Nicolás Arnicho: “Levantar la vara de la exigencia en el arte de Uruguay está mal visto”

El percusionista y docente universitario criticó la falta de “competitividad” que ve entre los artistas nacionales, y apuntó contra la forma como quedó excluido de un programa cultural de la IMM.

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Nicolás Arnicho.
Nicolás Arnicho, percusionista y docente de la Escuela Universitaria de Música.
Foto: Leonardo Mainé

La casa de Nicolás Arnicho es un ambiente en donde prevalece la música. Hay instrumentos de percusión antes que muebles, mesas, sillas. Y entre ellos vive, como lo hizo prácticamente durante toda su vida. El artista y docente de la Escuela Universitaria de Música —aunque prefiere llamarse solo “ritmista”— lleva una carrera a cuestas que tuvo de todo —desde viajes a las regiones más apartadas de África, Brasil o Cuba para aprender músicas originarias, hasta la participación de un reality show de Marc Anthony y Jennifer López en 2012— y carga hoy con una mirada crítica sobre el estado de situación del arte en Uruguay.

En entrevista con El País, y en días en que volvió a montar su show Superplugged en un teatro —el del Notariado—, Arnicho cuestiona que, en el mundo donde se mueve, no se procure la “competitividad”, e incluso más: que “levantar la vara” de la exigencia sea algo “mal visto”. Y apunta, dolido, contra la forma como quedó excluido de un programa cultural de la Intendencia de Montevideo (IMM): en un concurso en el que, según denuncia, no se ponderó su trayectoria.

-¿Cómo es vivir de la música en Uruguay?

-Difícil, pero como en el mundo entero. No es un problema solo de Uruguay. El tema de Uruguay es que es un mercado chico y que recién ahora se empezó a tener el hábito de consumir productos de entretenimiento generados por el propio país. Eso es algo que ha tenido Brasil históricamente, en donde se autoabastecen de entretenimiento. Y ahora empezó a ocurrir acá. Abre el margen de opciones para poder llevar adelante la profesión. El problema es que, también, cada vez es más grande la oferta del entretenimiento en general.

-¿Pero es más fácil o más difícil que hace unos años?

-Es más fácil acceder hoy a la profesión, pero es más difícil sostenerse. Hay un dicho famoso que repiten todos los genios, que es que lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Hoy puede llegar cualquiera: con las redes sociales, por ejemplo, cualquiera mete dos hits y en un año está tocando en un concierto para 10.000 personas. El tema es que después viene el alquiler, la mutualista, la luz, el agua, el teléfono… Entonces esto que está detrás de este golpe inesperado, que impactó en la música y permitió abrir un espacio que no existía, no se lo estamos advirtiendo a los más jóvenes.

-¿Qué lugar debe tener la música en la educación formal? ¿El que hay hoy es suficiente?

-Ahí vuelvo a lo mismo que decía recién. La intención que hubo acá en un momento de apostar a un Uruguay cultural fue genial, porque el bachillerato artístico no existía. El tema es que hay que levantar la vara en la exigencia. Si un joven quiere hacer bachillerato artístico porque quiere ser músico, yo como docente lo tengo que preparar para que haga una carrera terciaria como músico, y no caer en el mundo naíf del arte del “bueno está bien, aprendamos un poquito y no te exijo”. Por eso estamos lejos de lo que pasa después en el mundo real; no es un capricho mío, que rezongo en mis clases cuando no estudian. Los rezongo porque si no estudian el mundo no los espera. En Argentina nomás, la gente entra a la escuela de música con eso aprendido. Y ni te hablo de Brasil, Estados Unidos o Europa. Pero acá nos cuesta traer la competitividad al mundo del arte. Es un capítulo pendiente que tenemos.

-Como docente universitario, ¿con qué nivel diría entonces que llegan los egresados de Secundaria a la Escuela de Música?

