Por Ariel Sánchez La Nación/GDA
Dicen que todo gran viaje comienza con un simple paso. Es verdad. En tecnología, ese primer paso lo da en general el mismo individuo al que se le ocurrieron las ideas que llevaron a ese invento. La primera llamada telefónica, que hizo Alexander Graham Bell, en 1876. La primera de celular, que hizo Martin Cooper en 1973. La primera conexión de red que terminaría conduciendo a Internet, que completó Leonard Kleinrock en 1969.
Pero la historia de hoy es levemente diferente, y es levemente diferente porque ocurre muy cerca en el tiempo. Tan cerca, que servirá para demostrar cómo funciona una tecnología disruptiva, una relojería rara, difícil de asimilar o de comprender cabalmente.
El 3 de diciembre de 1992, Neil Papworth envió el primer SMS de la historia. Sé lo que están pensando. Me ocurre lo mismo. Los SMS, por Short Message Service, coloquialmente conocidos como “mensajes de texto”, suenan a viejazo. Suenan a Pleistoceno tardío. Y sin embargo, en diciembre de 1992 ya existían Internet, las computadoras personales y los celulares. Algo ocurrió en el medio para que hoy, en tiempos de WhatsApp, Instagram y ChatGPT, nuestra mente perciba los SMS, que en su momento fueron una bendición, como algo que atrasa siglos. Ni el teléfono de línea nos suena tan antiguo, y eso que pronto cumplirá 150 años.
Esto es así incluso cuando es muy probable que hayas mandado uno que otro mensaje de texto en los últimos meses (típicamente, cuando se cae WhatsApp), y pese a que sin duda recibiste más de un SMS en estos días (promocionales o informativos, sobre todo); viceversa, salvo en los lugares de trabajo, el teléfono de línea está en vías de extinción. Hace diez años, el 41% de los hogares en Estados Unidos ya no tenían teléfono de línea; hoy ya ni se habla del tema, porque ese valor se redujo a menos del 25 por ciento. Mobile first, ponele.
Un mensajito
Neil Papworth nació el 29 de diciembre de 1969 en Reading, Berkshire, Inglaterra, y estudió computación en la Universidad de West London, una universidad pública que tiene varios campus en Berkshire. Hizo su bautismo de fuego profesional en la compañía Ferranti. La marca debería sonar conocida, porque es la misma que fabricó la computadora que Manuel Sadosky trajo a la Argentina en 1961, la archifamosa Clementina. Ferranti había sido fundada mucho antes de que llegaran las computadoras, y su plataforma de despegue fue la popularización del suministro eléctrico, a principios del siglo XX. Pero fabricaron de todo, desde las miras para las ametralladoras de los Spitfire, durante la Segunda Guerra Mundial, hasta radios domésticas.
En Ferranti, Neil trabajó en dos proyectos, una antena móvil y un sistema de ayuda para aterrizar helicópteros; ambos, de carácter militar. Eso fue entre 1988 y 1991. El año siguiente, el de su inesperada –incluso no buscada consagración–, lo encontraría trabajando para el grupo Sema, también en Berkshire. Allí fue elegido para investigar en el SMSC, o Centro de Mensajes de Texto, un grupo que estaba intentando desarrollar una idea bastante novedosa, incluso cuando el acceso público a Internet estaba en esos días llegando a Inglaterra: la de que los teléfonos celulares pudieran enviar no solo voz, sino también texto. El concepto se había originado diez años atrás, en 1982, en el Global System for Global Mobile Communications (o GSM, como le decimos todos).
El asunto era peliagudo, sobre todo por la cantidad aluvial de tecnologías que ya se estaban acumulando en el universo celular. A Papworth lo mandaron a las instalaciones que el cliente de Sema, Vodafone, tenía en Newbury (Inglaterra también, claro) a probar esto de los mensajitos de texto. Como ha dicho cada vez que se lo preguntan, Papworth estaba en el lugar indicado y en el momento justo, porque el desarrollo e implementación de los mensajes de texto fue obra de un ejército de gente en muchos lugares del mundo.
