Películas para rato
Domingos más alegres y culturales en el Polonio gracias a la proyección de películas.
La escuela N° 95 de Cabo Polonio nunca permanece cerrada. Se dictan clases de lunes a viernes, los sábados se instala la radio comunitaria, hay talleres de yoga, una biblioteca, y el domingo funciona el Biógrafo desde hace un año.
Las jornadas de cine se transformaron en la instancia social más importante para los vecinos del Polonio. Salen de la función ansiosos por saber qué titulo disfrutarán la próxima semana, a las 16:00 horas. Hay una señora mayor que no faltó nunca y al irse siempre repite que esta actividad cambió su vida.
Mario Sena y el argentino Guillermo "Willy" Villalobos se conocían de vista, pero bastó un comentario para que empezaran a frecuentarse y fluyera la amistad. "En un pueblo como este, cuando escuchás a alguien decir, "yo vi Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) te interesa hablarle", dice Mario.
Las charlas culturales se volvieron moneda corriente entre ellos, y en esos diálogos se les ocurrió crear el Biógrafo del Polonio. La maestra Annett Canno confió en ellos y les abrió las puertas de la escuela para que pudieran concretar su deseo. Hoy es la madrina del proyecto.
Vieja escuela.
Willy y Mario montan una escena magnífica cada domingo a a la tarde y acondicionan el salón de la escuela para dejarlo como un cine en apenas dos horas. La pantalla fabricada por ellos mismos con marco de madera y black out se coloca donde está el pizarrón, junto a las cortinas de seda negra que Mario cosió a mano en dos días.
Anhelan conseguir un proyector moderno 4K, pero mientras tanto se manejan con un Epson doméstico HDM1. La calidad de la imagen, el sonido y la amplificación deben ser lo más fieles posible porque el objetivo es generar un ambiente que sea lo más parecido al cine.
"Las funciones son domésticas pero jamás voló una mosca. Hay gran respeto", comenta Mario Sena. Los espectadores prefieren las rondas de mate a los baldes repletos de pop.
Las primeras butacas eran sillas prestadas de los bares del pueblo, pero en 2018 compraron treinta asientos de plástico. El aula nunca está vacía. El promedio son 20 espectadores por función, pero han llenado el salón, e incluso han tenido que agregar pupitres de la escuela para albergar más público.
El mínimo histórico de público en el Biógrafo del Polonio fueron ocho personas. "A veces es muy difícil competir con el fútbol", se sincera Willy.
Los espectadores se enteran de la programación con una semana de anticipación. Mario y Willy tienen una lista de difusión y envían el título de la película por Whatsapp. También lo "tiran" en sus redes sociales personales y "se desparrama".
"Tengo amigos de Montevideo, San Carlos y del campo que siguen la programación por las redes y ese domingo descargan la película que proyectamos y la ven a la misma hora que nosotros pero en sus casas", cuenta Mario.
Les entretiene divulgar a la vieja usanza. Arman afiches con el título de la película, los datos, el lugar donde se exhibe y la hora, y salen a pegarlo por los comercios de la zona.
Mario repite esta rutina con su hijo Ulises, de 7 años. La mayoría de las películas no las puede ver porque no son aptas, pero cuando celebraron el primer aniversario del Biógrafo exhibieron Tiempos Modernos, y el niño se río a carcajadas con su sombrero de Chaplin.
Bendita luz.
Llevan 39 títulos exhibidos en su año de vida. Este domingo se verá La fiesta inolvidable (Blake Edwards, 1968). El primer filme que pasaron fue Hugo (Martín Scorsese, 2011), y cerraron el semestre de 2017 con El Padrino (1972). Fue un tributo al clásico de Francis Ford Coppola que contribuyó para que Mario se volviera un gran cinéfilo.
"Mi padre convenció al portero del cine de Castillos para que me dejara entrar a ver El Padrino. Yo tenía 11 años, no entendía nada pero me deslumbraron las imágenes oscuras de esos mafiosos vestidos de negro y hablando sigilosamente", recuerda.
