A raíz de la muerte de nuestro niño Ezequiel, le queremos informar al barrio Villa Española que no salga a la calle porque habrá venganza. Sálvese quien pueda”.
La declaración de guerra de los Suárez llegó a los vecinos cuando el cuerpo del joven aún estaba caliente. Los Albín, la banda con la que se disputan el territorio del microtráfico de droga, ya se había atribuido el asesinato. El 30 de noviembre, en la esquina de Antonio Serratosa y Camino Corrales le dispararon a Ezequiel más balas que los años que tenía, 21.
Así, tanto los Suárez como los Albín, por WhatsApp le hicieron la misma advertencia a la comunidad: “sálvese quien pueda”, pues la sed de revancha en los próximos días sería más fuerte que la vida de los inocentes. La alerta fue tal que UCOT desvió provisoriamente el recorrido de dos líneas de ómnibus, evitando pasar por esa esquina, donde meses atrás ya había muerto otro mártir narco.
El jueves pasado, exactamente una semana después del crimen, el Ministerio del Interior anunció “una intervención masiva” en Villa Española. La Policía detuvo a cinco hombres vinculados a ambas bandas, entre ellos quien presuntamente disparó el tiro que mató a Ezequiel. Más de 100 efectivos participaron de la operación Baygon, donde mediante 17 allanamientos también incautaron droga, dinero, armas, chalecos antibala, celulares y radios portátiles.
Este fue el operativo más grande desde que Nicolás Martinelli asumió como ministro del Interior. Aunque, entre los entendidos en la materia, hay quienes cuestionan la estrategia a largo plazo. “Tenemos una Policía reactiva. Cierran dos o tres bocas que generan problemas, pero después esos territorios muchas veces son tomados por otros grupos, que comienzan a ejercer poder. Muchas veces son organizaciones criminales que tienen la estructura montada y están esperando. Les dejan el camino libre para que puedan ingresar”, valoró el experto en seguridad Edward Holfman.
Buena parte de las bandas que abastecen a las cerca de 1.500 bocas que hay en el país tienen origen en la familia: son los Suárez, los Albín. También los Segales o los Correa Balladares.
Según Holfman, el mayor problema es que -al llegar a la “cuarta generación narco”- los nietos de quienes montaron la estructura criminal se imponen con métodos cada vez más violentos; se asocian con gente que no respeta los “códigos” de sus ancestros, que garantizaban mínimamente la convivencia entre vecinos.
“Resuelven todos sus problemas a través de las armas y de los homicidios. Para esta generación, al haber pasado mucho tiempo, la forma de tener autoridad es generar un hecho de estas características, como puede ser una muerte violenta y determinados mensajes, como diciendo ‘acá estoy yo’”, señaló el especialista.
El miedo
Horas antes de la “intervención masiva” del Ministerio del Interior, a varias cuadras del epicentro del enfrentamiento entre los Suárez y los Albín, un grupo de vecinos de Villa Española recibió a El País. La cita tuvo varias condiciones -como no revelar identidades, locaciones ni tomar fotos- y pronto se convirtió en una catarsis colectiva.
“Yo digo que vivimos en el lejano oeste”, señaló una de las participantes, quien esa madrugada se había despertado con el ruido de una balacera que había hecho vibrar las paredes de su casa, por más que hubiera sucedido a bastantes metros distancia.
¿Cómo suena un tiroteo? ¿Llega alguien a acostumbrarse a ese sonido? ¿Cómo lo asimilan los niños, expuestos a él desde chicos?
Una vecina aseguró que “es un estruendo que asusta”. Que “retumba tanto que uno se tira al piso porque no sabe si está pasando ahí o a tres cuadras de distancia”.
“Se escucha de tal manera que con mi familia, que tenemos paredes gruesas, nos hemos tenido que ir al último rincón de la casa, donde las paredes son más gruesas”, ejemplificó alguien a su lado.
“Los niños juegan adentro de las viviendas y de pronto, a las cinco de la tarde, ‘pra, pra, pra, pra’, y ellos automáticamente corren a resguardarse. Es horrible que nenes de cuatro años sepan que automáticamente se tienen que resguardar”.
Lo que alguien de otro barrio podría considerar un episodio traumático, en Villa Española es contado casi como anécdota. A modo de ejemplo, el recuerdo de alguien que siempre vivió allí: “Hace poco un hombre estaba desesperado porque se le había escapado un caniche. Salimos a buscarlo con mi hijo, yo manejando. Agarramos por allá y, buscando al famoso bicho, pasamos por enfrente de una boca y mi hijo alumbraba con la linterna. Se tiró uno corriendo y gritó: ‘¡Ojo!’ Salieron todos de adentro, uno me apuntó directo a la cabeza. ‘Este no es’, dijo. El tipo fue profesional, enseguida bajó el arma. No tuve ni tiempo de asustarme”.
