ENTREVISTA
Es diseñador de videojuegos y sus cocreaciones sirven a los sistemas educativos de Noruega, Finlandia y Francia. "Un país como este puede cambiar cualquier cosa. Falta voluntad”, dijo a El País.
Sostiene que el juego es la base para la reforma educativa y advierte que la crisis que Uruguay vive en esa materia se podría ver empeorada por la pandemia. Gonzalo Frasca, que es diseñador de videojuegos y cuyas cocreaciones sirven a los sistemas educativos de Noruega, Finlandia y Francia, cree que hay un “desprecio por la infancia y la adolescencia” en su país y que con algo de voluntad se podrían resolver problemas que se arrastran desde hace muchos años.
Aunque defiende el uso de la tecnología -y destaca la importancia del Plan Ceibal- advierte que el COVID-19 también sirvió para darse cuenta que es solo una herramienta más y que la presencialidad es insustituible.
-¿Qué enseñanzas deja la pandemia en cuanto a cómo debe funcionar el sistema educativo?
-Las tragedias primero hay que asumirlas como tragedias. Hay que hacer el duelo y todavía no estamos ni ahí. Sí podemos decir que hemos tenido que convivir con cosas con las que no estábamos acostumbrados, entre otras nuestras familias y nuestros hijos. A partir de las décadas del 50 y 60, cuando las mujeres entraron en el mercado laboral, la convivencia se modificó. Ahora con la pandemia fuimos forzados un poco a volver atrás. Esto puso en evidencia, también, los distintos roles que tiene el sistema educativo. Solo una parte es aprendizaje: la escuela tiene también un rol social y de babysitter. De esto último nunca se habla, porque queda feo, pero es algo que no está mal, porque ha quedado claro que es una necesidad.
-¿Qué debería cambiar para que los niños que están viviendo esta situación no tengan un rezago que se extienda durante demasiados años?
-Si miro cómo lidiamos con la pandemia en Uruguay, lo que más me preocupa son los adolescentes, que quedaron como el último orejón del tarro. Comprendo las razones de esto, es entendible que se quiera poner a los niños más pequeños como prioritarios y no a aquellos jóvenes que ya son más autónomos. Pero en Uruguay el problema está que los liceales, que ya eran los postergados antes del COVID-19. A nivel país ya estábamos en una situación inaceptable con cuatro de cada 10 adolescentes que lograban terminar el liceo. Ahora no sé cuántos quedarán por el camino, pero si fueran la mitad, o sea dos de esos cuatro, me hago varias preguntas: ¿Cuántos de esos dos van a entrar en la universidad? ¿Cuántos van a terminarla? ¿Cuántos van a hacer un posgrado? Uruguay, por años y años de desprecio a la educación, ya tenía su futuro comprometido, con esta situación un partido horrible puede ser catastrófico. Los números ya eran malos y es seguro que van a ser peores.
-¿Cómo cree que se usó el Plan Ceibal en la pandemia?
-Yo te puedo comprar a vos las mejores herramientas que existen para fabricar un piano. ¿Vos lo vas a poder armar? No. Si yo te doy un curso quizá algo puedas hacer, pero no vas a hacer obviamente un trabajo excepcional. O sea, lo que hay es una suerte de fetichismo de la herramienta. La tecnología es útil y Uruguay estaba mejor parado que otros países, por tener el Plan Ceibal y una buena estructura de internet, pero las infraestructuras no hacen milagros. Yo soy profesor universitario, y mi experiencia dando algunas clases por Zoom fue desastrosa, tanto para mí como para los alumnos. ¿Fue mejor que nada? Y bueno, sí. Pero es muy difícil hacer bien la educación a distancia, y más en una situación así. Nadie aprende con miedo. Los niños no aprenden bien en medio de una guerra, y tampoco en medio de una pandemia.
-¿La presencialidad es insustituible?
-Creo que nos hemos dado cuenta de la gigantesca dimensión social que tiene el sistema educativo. Por otro lado, creo que todo esto permitió a un montón de adultos y de padres ver las escuelas por dentro. El aula es un lugar privado, que no admite visitantes. La actividad del docente es muy solitaria. Los padres, al verlo, seguramente se dieron cuenta de que nada había cambiado en 30 años.