Con todo, el 3 de diciembre de 1992, Papworth se sentó en su computadora para probar, una vez más, los SMS, escribió “Feliz Navidad!”, y lo mandó. ¿No lo mandó desde un teléfono? No, claro. Muchos móviles todavía ni siquiera tenían la capacidad de tipear texto; es decir, sí, lo que estás pensando: sus teclados eran solo numéricos. ¿Y a quién se lo mandó? A Richard Jarvis, uno de los vicepresidentes de Vodafone, que en ese momento estaba festejando, con algo de antelación, como suele hacerse en las corporaciones, las fiestas por venir. Jarvis (nada que ver con IronMan) lo recibió en su teléfono móvil, un Orbitel 901. El Orbitel 901 era un celular de transición. Ya no tenía como los primeros, una valija enorme, ni era todavía como un Nokia 1100 (que salió en 2003). Si veías un Orbitel 901 podías fácilmente confundírtelo con un teléfono inalámbrico: el aparato más una base con antena. Lo único que desentonaba era el cable que conectaba la base con el teléfono, pero fuera de ese detalle, era bastante más transportable.
En todo caso, el Orbitel 901 no tenía (obvio) capacidad para mandar SMS, aunque su teclado ya poseía caracteres de texto. Así que Papworth supo que el mensaje había llegado bien porque estaba comunicado con otra persona que se encontraba en la fiesta, mediante, claro, una llamada por teléfono de línea. Dos aguafiestas, hay que decirlo.
Así evolucionaron los celulares entre 1992, cuando Papworth mandó el primer SMS, y 2014, cuando Facebook compró WhatsApp y el destino de los mensajes de texto quedó sellado. Nótese que el primero, una de las variantes de los DynaTAC de Motorola, solo tiene un teclado numérico, sin letras ni símbolos
No, hablando en serio, era horario de oficina, formaba parte de la rutina diaria y en el momento no pasó nada. No llegaron corriendo docenas de periodistas. No apareció la noticia en el diario. Habían trabajado un año y medio para ese mensaje breve, pero histórico, pero pasarían años antes de que el fenómeno de los SMS explotara. “Al principio sólo podías recibir, y cuando después fue posible el envío, en 1993, sólo podías conversar con gente de la misma operadora. Recién cuando se hizo interoperable comenzó a hacerse popular,” le dijo Papworth a Ricardo Sametband, que lo entrevistó en 2012, cuando los SMS cumplieron 20 años, y a pesar de su juventud estaban avanzando rápidamente hacia la obsolescencia. Nota al margen: el paralelismo entre el arranque de Arpanet y el envío del primer SMS es genial. El teléfono de línea siempre estuvo ahí. Gracias, don Alexander.
Mapas de papel y diapositivas
Veamos ahora las fechas. El celular es de 1973. Diez años después nace Internet, el primero de enero de 1983, aunque de ninguna manera es todavía pública. En 1990 empiezan a difundirse los proveedores de conexión con Internet en Estados Unidos e Inglaterra. La explosión de Internet entre el resto de nosotros ocurre luego de 2000, conduce al colapso de la burbuja puntocom, y a partir de ahí surge una nueva generación de compañías. Entre ellas, Facebook, un experimento universitario de 2004 que saldrá al mundo en 2006 (o sea, dentro de dos años cumplirá 20). En 2009, un programador estadounidense y uno ucraniano, Jan Koum, fundan WhatsApp. En 2007, Apple lanza el iPhone, que sigue viéndose como un teléfono, pero que es una computadora de bolsillo con conexión a Internet (el primer iPhone ni siquiera tenía 3G). En 2014, Mark Zuckerberg, fundador y líder espiritual de Facebook (ahora llamada Meta), compra WhatsApp por 22.000 millones de dólares.