-Bajo, pero no porque los alumnos no quieran tener más nivel, sino por lo que decía: no hay exigencia, porque el mundo del arte y la exigencia en Uruguay todavía no se dieron la mano. Entonces la vara es baja y levantar la vara está mal visto. Si vos le decís a un alumno que está mal lo que está haciendo, te van a ver como el malo de la escuela o la institución en donde estés trabajando. Esto ocurre en todo el ambiente artístico por esta hipersensibilidad que nos comanda. Y después se tienen que subir a un avión para hacer un casting con el que sea y van a ver hay 20 tipos esperando para ser baterista de la Lali Espósito; y si te equivocás, todo bien, pero va a entrar el que toca bien y en dos años se va a poder comprar un apartamento. Esto es un trabajo, salvo que se lo quieran tomar como un hobbie. Lo que quiero decir es que los que estamos formando gente tenemos que transmitir a las nuevas generaciones que es posible hacer una carrera como artista, pero que es difícil.

-Recientemente denunció en sus redes sociales haber quedado afuera del plantel docente del programa Esquinas de la Cultura de la IMM por no llegar al puntaje requerido en el concurso, cuando en 2018 había alcanzado casi el máximo, logró luego el “récord de inscriptos” a sus talleres. ¿Qué ocurrió?

-En 2018 yo me presenté, concursé y gané con el mayor puntaje de los que nos anotamos. De 100 puntos obtuve 96, creo. Entré y en los cinco años que estuve trabajando, con dos años de pandemia en el medio, tenía récord de inscriptos. Se anotaban entre 80 y 100 todos los años. Eran tres niveles y al cierre del año armábamos ensambles con cada uno de los niveles; o sea, con gente que nunca antes había tocado un instrumento y con gente de nivel avanzado. Estuvo buenísimo, para mí, para los alumnos, para la cultura. Era un resultado que nunca antes se había tenido en esta escuela. Ahora hubo que concursar de vuelta con nuevas autoridades en Esquinas de la Cultura, que entendieron que en el concurso había que exigir diplomas y certificados. Presenté los documentos con una carta notarial de mi escribana que decía que mi currículum era el mismo de cinco años atrás.

-En declaraciones a Búsqueda, dijo que le pareció “raro” quedar afuera y que en el fondo era porque “no lo querían más” en el programa. Y que le hubiera gustado que se lo dijeran de frente. ¿Por qué piensa eso?

-A mí nadie me dijo “no te queremos más”, pero tampoco entendía cómo, algo que había sido tan exitoso para el programa, de golpe, por no tener certificados y diplomas quedé afuera, cuando acá en Montevideo todo el mundo sabe quién soy y lo que hice y no hice. Por eso me empezó a sonar que acá había alguien que me quería sacar de adentro, porque no es que terminé tercero y me quejo porque quería ser el primero. No entré ni para una entrevista. Me pusieron 47 puntos y medio; quedé último.

Nico Arnicho
Nicolás Arnicho, percusionista y docente de la Escuela Universitaria de Música.
Foto: Leonardo Mainé

-Usted es docente grado 2 de la Universidad de la República. ¿No es un cargo con mayor nivel académico que el que estamos hablando?

-Y esto es cultura comunitaria. Y me hicieron firmar una declaración jurada para que no mintiera sobre lo que presenté.

-¿Pero compitió con algún otro docente de la Universidad?

-No, ninguno. Competí con alumnos míos que presentaban cartas mías como parte de las certificaciones y diplomas.

-¿Y ellos quedaron mejor puntuados?

-Sí, claro. Todos.

-¿Cree que hubo una motivación política en este caso?

-No, política no. Hay una intención que yo la valoro que es sobre lo que hablábamos antes: buscar la forma de levantar la vara. Entonces empezaron a pedir certificados y diplomas para que el nivel docente de este proyecto levantara el nivel. Eso está muy bien. Pero en el trabajo en territorio y en cultura comunitaria no todo es diploma y certificado. La experiencia, el recorrido, la trayectoria son un diploma y un certificado que te da la vida. Y no se dieron cuenta a tiempo que le erraron.

