, no es fácil probar un homicidio. Hay casos en que más vale tener una sentencia pronta que correr el riesgo de que en un juicio no haya ninguna condena.

—¿Qué emociones humanas pueden llevar a cometer un homicidio?

—Son muy variadas, desde aquellas de los inadaptados sociales que no respetan la vida, hasta impulsos momentáneos. En estos casos, las personas se arrepienten de inmediato de su conducta y aceptan de buen grado la pena que se les imponga. ¿Cuántas situaciones de tránsito llevan a que un ciudadano que salió de su casa a trabajar termine en una discusión en que nadie tiene razón? Eso puede llevar hasta matar a alguien por un simple accidente de tránsito. También están aquellos que matan por matar. Nos han tocado unos cuantos. Por ejemplo, cuando se roba a una persona y después de haberle quitado las cosas le pegan un tiro. También están los casos de sicariato.

—¿Observa un aumento del sicariato?

—Está presente. Esos son los temas que nos preocupan, esos jóvenes que son capaces de matar a gente que ni siquiera conocen por el solo hecho de recibir una migaja de dinero. Nos preocupa enormemente. El sicariato es la falta absoluta de respeto por la vida de la otra persona.

—¿Esa crisis de valores, ese menosprecio por la vida está alcanzando a los más chicos?

—En algunos sectores sociales esa crisis de valores tiene potencial para afectar a los adolescentes. Es un problema difícil para la sociedad. Encontrar una solución no va a ocurrir de un día para el otro.

—Usted tiene hoy una gran exposición en los medios. ¿Ha cambiado en algo su vida desde que está en la Fiscalía de Homicidios?

—Siempre he trabajado así. En el año 1993, yo era un abogado que trabajaba como administrativo en una fiscalía. Tuvimos en nuestra órbita uno de los homicidios de Pablo Goncalvez. Desde el año 1997 trabajo como fiscal y me han tocado casos de mucha exposición, uno de ellos —uno de los que más me conmovió— fue el de Camila en Rivera (la niña Camila Chagas, de 6 años, secuestrada, violada y asesinada, cuyo cuerpo apareció en una cuneta, envuelto en una bolsa, en marzo de 1998). Tuve el caso Cóppola en Maldonado, en plena Feria Judicial, y después me tocó trabajar en Crimen Organizado, siempre con mucha exposición.

—¿Lo reconocen en la calle?

—Yo hago mi vida, muchas veces tengo la satisfacción de que alguna persona me reconoce y me alienta. Eso supone la responsabilidad extra de no defraudar en esta lucha. Esto es cruel, intento hacer lo correcto, pero si el día de mañana me equivoco, me lo van a cobrar legítimamente. En cualquier momento me puedo equivocar.

—¿Y qué hará entonces?

—Mientras sienta que tengo fuerzas suficientes para desarrollar esta tarea con dignidad y defender a la sociedad realmente, y no con discursos, lo voy a seguir haciendo. Me apartaré cuando me dé cuenta de que ya no soy útil.

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