Programan una semana cada uno y siguen un criterio para elegir las películas: reivindicar aquellos títulos que merecen volver a verse. "La idea es traer directores que no son los que banca la industria pero han hecho maravillas", opina Willy. Su favorita es Nebraska (Alexander Payne, 2013) y se dio el lujo de pasarla. También se vio Almodóvar, Tarantino, Valerie Faris, David Lynch, Clint Eastwood, Kubrick, entre otros.
Para poder pasar Blue Jasmine (Woody Allen, 2013) tuvieron que llenarse de paciencia y esperar tres semanas. Julio y agosto fueron meses lluviosos y nublados, y el mal tiempo atenta contra el Biógrafo. Necesitan luz solar para que los paneles de la escuela carguen sus baterías y haya suficiente energía.
Solo una vez fallaron. Se la jugaron pensando que la energía alcanzaría y tuvieron que cortar Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015) a la media hora. Los 90 minutos restantes se vieron el domingo siguiente.
Por eso, Willy y Mario miran el cielo y ruegan que no caiga agua durante toda la semana.
"Cuando era pibe mi diversión era ir a ver a San Lorenzo con mi viejo. El domingo era un día alucinante porque el plan era pasar toda la tarde en el fútbol. Me habían dicho que si hacías cruces de sal podías evitar la lluvia, y con el Biógrafo he vuelto a hacerlas como cuando era niño. Lo cuento y me erizo. Es tremendo generar actividades de tanto valor afectivo como para hacer un ritual semejante", se emociona Willy.
Polo cultural
Santa Maradona en mitad del Polonio
Vivía en Buenos Aires pero cruzaba el charco por trabajo. Willy Villalobos escribía una columna sobre Uruguay titulada "De la otra orilla" en el diario Sur. Un amigo lo animó a que conociera Cabo Polonio en 1992. Coincidió que traía unos pesos y compró el rancho a medio construir del "Pocho" Color. Bautizó su casa "Santa Maradona" porque ama "al Diego".
Lo tocó de cerca la crisis de 2001, no supo para dónde agarrar, y "alguien que me quería mucho me dijo, ¿por qué no te vas al Polonio? Así que naufragué y reinicié mi vida acá", relata.
Juntaba mejillones en la playa, recogía piñas y hongos en el bosque hasta que Martín Buscaglia le presentó a Gustavo Pena Casanova, más conocido como "El Príncipe", y sin haber estudiado cine se animó a filmar La Cocina, una película que muestra cuatro meses de convivencia con este músico "under e idolatrado por una generación joven pero desconocido para muchos".
Se gana la vida vendiendo pan y pasta casera en el almacén Lujambio. Antes lo ofrecía puerta por puerta. "Vivir acá no es fácil, son muchas horas y yo vivo solo. Estoy muy entusiasmado con el centro cultural porque paso pensando temas posibles. Me llena la vida".
Una pasión que siguió intacta por décadas
Mario Sena nació en Castillos y dice ser de la generación de la matinée. Los viernes iba al cine con sus abuelos a ver películas mexicanas y españolas, los sábados acompañaba a sus padres, y los domingos se veía tres filmes al hilo.
En 1985 alquiló una sala en el Centro Cultural 2 de mayo y formó el primer cine club. Lo compara con Cinemateca y cuenta que llegaron a tener 800 socios: el 11% de la población de su pueblo. Contratar a un proyectista costaba muy caro así que Mario no tuvo otra que aprender la labor de operador a los tumbazos.
En 1988 irrumpió el VHS en los hogares y su proyecto desapareció. Retomaron como cine comercial en 1995, pero cuatro años después "se fue a pique".
La sala 2 de mayo invitó a Willy y a Mario a proyectar cine, así que el rochense volvió feliz a este centro cultural veinte años después. Él eligió programar Siete psicópatas (Martin McDonagh, 2012) y Willy seleccionó Déjame entrar (Thomas Alfredson, 2010).