Por Maite Beer
La arteria principal de Montevideo se va despoblando, con centenares de personas que cargan la jornada en los hombros y recorren las calles entre suspiros y conversaciones superfluas. Son las 20:00 horas y casi todas las persianas metálicas sobre la avenida 18 de Julio están bajas. Los trabajadores se acumulan en las paradas de ómnibus para, uno a uno, ir subiendo a los coches que los llevarán a sus hogares.
Los transeúntes que recorren la cuadra de 18 de Julio y Aquiles Lanza se cruzan con un cuerpo tieso que duerme sobre el pavimento. El hombre se colocó de cara a la reja de unos apartamentos y de espaldas a la calle.
El sujeto está contraído, sumido en un profundo sueño. Se cubre el rostro con sus manos gastadas, sucias. Su piel evidencia sus años a la intemperie. Viste ropa holgada de tonos grises y marrones -también sucia y gastada- que le cubren un cuerpo consumido. Pero no son suficientes. Se nota a la legua que tiene frío.
La vista de los peatones se desvía por una milésima de segundo, aunque luego siguen su camino. Si bien las personas que viven en la calle ya forman parte de la postal de la avenida más importante del país, la miseria sigue provocando asombro. Para bien o para mal. Una persona gira su cabeza con una mueca de asco mal disimulado, pero otro joven hace todo lo contrario. Lleva los costados de su cabeza rapados, una espiral de madera que cuelga de su oreja derecha y piercings que decoran su rostro.
Camina con un grupo de amigos y al ver al hombre durmiendo frena en seco: “Banquen un minuto que le voy a poner un buzo”, les dice. Abre su mochila de nylon azul y múltiples bolsillos y saca el abrigo para colocarlo encima sin decir nada. Sigue caminando.
El gesto llama la atención de los transeúntes, entre la sorpresa y la admiración. Pero Lucas, de 27 años, ni siquiera considera que sea un acto caritativo, sino una cuestión de sentido común. La persona tiene frío y le falta abrigo. Él también vive en la calle desde hace 10 años, pero viaja con más provisiones, como una carpa. Sabe lo que significa vivir sobreviviendo.
A pocos metros de allí, frente a un almacén, otro hombre repite hasta el cansancio “una monedita”, y extiende su mano. La mayoría lo ignora, otros le dicen que no tienen nada y solo una persona le da algo.
A los dueños del almacén no les complace su presencia, todo lo contrario. El vendedor dice que el hombre espanta a la gente y lamenta que en algunas ocasiones él y otras personas en situación de calle les roban algunos productos. Pero el mayor problema que afrontan muchos comerciantes de 18 de julio es la suciedad de las veredas, con defecación y orina, que ellos mismos deben limpiar cada mañana.
Y es que desde las 20:00 hasta las 22:00 son unas 40 personas las que llegan a la columna vertebral capitalina, entre la Plaza Cagancha y la Plaza de los Treinta y Tres. Algunos están perdidos en su pensamiento y los rastros de un consumo de larga data se hacen evidentes. Según el último censo que realizó el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en 2020, son 3.384 personas que no tienen hogar, 2.500 viven en refugios y 885 a la intemperie.
Javier Pereira, dueño del kiosko El Gaucho, que se inauguró en 1927 y está ubicado a un par de metros del monumento, habla del tema con una mezcla de irritación y compasión. El kiosquero ha presenciado hechos importantes de las últimas décadas: el triunfo del Frente Amplio en 2004, el cuarto puesto de Uruguay en el mundial de 2010, los estragos del temporal del 2005 e incontables marchas que convulsionaron 18 de Julio.
Pero estos acontecimientos no le provocaron tantos inconvenientes como la suciedad de las personas que pasan la noche en los alrededores de su comercio. Cada día llega a su local con botellas de agua para limpiar la vereda.
No los culpa a ellos, ni mucho menos, sino que su dedo recriminante apunta a los dos edificios que se ven desde el kiosko: el Mides y la Intendencia de Montevideo porque durante cuatro meses un hombre durmió en el banco contiguo a la tienda, justo en frente a la sede principal de la cartera. Pero ninguna de las dos instituciones le dio solución alguna.