Es decir que cuando Ricardo Sametband entrevistó a Neil Papworth en 2012, los SMS ya estaban condenados a desaparecer. En la cima de su popularidad (se habían enviado 8 billones de SMS en 2011; eso es un número de doce ceros), Internet ya había preparado el terreno para que los SMS, como muchas otras tecnologías (la cámara de fotos doméstica o los mapas en papel, por citar dos ejemplos contundentes), dejaran de resultar convenientes. Más que convenientes, viables. Pero el asunto está bien lejos de los valores numéricos o las estadísticas de uso. Y ahí es donde muchos se confunden y tropiezan con los cambios disruptivos. O sea, o no logran procesarlos o ven disrupciones por todos lados.
Error de perspectiva
Los SMS siguen funcionando, y el número de envíos sigue siendo relevante, sobre todo para comunicaciones corporativas (tu empresa de telefonía celular, por ejemplo, o para doble autenticación). Pero WhatsApp y los demás mensajeros (ya ni sabemos si estamos hablando por Instagram, Facebook, Twitter, Telegram, Signal o qué) han disparado las cifras a niveles estratosféricos. Se calcula que en 2023 se enviaron más de 140.000 millones de mensajes de WhatsApp solamente.
Algunas fuentes dicen que circulan unos 20.000 millones de SMS por año. Aunque mucho menor que el de WhatsApp, sigue siendo un número significativo. Pero menos del 10% de estos mensajes es enviado por los usuarios. El SMS encontró (y también, poco a poco, está perdiendo) un nicho en el marketing, la doble autenticación (una aplicación del SMS que habría que desalentar) y, como siempre, en el spam. Viceversa, todos usamos todo el tiempo los mensajeros nacidos de Internet y de la revolución del iPhone, cuando pasamos del teclado físico en miniatura a un teclado en pantalla y, hoy, a la posibilidad de dictarle el mensaje al teléfono y que lo transcriba.
Pero, vuelta de tuerca indispensable, comprender las nuevas tecnologías es difícil y conduce a tantas afirmaciones delirantes, sobre todo de la política y los funcionarios, porque ni es ni intuitiva ni es lineal. (Por declaraciones delirantes me refiero, por ejemplo, a una legisladora que en 1998 o 1999 me llamó al diario para explicarme su proyecto de ley para que los navegadores web filtraran automáticamente los contenidos para adultos. En serio.)
Al no ser ni intuitiva ni lineal, hay dos fenómenos que se nos escapan de las manos. Primero, los SMS son vistos como algo antiguo porque se parecían mucha a lo que hacemos con WhatsApp, pero eran increíblemente más complicados y limitados. Es más fácil sentir que el teléfono de línea todavía está vigente, al revés que los SMS, porque el celular no es un teléfono de línea sin cable. Es otra cosa. Y porque el teléfono de línea permite cosas que el celular todavía no es capaz de hacer.
En cambio, WhatsApp es un SMS con supercargador; es el SMS con el que posiblemente soñó en su momento Mati Makkonen, el finlandés que en una pizzería planteó los básicos de la mensajería celular, en 1982. Es la cercanía, el parentesco, lo que hace ver al SMS como algo prehistórico. O sea, es al revés de como siempre funcionó la obsolescencia. Cerca es lejos esta noche, invirtiendo los términos de la hermosa frase de Emily Dickinson.
Lo otro que suele perderse de vista es la velocidad con que estas tecnologías evolucionan. Los SMS tuvieron su nacimiento, auge y caída en el curso de solo veinte años. En ese tiempo, la política no logra ponerse de acuerdo ni siquiera en asuntos que son de sentido común. Ni hablar de tecnicismos que solo un puñado de personas en el mundo comprende cabalmente.
Con la popularización del SMS, la celebridad alcanzó al modesto Neil Papworth, que pasó un tiempo turbulento dando reportajes y conferencias. Hoy vive en Montreal con su esposa y tres hijos, y su página personal no se actualiza desde, vaya, 2012.