-¿Qué calidad técnica le ve hoy al carnaval?

-Levantó la calidad en cuanto a la puesta en escena y el formato y eso está buenísimo. En los rubros donde más veo el despegue técnico es en las revistas, los humoristas, parodistas, y en el canto, la actuación y el baile. Hay una corriente, que es la escuela musical y que antes en Uruguay no había, que hoy está cada vez más instalada. Luego las murgas están como más sutiles en el sonido, en el audio, en lo que escriben.

-El carnaval siempre fue político pero en las últimas ediciones parece haberse politizado a un punto de que es objeto de polémica nacional por las alusiones en algún caso subidas de tono al actual gobierno. ¿Cómo lo recuerda en sus años?

-Mi primera vez en carnaval fue hace 30 años casi, con Sinfonía de Ansina. Era otro momento. Luego vino la época de la Catalina (2007), que era otro momento del Uruguay, donde el Frente Amplio era gobierno, y la crítica era más genérica y global, con cosas brillantes que se escribían entonces. En esa última zafra, al haber este gobierno de coalición es como si hubiera un muñeco para pegarle (se ríe). Eso siempre fue así. El carnaval tiene esa impronta que es pararse desde la izquierda para criticar a la derecha. Son las reglas del juego del carnaval acá en Uruguay y no creo que vaya a cambiar eso. Pero yo no voy al carnaval para escuchar las críticas, sino porque me gusta cómo canta una murga o cómo suena una cuerda de tambores.

-De todas las apuestas musicales que mantiene funcionando, ¿cuál es la que siente más propia o genuina?

-El Superplugged.

-¿Por qué?

-Porque después de la Tribu Mandril fue el siguiente paso que di para generar algo superautóctono y genuino, y donde digo y canto las canciones que quiero compartir.

-¿Sigue siendo exitoso?

-Sí, pero para mí exitoso es vender 50 tickets por semana y que la gente se vaya feliz y me pregunte cosas.

"No gastaría medio palo verde en un festival"

-Durante la actual administración de la intendenta Carolina Cosse se discutió la conveniencia de gastar cientos de miles de dólares en espectáculos musicales, como de hecho se hizo, cuando la sociedad y la ciudad tienen al mismo tiempo necesidades más urgentes. ¿Qué postura tiene como artista sobre la importancia de la inversión cultural en shows masivos?

-A mí me parece que la inversión en cultura siempre suma y es saludable y es necesaria. Ahora, si yo tuviera que administrar, no gastaría medio palo verde en un festival de un día. Ese dinero lo usaría para tener todo el año festivales en barrios a los que no llega ni un altoparlante. Porque estamos en Montevideo, no estamos en Holanda. Está todo bien, son las reglas del juego, estamos en tiempos electorales, entiendo lo que pasa. Pero la verdad es que con esa plata se puede hacer de todo; se puede montar escenarios en lugares donde la gente no tiene acceso a esas cosas. Y en Montevideo hay un montón de ofertas musicales y artísticas que están esperando. No estoy hablando de megashows; hablo de cosas que pasan todo el tiempo, música para niños, espec- táculos de títeres, espectáculos de teatro, de danza, carnaval... El tema es que hay un circuito donde esas cosas no llegan. Yo me focalizaría en eso, pero soy un ritmista, no quiero ser presidente de la República.

-¿Por qué no se lo suele ver en la grilla de espectáculos populares? ¿Es una decisión profesional o porque no lo tienen en cuenta?

-(Se ríe). Yo no tengo propuestas masivas, como por ejemplo para estar en el Cosquín Rock. Sí hay otras grillas en las que podría formar parte. Pero no sé, no me tienen en cuenta. Yo no salgo a ser políticamente correcto, pero tampoco salgo a ser políticamente incorrecto. Mi vida me la comandó siempre la música, con los blancos, los colorados y el Frente Amplio. Nunca le pedí nada a nadie. Mi lugar en el mundo es con la bandera de la música, como me lo enseñaron otras generaciones.

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