Sin embargo, la palabra “miedo” es pronunciada infinitas veces a lo largo de la conversación. Están el miedo a quedar en medio del fuego cruzado entre bandas y el miedo al “ratero”, que asalta en cualquier circunstancia para poder ir a comprar más droga.
Es distinto el miedo al otro, a no terminar de conocer al vecino. Y se diferencia del miedo a que los más chicos, espectadores del lujo perecedero de los narcos, hagan malas juntas. “Hay botijas buenísimos, de familias muy buenas y trabajadoras, con educación, y los atraen. Los han captado y de pronto los ves andando en tremenda goma. Buscan sus debilidades. Las motos y los autos que pasan a tremenda velocidad por Irureta Goyena son la envidia o la aspiración de todos los gurises. Es el modelo que se está imponiendo en la zona. Son chiquilines que uno vio nacer, que jugaban con nuestros hijos y nuestros nietos”, lamentó una abuela.
Aunque hubo críticas al gobierno, durante el intercambio primó una preocupación más allá de las autoridades de turno: la inquietud de sentir cada vez más cerca la violencia narco. “Hace 34 años que vivo en el barrio. Antes sabías que eran chorros o qué sé yo, pero más nada. Nunca tenías que cuidarte de esas personas porque ibas a recibir una bala. Hoy por hoy, podés ir caminando a pleno mediodía o en horario escolar y pasa un auto y se arma una balacera”, graficó una vecina.
La última Encuesta Nacional de Victimización refleja el temor de los vecinos a denunciar: en Uruguay, 72% de las víctimas no radica una denuncia. Una hipótesis de Holfman, que se refleja en los testimonios en Villa Española, es la presunción de que el sistema no brindará garantías. “Digamos que la respuesta policial es buena. Pero después, a los dos o tres días están afuera. Y en plena balacera, por 30 mil o 40 mil pesos que ganen, ¿se va a venir a regalar para que los maten? No vienen, pasan de largo o pasan más tarde, después de que se terminaron los tiros”, apuntó un vecino.
Alerta por ingreso de megabanda venezolana
Para Edward Holfman, experto en seguridad, quitarle a las bandas el poderío económico es lo que moverá la aguja del combate al narcotráfico, y no el cierre de los puntos de venta.
“Los narcos pueden perder delincuentes, territorio, droga, pero no pueden perder dinero. Si pierden dinero, se les termina el poder, la capacidad de comprar voluntades, de hacer actividades ilícitas mediante la corrupción de autoridades. A veces acá no se entiende que hay que meterse a fondo con el tema del lavado de activos. Una de las cosas que estamos haciendo muy mal es pegarle al último eslabón, al más sencillo -que son las bocas- y no se está combatiendo lo que realmente importa: el lavado de dinero y las actividades ilegales con el manejo de ese dinero”.
A modo de ejemplo, recordó que de 45 organizaciones identificadas por el Ministerio del Interior en este período de gobierno, 37 fueron desmanteladas. “Pero una cosa es desmantelada y otra que hayan terminado con la actividad criminal. Al poco tiempo hicieron investigaciones y había 49 organizaciones. Y de seis líderes pasaron a ocho”, sostuvo Holfman.
Por otro lado, el especialista en seguridad llamó a estar atento a otras tendencias de la actividad criminal en la región, como podría ser el desembarco en Uruguay de la organización Tren de Aragua, que se originó en las cárceles de Venezuela y ya tiene células en otros países de América del Sur. Según el portal especializado InSight Crime, esta “megabanda” está activa en Brasil, Chile, Bolivia, Colombia y Perú.
Se caracteriza por su accionar violento y -según el citado medio- cuenta con 2.700 miembros, entre sicarios y personas que colaboran en labores de “inteligencia”.
Holfman entiende que “es muy posible” que el Tren de Aragua en algún momento llegue al país, como pasó con el Primer Comando Capital (PCC), aunque todavía no haya novedades en Uruguay.
La “profesionalización” del sicariato ya está asentada. “Las organizaciones criminales van formando esos grupos que se dedican pura y exclusivamente a asesinar”, sostuvo el experto. También pueden contratar a personas que se dedican a esto, que alquilan armas de fuego para cometer los crímenes, que saben dónde y cómo matar impunemente, “y por eso son difíciles de resolver”, aseguró.