-¿Esto podría llevar, quizá, a un mayor involucramiento de las familias?
-No lo creo. Cuando hay una situación de crisis así, y creo que puede haber algo de evidencia histórica sobre esto, lo que uno quiere es que esto no pase nunca más, no ponerse a evaluar qué se podría cambiar.
-A la luz de lo que pasó, ¿se debería rediseñar el sistema para que funcione mejor a distancia?
-Deberíamos tener una alternativa por si el día de mañana hay otra tragedia. Pero quiero creer que por unas décadas no va a volver a pasar algo así. Lo que mostró la pandemia es que los niños necesitan esas comunidades de aprendizaje, donde puedan correr, saltar, jugar, descubrir, experimentar. ¿Hay herramientas tecnológicas que nos van a permitir aprender mejor? Sí, pero lo que se haga a distancia solo debería ser una parte de la experiencia. A nivel universitario y de formación laboral las cosas son distintas.
-¿En qué sentido?
-Quizá allí sí haya un mayor impacto por lo que ha pasado, porque estamos hablando de adultos, que son más autónomos. Pero también creo que vamos a ver diferencias entre aquellos que puedan pagar una educación con un fuerte componente presencial y quien no.
-¿Vamos hacia un mundo en el que la educación presencial va a ser un valor agregado?
-Posiblemente. Pero también vamos un mundo donde vas a tener la posibilidad de estudiar en otra universidad a distancia. Y como uno puede leer los diarios de otros países en vez de los de acá, o ver los canales de televisión de otros lugares, también va a poder estudiar cada vez más en otros lugares. Esto localmente puede ser un problema. Pero bueno, esto es futurología.
-En una entrevista con El País en 2018 usted dijo, en referencia al sistema educativo, que “la discusión que se da es solo sobre quién tiene el poder: si la tiene el gobierno, la ANEP o los sindicatos”. La administración del presidente Luis Lacalle Pou decidió sacar la representación docente de la ANEP y dotar de mayor poder político al MEC para, de alguna manera, alinear los objetivos a nivel educativo. ¿Qué opinión le merece este cambio?
-Trato de no hablar de gobernanza, entre otras cosas porque este es el debate que nos gusta tener. No digo que no sea importante, pero hay debates mucho más importantes, de fondo. Jana Hertz siempre dice que “los uruguayos creemos que debatir de educación es debatir quién tiene el poder”.
-¿Qué tanto se quedó en el tiempo al sistema educativo uruguayo?
-Mostramos desprecio por la infancia y la adolescencia. Es un sistema inaceptable. Tenemos tres grandes temas que nos muestran cómo somos: la pobreza infantil, el sistema educativo y las cárceles. Son tres cosas totalmente inaceptables para el país que creemos y queremos ser. Yo creo que cualquier cosa se puede cambiar. Un país chico con medios como Uruguay puede cambiar cualquier cosa. El tema es si no querés. La pandemia la vivimos como una emergencia mundial, pero nacional también. Pusimos recursos y ahora parece que vemos luz al final del túnel. Es un tema de voluntad. En educación, no. Alguien podrá decir: “pero hubo avances”. Todo bien, pintala como quieras, pero la realidad, los resultados, están a la vista.
-El desafío en el siglo XXI es preparar a los jóvenes para un planeta que no sabemos muy bien cómo va a ser. ¿Cómo se para Uruguay ante esto, y ante los continuos cambios en el mundo del trabajo?
-Hay un dicho que dice que “el futuro ya está acá, solo que no está distribuido de forma pareja”. No es que en Uruguay somos todos retrógrados, hay gente haciendo cosas. El problema está que no nos interesa demasiado conocerlas. No estamos aprendiendo lo suficiente de un montón de experiencias internas. Es doloroso aceptar que no les estamos dando a nuestros hijos la mejor educación. Es el país de las metáforas futbolísticas, pero lo podemos plantear así: Uruguay le juega en la cancha a cualquier selección del mundo sin miedo, puede ganar o perder, pero miedo nunca, y con este tema estamos como paralizados. Creo que Uruguay ha hecho innovación fuerte y grande con el Plan Ceibal, eso es innegable, es importante, pero es un área pequeña de la educación. Es más, fue diseñado como para no molestar, no se puso dentro del gobierno de la educación, se hizo una organización aparte. Pero a mí me gustaría que ese nivel de empuje funcionase en todo el sistema educativo.
