Son las 15 horas de un martes y Pablo Coimbra (54), el sacerdote de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en el barrio Borro, está rodeado de perros. Siempre es así, ellos lo acompañan a recibir a los vecinos de la zona que tienen a este sitio como un lugar de referencia y un espacio de paz que contrasta con la violencia que los rodea. Algunos pasan a saludar, otros colaboran con tareas de mantenimiento y muchos son los que suelen ir en las tardes para charlar y escuchar las historias que Coimbra les cuenta. Allí se suelen escuchar las voces de los niños que juegan en el patio del colegio Santa Bernardina, que está pegado a la parroquia, y que es una de las obras que la Iglesia católica ha realizado en las inmediaciones.
El sacerdote oriundo de Salto llegó en febrero de 2021 al barrio, lo hizo tras un llamado del cardenal Daniel Sturla en el que invitaba a sacerdotes del clero de Montevideo que estuvieran dispuestos a asumir tareas pastorales en las parroquias ubicadas en la periferia de la ciudad. Así fue que, mediante una carta al cardenal, el padre Coimbra fue designado a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, la que existe como tal desde 1987. Lo esperaba el padre Luis Ferres, de la parroquia de los Sagrados Corazones de Possolo, ubicada en el barrio Las Acacias, que estaba realizando tareas allí desde hacía un año antes y con quien hoy conforma un equipo sacerdotal.
“Siento que la Iglesia es muy respetada en el barrio y no se entendería la realidad del mismo sin el sinnúmero de obras que tiene en este lugar”, afirma el sacerdote que, a su vez, enumera algunas de ellas: el Centro Juvenil “Nueva Vida”, el Movimiento Tacurú, la escuela de oficios Don Bosco, el Centro Educativo Obra Banneux…
-¿Cuáles son los mayores desafíos a la hora de llevar a cabo tareas pastorales en un contexto sociocultural complejo?
-El tesoro mayor que debe dar la Iglesia a la humanidad es a Cristo mismo. Jesús nos llama, nos invita a servir al hermano que más sufre viendo en el hermano al mismo Cristo; entonces, en este tipo de contextos hay un doble rol que debe ejercer la Iglesia, que es atender las necesidades materiales como imperativo de amor y caridad, pero también la Iglesia tiene que anunciar y alimentar la espiritualidad. No se puede dejar una sin la otra.
Violencia
El sacerdote afirma que la realidad que se vive en el Borro y sus alrededores hace que las personas estén más cerca de experiencias de sufrimiento y de dolor, y que por esto comprenden mejor el Evangelio.
“Tiene que ver con la cruz de Cristo, entonces cuando uno va a predicarles la palabra ellos ya están en ese misterio del dolor y pueden comprenderlo mejor que otro que tal vez no ha sufrido tanto y que, entonces, tiene que hacer un recorrido intelectual tal vez un poco más largo para poder entender lo que está en las sagradas escrituras”, comenta el padre Coimbra.
En cuanto a la situación del Barrio, advierte que si bien los episodios de violencia son una realidad casi constante, también la zona está llena de trabajadores, y hay problemas más allá del delito y de la presencia de narcotraficantes.
“La violencia no es solo escuchar tiros de metralletas, hay una violencia que tiene que ver con la miseria de que no se tengan posibilidades, que los niños a temprana edad estén en contacto con cosas que no les hacen bien; yo creo que esa violencia es más grave aún que la otra que puede ser, por ejemplo, un herido de bala. Yo creo que acá, por las condiciones en las que se vive la gente, se tienen menos posibilidades y también corre más riesgo la vida tanto de los adultos como la de los niños. No son solo las balas, aquí en Unidad Casavalle no hay saneamiento, y los niños y adultos están expuestos a todo tipo de enfermedades o infecciones, por las ratas, los insectos, etc.” sostiene.