Los derechos de uno terminan cuando comienzan los del otro, repite el dueño de la pizzería La Papoñita -ubicada en Minas y 18 de Julio- porque ha visto cómo algunas personas en situación de calle les quitan la comida del plato a clientes que están cenando en la terraza. Aunque lo que más le indigna es verlos llegar con la bandeja de comida que les dan las asociaciones civiles para preguntarles a los mozos y cocineros si se lo compran por 20 pesos.
A una cuadra de allí, sobre una avenida cuyas luces se atenúan más y más, se sientan en la vereda ocho personas que esperan para ingresar a un refugio. Uno está tirado durmiendo sobre la vereda, otros se sientan con una bandeja de comida que les entregó la Iglesia Universal y algunos recorren la cuadra de acá para allá con impaciencia. Mientras tanto, algunos residentes salen de sus apartamentos y piden permiso para pasar -cabizbajos y en un susurro- a los que están aguardando sentados en los escalones.
Un educador baja las escaleras desde el segundo piso de una casona de fachada agrietada y pintura carcomida. Abre la puerta para hablar con los que aguardan, reja de por medio, y su sonrisa cálida intenta sopesar la falta de cupos. No los pueden recibir. Frente al rechazo, tres personas deciden irse a pasar la noche a las escaleras del Banco República.
- ¿Hace cuánto tiempo se quedaron sin hogar?
- Yo hace tres meses.
- Hace 20 años.
- Yo desde los 17.
- ¿Y cuántos años tenés?
- 35.
- Las malas elecciones de vida te llevan a la calle. Yo tuve una pérdida familiar muy dolorosa que me llevó a consumir y acá estoy, igual no es excusa- dice Levi, un hombre de 45 años que carga una bolsa con sus pertenencias.
- Somos personas que no tienen mucha contención familiar ni recursos. Quizá la familia está, pero sabemos que nos ponen ciertas condiciones- agrega Milena, que viste campera celeste y pantalón floreado.
- Lo que pasa es que el sistema no funciona y los refugios nos hacen sentir como unos mendigos- agrega otro hombre mayor mientras que varios asienten.
- Sacame del refugio, vestime bien y dame un trabajo. Usá bien el Ministerio de Desarrollo Social, porque son derechos humanos. ¿Cuántas casas abandonadas que no tienen dueños hay por ahí?- se pregunta Milena.
Sus historias son variadas. Desde una productora de fiestas que se quedó sin trabajo y está atravesando un problema familiar muy grande, hasta una mujer que sufrió violencia doméstica y lleva un monitor de tobillera. Desde un cirquero argentino que pide alojo en un refugio por primera vez, hasta dos amigos que eran compañeros de la infancia y se volvieron a encontrar en la calle tras consumir pasta base.
Entre las personas en situación de calle aparecen casos muy diversos. Están quienes dicen que es una elección de vida y no se arrepienten, mientras que también aparecen otros que piden una respuesta del Estado o, incluso, de Dios para poder tener una cama propia.
Aprueban ley para adictos
El Senado aprobó el martes pasado con los votos del oficialismo el proyecto de ley que propone la internación de adictos por “voluntad anticipada”. El objetivo declarado del proyecto es “garantizar el derecho de toda persona que padezca de adicción o consumo problemático de drogas” a “recibir el tratamiento adecuado para su desintoxicación”.
A partir de su vigencia, toda persona mayor de edad y psíquicamente apta, que padezca adicción o consumo problemático de drogas, “tendrá derecho a expresar anticipadamente su voluntad, en forma consciente y libre”, de ser sometido al tratamiento adecuado e indicado para su desintoxicación.
El proyecto señala que las condiciones y duración del tratamiento “serán las indicadas por el médico y el equipo profesional tratante”.
El debate en sala giró en torno a un aspecto central: el texto no prevé de forma clara los recursos a aplicar para garantizar su cumplimiento. Todo quedará librado a lo que pueda ser incluido en la próxima Rendición de Cuentas.
La eventual internación deberá ser realizada en clínicas públicas o privadas, en cuyo caso los costos serán de cargo del interesado. La “expresión anticipada” deberá ser expresada por escrito con la firma de un titular y dos testigos, o ante escribano público a través de acta notarial y luego homologada ante la Justicia.
Desde el Frente Amplio criticaron la vulneración de derechos humanos que conllevaría la internación en contra de la voluntad de la persona.