Redacción El País
El puesto de tortas fritas de Zelmar Michelini y Soriano está, aunque llueva, truene o haga calor, firmemente plantado en la esquina entre las 9 y las 19 horas, de lunes a viernes. "Los días grises nos ayudan con las ventas, es más bravo para ir y mojarse, pero a su vez es más redituable. En promedio vendemos 100 tortas fritas, si no llueve es un poco menos", explica Víctor, de 42 años, sentado en una silla al resguardo de la lluvia.

Su esposa, Eva, está detrás de una mesa de madera, cubierta con un mantel, y lleva adelante el proceso de estirar la masa y fritar las tortas. Vino de Argentina hace un año, luego de ponerse en pareja con Víctor, al que conoció por las redes sociales.

En promedio el puesto recauda 25.000 pesos al mes -más si hay días de lluvias que incentiven la compra, menos si hace mucho calor-, aunque ambos admiten que son jornadas largas y el trabajo puede ser arduo. "Lo bueno es que ya nos conocen, son buenos vecinos, y tenemos clientes habituales. Hay muchas oficinas por la zona, que también ayuda a la venta", relata Eva.

Es cierto: en el trancurso de quince minutos se les acerca a comprar María, que vive a un par de cuadras y suele venir con su nieta, un hombre en moto que va de paso y un taxista que grita su pedido desde la ventana del auto con la promesa de pasar más tarde. "Eso a veces es un garrón, porque no nos gusta cobrar por adelantado, pero a veces no vuelven y perdés mercadería. La torta frita fría no te la come nadie", opina Víctor, con la mirada puesta en la calle.

Foto: Juan Manuel Ramos/Archivo El País.

Las venden a 30 pesos; a pesar de que los ingredientes están cada vez más caros, no las quieren subir. "Capaz una persona solo tiene 30 pesos, y lo único que tiene para comer es una torta frita", argumenta Victor. Eva acota que tampoco les gusta complicar a gente que está trabajando, como ellos.

La familia de Víctor está en el negocio desde hace décadas y lo que hace destacar a sus tortas fritas es la masa: además de todos los ingredientes habituales lleva un poco de leche para dejarla esponjosa.

La receta comenzó por su abuela, que las cocinaba para la familia cuando llovía, y se terminó de popularizar con su madre, Irma, que tuvo que salir a vender para mantener a la familia, cincuenta años atrás. En palabras de Víctor, primero fue una venta para sobrevivir y luego pasó a ser un trabajo establecido.

Si bien la esencia del trabajo se mantiene, lo que cambia es la incorporación de nuevas tecnologías. "Nos manejamos mucho por WhatasApp: los clientes nos encargan la torta frita y la vienen a buscar después, así se la llevan calentita", sostiene Víctor.

Su madre, que tiene 81 años, ya está retirada, pero su tía de 71 años, Olga, funciona como las manos detrás de la masa que se vende de lunes a viernes en este puesto del centro.

Con respecto a la seguridad en la zona céntrica, explican que hay diversas situaciones. "Hoy una señora me pidió una para comer, porque no había comido nada en todo el día. Se la hice y no se la cobré", relata. Eva acota que también hay cuidacoches de la cuadra que a veces les piden, pero con ellos tienen un vinculo más cercano y se genera una cadena de favores: a cambio de la torta frita luego van y compran alguna cosa que les falte en el puesto, o les dan una mano. "Siempre están", comentó.

Si bien el puesto está de lunes a viernes, este jueves la pareja se toma el día libre, porque es el cumpleaños de Eva y de Olga, dos piezas fundamentales del puesto. "Que llueva, pero nosotros no venimos", finaliza Eva.