HISTORIA
Los Al Mohamed huyeron de su país y ya son ciudadanos legales en Uruguay, con el derecho al voto y pasaportes nacionales.
Esta historia termina con un final feliz. Acaba con una familia siria convertida 100% en uruguaya, con sorbos en un mate de calabaza, con pasaportes azul oscuro y el escudo nacional en dorado, con el derecho al voto, un trabajo en el área de marketing y un español bastante mejor a aquel que permitía decir: “No bomba, todo caro”.
En setiembre de 2012, en la zona de Aleppo controlada por el Ejército Libre, en Siria, el joven Ibrahim Al Mohamed y su esposa Sanna llevaban a su pequeña Nihal a un control pediátrico de rutina. Un helicóptero sobrevolaba la calle del costado al ras del suelo y empezaba a disparar. Las balas rebotaban, los heridos graves caían y comenzaba el ciclo de gritos-silencio-gritos.
La familia Al Mohamed corrió con viveza hacia un comercio de comida rápida, y se escudó detrás de las paredes grasientas del local con olor a kebab y comino. Unos segundos o minutos después -a Ibrahim le cuesta precisar el paso del tiempo-, volvió la “calma”, las mujeres se acomodaron el hiyab, los hombres sacudieron sus remeras y socorrieron a quienes quedaron tendidos en la mitad de las aceras. El ciclo de gritos-silencio-gritos se repitió como en un loop.
En ese preciso instante en que la familia Al Mohamed se dispuso a salir del comercio estalló una bomba. Explotaron los vidrios de los locales, hubo más muertos y el grito-silencio dio paso a un zumbido ensordecedor.
A Ibrahim lo despabilaron los llantos de Sanna y Nihal. Acurrucó a la pequeña con un brazo y con el otro le tendió la manos sobre el hombro a su esposa. Sin mirar mucho a su alrededor, o intentado no hacerlo, marcharon unas cuadras y se tomaron el primer taxi libre que los condujo a la otra punta de la ciudad.
En ese trayecto en shock, casi no se hablaron. Ibrahim repasó su vida en Siria, de donde apenas había salido “alguna vez” a alguna venta de ropa o ganado en pie a los países vecinos. Recordaba cómo su padre -fallecido unos años antes de la guerra civil- amaba esa tierra y cómo se había prometido jamás abandonarla. Pero entendía que si quería un mejor futuro para los suyos, incluyendo a su hijo Ahmad, que había quedado en la casa, le había llegado el momento de huir.
La salida
La guerra en Siria lleva más de 11 años, más de 370 mil muertos y más de 6,6 millones de refugiados fuera de fronteras.
El 9 de setiembre de 2012, dos días después de que Canadá rompiese relaciones diplomáticas con Irán a raíz del apoyo de Teherán a Damasco en la guerra siria, los Al Mohamed cruzaron la frontera hacia el Líbano y un viejo amigo de la familia los recibió en uno de sus palacios de Baalbek. Pero la fortuna les duró poco: los vecinos, en su mayoría de la rama del islam chiita, no vieron con buenos ojos la llegada de esta familia sunita.
Al cabo de más de un año y de idas casi ocultas los viernes a la misma mezquita a la que van los sunitas en una tierra dominada por el grupo terrorista Hezbolá (chiita), la familia se vio obligada a desplazarse y a quedar librada a su suerte en un campamento. Fue allí donde los encontró la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas (Acnur) y donde se enteraron que su futuro podía continuar en un lejano país llamado Uruguay.
¿Uruguay? “Apenas lo había escuchado por el fútbol, pero las imágenes de Punta del Este y Rocha que nos mostraron en la embajada uruguaya del Líbano eran hermosas”, cuenta Ibrahim, de 35 años, de los cuales más de siete lleva en Uruguay. “Susana Mangana (la especialista en cultura árabe que había enviado el gobierno uruguayo para la selección de las familias a las que se daría cobijo) dijo que estábamos por conocer la Suiza de América”.
Ibrahim y Sanna ya pueden votar y sus hijos van a centros educativos públicos.
El otro shock
Setiembre de 2015, cerca de la Torre Ejecutiva. Las cinco familias sirias que el gobierno había reasentado casi un año atrás, protestaban por sus magras condiciones de vida. E Ibrahim, en un idioma que todavía no domina, lanzaba: “Como en guerra, la vida. No bomba, todo caro”.