Consultado sobre si creía que la Iglesia muchas veces llegaba a lugares a los que el Estado no accedía, el sacerdote sostuvo que eso es así y dio dos ejemplos concretos para sintetizar esta realidad. En el año 2016 en el Marconi una banda de narcotraficantes tomó el barrio y prendió fuego por completo un ómnibus. Frente a este hecho, todas las instituciones estatales y públicas de la zona, excepto las comisarías, cerraron sus puertas; sin embargo, todas las obras de la Iglesia mencionadas anteriormente permanecieron siempre de puertas abiertas. “No huyeron, no se fueron”, afirma.
El segundo caso es más cercano en el tiempo, fue en Unidad Casavalle cuando ocurrió un tiroteo en el marco de un enfrentamiento entre dos bandas de narcos. Durante una semana no funcionó la policlínica, ni el centro comunal ni las escuelas; todo cerró, sin embargo, las obras de la Iglesia permanecieron abiertas.
-Hay quienes creen que la Iglesia católica ayuda con el fin de adoctrinar y reclutar adeptos…
-A tal punto esto no es así que, según una encuesta de la propia Iglesia católica a nivel mundial, apenas un 20% de las personas que asisten a las obras como las que ya mencioné se declaran católicas, aquí y en el mundo; sin embargo, en la costa de Montevideo, por ejemplo, el 60% de los habitantes se declara católico. No hacemos el bien buscando adeptos, sino porque Cristo y la fe nos mueven a ir al encuentro con el hermano que sufre. La Iglesia no da un vaso de leche a cambio de que la gente se sume a misa.
-¿A veces, al ver la realidad de la periferia, no se indigna o se enoja con Dios?
-Me enojo con el ser humano, conmigo mismo. Claro que Dios no quiere la miseria del hombre, Dios nos ama. De verdad nosotros deseamos una vida plena, y esa vida plena solo la puede dar Dios. Pero para que el amor sea posible es necesaria la libertad; sin libertad no hay amor. Entonces, ante el mal uso de la libertad el ser humano comete errores. El ser humano corrompe absolutamente todo y Dios más que permitir, nos soporta y nos aguanta, nos tiene infinita paciencia.
Dan 1.000 platos por semana y piden ayuda a INDA e IMM
Patricia y Silvana son vecinas y referentes del barrio Unidad Casavalle, pegado al Borro, ambas colaboran en el merendero y la cancha de fútbol Nuestra Señora del Rosario, ubicados en la misma manzana de la parroquia.
“Yo de chica pase mucha hambre”, cuenta Silvana, que conoció desde temprana edad el frío y la necesidad; este fue uno de los factores principales que la llevaron a movilizarse en pos de ayudar a los más necesitados de la zona, con sumo hincapié en los niños y niñas, “para que no sientan el hambre que sentimos mis hermanos y yo”, confiesa.
Las actividades comenzaron antes de la pandemia por coronavirus, y en el año 2020, cuando se declara la emergencia sanitaria. Hicieron una olla popular en un ranchito propiedad de Patricia que luego se convertiría en el merendero tal como se conoce hoy. Actualmente, con la ayuda de los vecinos, la Iglesia, y las organizaciones sociales, se entregan más de 200 viandas por día, no solo a niños, sino a todo aquel vecino que necesite un plato de comida.
Con respecto a la ayuda por parte de organismos del Estado para con el merendero, las vecinas comentan que es muy poco lo que otorga el Instituto Nacional de Alimentación (INDA), del Ministerio de Desarrollo Social, y el plan ABC, de la Intendencia de Montevideo, para la cantidad de alimentos que brindan a los vecinos. “Se dan más de 1.000 platos por semana” sostienen.
Las vecinas afirman que se ve poca presencia del Estado en el barrio; las calles se inundan, muchas veces no permitiendo a los niños asistir a las escuelas o colegios en los que están becados.
“El plan Juntos no quiere intervenir en la canchita de fútbol” cuenta una de las vecinas, que siguen esperando la luz para el predio y el saneamiento por parte de la IMM, pero nada ha sido confirmado. “Estamos olvidados” dicen Silvana y Patricia, casi al mismo tiempo, sintetizando la realidad que atraviesa el barrio.