Sus trabajos se usan en Francia y Finlandia
Gonzalo Frasca nació en 1972 y trabajó durante años haciendo juegos para Cartoon Network, y luego pasó a formar parte de WeWantToKnow, una firma que trabaja en la creación de juegos educativos. Los de matemáticas, como DragonBox Algebra y DragonBox Big Numbers, forman parte del Plan Ceibal.
En 2017 la empresa creó DragonBox School -del que Frasca fue cocreador-, un proyecto para enseñar matemáticas a los niños de primer año de escuela que incluye, además de un videojuego para tablet, libros de texto y de ficción, y hoy es utilizado en Noruega, Finlandia y Francia. En 2020 Frasca pasó al área de investigación de la empresa, donde se dedica a buscar mejores alternativas para el desarrollo del aprendizaje a distancia.
-¿En qué consiste esta investigación?
-Hay cosas de las que no puedo hablar porque son confidenciales. Sí puedo decir que yo estoy trabajando en DragonBox, una empresa noruega que fue adquirida por Kahoot!, que es otra firma noruega. Tiene justamente una plataforma de juegos de preguntas y respuestas que se usa mucho en educación formal, laboral y en universidad. Kahoot! tiene centenares de millones de usuarios, lo que nos permite probar lo que vamos haciendo. Yo venía trabajando en DragonBox School, el único material de aprendizaje escolar extranjero, el que ha demostrado su efectividad en varias investigaciones.
Para Gonzalo Frasca la enseñanza y el juego van de la mano. Hacer que un niño se sienta atraído a la hora de aprender es clave. Y el juego verdaderamente allana el camino en este sentido. DragonBox School, el programa que codiseñó, va en ese sentido. ¿Pero el sistema educativo uruguayo está preparado para esto? ¿Los uruguayos en general, estamos preparados? ¿Qué tanto entendemos que el juego es una pieza clave a la hora de sumar conocimientos?
-Hay como una idea de que el juego va por un lado y el aprendizaje por otro. Uno ve que en los últimos años eso ha cambiado mucho. Uno mira un dibujo animado por televisión y hay componentes didácticos que en dibujos de antes no había. El mundo parece haber entendido que juego y aprendizaje van de la mano, ¿Uruguay no entendió eso?
-Quizás -y el “quizás” es esencial, porque no estoy seguro- la idiosincrasia centralista que tiene Uruguay, no solo por Montevideo sino por el Estado protector, esa imagen del Pepe Batlle con su sobretodo pareciéndose a una gallina que abre las alas y protege a sus pollitos, choque un poco con la naturaleza del juego. Porque la naturaleza del juego, en su base, es la libertad. Si bien soy hincha de estados protectores, no sobreprotectores, quizá haya un choque ahí en entender que hace falta autonomía, libertad y no estar vigilando siempre, para que así haya innovación y descubrimiento.
-El rector Rodrigo Arim dijo que aumentó un 50% la inscripción a la Facultad de Ciencias, ¿qué opinión le merece esto?
-¡Qué buen marketing que fue la pandemia para las ciencias! Eso es una alegría, porque ser científico en Uruguay históricamente ha sido una cosa medio subterránea, under. Y acá se ve claramente, los científicos han mantenido la capacidad de asombro y de juego, los buenos científicos, son gente que experimenta. Un científico no se puede hacer trampas al solitario, no puede decir creo en esto aunque la evidencia diga otra cosa. La ciencia es un lugar para el juego. Está buenísimo que a pesar de que el gobierno no le dio toda la bola que yo creo que debería haberle dado a la comunidad científica, aunque entiendo que no le podía darle el 100%, se haya abierto ese debate. Es buenísimo que se haya llamado a científicos, ese es un muy buen precedente, más allá de que esto no haya salido como uno hubiera querido.