Un proverbio árabe reza: “Después de que has soltado la palabra, ésta te domina. Pero mientras no la has soltado, eres su dominador”. Y las palabras de Ibrahim cayeron desafortunadas en parte de la opinión pública uruguaya. Mucho más cuando una de las familias amigas de Al Mohamed decidió retornar a Siria ante los precios de la canasta básica en Uruguay.
En tanto, una encuesta que entonces lideró el Programa de Población de la Universidad de la República arrojó que el 51% de los uruguayos estaba “en desacuerdo” con la llegada de los refugiados sirios.
En ese contexto, los Al Mohamed prefirieron el perfil bajo. Como dice otro proverbio de Medio Oriente: “La paciencia es la llave de la solución”. Así que, poco a poco, fueron abriéndose a lo que el país de acogida tenía para ofrecerles.
Uno de los primeros pasos les costó muy poco: tomar mate. Siria es el país del mundo que más compra yerba mate, según una investigación de la BBC. El origen de esa tradición se remonta al intercambio entre los árabes que llegaron a Argentina hace más de un siglo. La única adaptación que consideró Ibrahim fue la sustitución del vaso de vidrio -como se consume en Siria- por el auténtico mate uruguayo.
“Empecé a trabajar en (la mutualista) La Española, allí fui ascendiendo hasta alcanzar un puesto en el área de marketing y ventas... los compañeros uruguayos son unos crack”, dice con una pronunciación de la “y” que lo hace parecer un local más.
La pequeña Nihal, aquella a la que habían llevado al control pediátrico el día del bombardeo en Aleppo, ya no es tan pequeña. Junto a sus dos hermanos (el tercero es Mussa, nacido en Uruguay) cursan “con éxito” la escuela pública en Montevideo.
País lejano
Una mañana de 2017 sonó el teléfono. Ibrahim atendió sin imaginarse que del otro lado de la línea recibiría “la noticia más triste que recuerde”. Dos terroristas habían matado a su hermano en Aleppo. Asesinaron a su hermano de temple enérgico, que había sugerido un encuentro entre dos fracciones que se enfrentaban en la ciudad a los efectos de alcanzar el cese de las hostilidades.
“Era un banquete como para 120 personas…”, Ibrahim narra mientras sus ojos se humedecen. “En eso mi hermano ve que entran dos hombres de actitud extraña y les pregunta qué quieren. Dicen que comida. Mi hermano les responde que ya les alcanza, pero ellos insistían en entrar. Mi hermano los frena y cuando toca el pecho nota que llevan bombas atadas al cuerpo”. Un movimiento en falso activó los explosivos e Ibrahim lo supo recién al día siguiente.
Lejos de querer volver a Siria, con los suyos, la tragedia lo reafirmó en Uruguay. En 2020 consiguió la ciudadanía, sus hijos hablan de Siria como algo remoto, como la tierra de sus abuelos y ya no tanto de sus padres, e Ibrahim afirma que prefiere “estar acá, en un país tranquilo, con libertad”.
Los que se fueron o quedaron
El gobierno de José Mujica había anunciado su intención de reasentar 120 refugiados que escaparon de la guerra en Siria. Pero solo se concretó la llegada de 42 personas -33 de ellos niños o adolescentes- distribuidos en cinco familias.
Más de siete años después, solo una familia abandonó Uruguay. Son amigos de los Al Mohamed, retornaron a Siria en donde tienen un “buen pasar” económico y solo regresarían a Uruguay “si es para establecerse con un negocio propio (independiente)”.
De las cuatro familias que se quedaron, todas pudieron rehacer sus vidas. La más campesina de ellas está en Salto, en un campo de Colonización y vende verduras en la ciudad. Las otras, también trabajan o estudian.
Tras este programa de reasentamiento, Uruguay y Naciones Unidas trajeron familias de Centroamérica que huían del crimen organizado en El Salvador. Esas personas se instalaron en zonas rurales o semiurbanas y según el último informe de la Comisión de Refugiados han tenido “una buena integración”.
La administración actual manifestó su buena voluntad de recibir familias ucranianas y también de avanzar en un plan de llegada de venezolanos cuyas profesiones no existen en Uruguay.