INFORME
En Uruguay, el color de la piel determina una menor calidad de vida para un 10% de la población. Siete de cada diez personas afro están en los quintiles más bajos de la sociedad.
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Un espectro recorre el mundo, una vez más: el del racismo. Luego del asesinato del afroestadounidense George Floyd en Minneapolis el 25 de mayo, las protestas no han cesado. Primero fue en la ciudad de Floyd, pero luego se extendió hacia otras ciudades de Estados Unidos y últimamente las movilizaciones se han propagado hacia otros países.
La muerte de Floyd recordó a muchos estadounidenses de una serie de casos de violencia policial que terminó en la muerte de los agredidos. Hace unos días, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, enumeró varios de los nombres de afrodescendientes que encontraron la muerte de la mano de la policía de ese país, en un video que circula por las redes sociales.
El racismo en Estados Unidos es un fenómeno de larga historia, con múltiples facetas y causas, pero claro que no se circunscribe únicamente a ese país. La discriminación negativa, la opresión y la violencia contra negros se da en muchísimos países y contextos: desde burlas racistas en las canchas de fútbol italianas a, como en Uruguay, la segregación de facto de la colectividad afro de manera casi silenciosa. Como dice una de las personas consultadas para esta nota, una vez cada tanto un caso de agresión racista aparece con bombos y platillos en los medios y la opinión pública, pero los microracismos cotidianos y corrientes forman parte del paisaje. Algo que se toma como natural, aún cuando de la boca para afuera expresemos rechazo hacia sus consecuencias.
Orlando Rivero empezó estudiando Psicología, pero gravitó hacia temas de políticas públicas y discriminación. Durante cinco años formó parte de un equipo que en la OPP elaboró varios estudios y documentos sobre el impacto del racismo en Uruguay, y sobre cómo proyectar hacia el futuro medidas para disminuir esas consecuencias.
Como afrouruguayo vivió en carne propia el racismo. Desde percatarse que en ciertas zonas no era bienvenido a ser visto como algo exótico en la Facultad de Psicología, donde le preguntaban si era macumbero. Como era negro… “Me di cuenta que en algunos barrios me tenían miedo y hacían lo posible por correrme de ahí, como de la feria de Villa Biarritz. Se nos acepta si hacemos tareas de servicio y limpieza. Si no, no”, afirma Rivero.
Pero el impacto del racismo va más allá de las subjetividades de quienes son denigrados por su color de piel o la textura de su pelo. Excluir hacia los quintiles más bajos de la escala socioeconómica a un aproximadamente 10% de la población (un porcentaje que seguramente aumente cuando se tomen en cuenta, en los próximos censos, la cantidad de inmigrantes afrodescendientes que han llegado al país en los últimos años), tiene consecuencias perjudiciales en otros aspectos. “No se entiende, aún, el impacto negativo que tiene el racismo para el desarrollo del país, hasta el económico. Hay estudios que muestran que la inclusión de la mujer en el mercado de trabajo formal mejora el PIB de un país entre 10 y 15%. En el caso de la población afro, probablemente eso sería una mejora de un 2 o 3%, aunque eso todavía no está calculado de una manera efectiva”, dice Rivero y agrega que la razón es que “los gastos de las políticas públicas tienen que ser mayores, teniendo en cuenta el aumento de la periferia. Ahí hay no menos de un 20% de población afro”.
En Montevideo eso significa que esa población se encuentra en los municipios A, D y F. A su vez, Rivero dice que aquellos departamentos que tienen más población afrodescendiente (Artigas, Salto, Rivera, Cerro Largo, Tacuarembó y Treinta y Tres) son los que tienen menor desarrollo económico, educativo y humano. “El capital humano y social se debilita”, expresa.
Romina Di Bartolomeo es modelo desde hace casi 15 años. Alta y esbelta, cumple con todos los requisitos para serlo. Uno de los primeros recuerdos que tiene sobre actitudes racistas es de cuando iba al jardín de infantes. Luego, en la escuela. Luego, en el liceo. Y hasta hoy sigue padeciendo el desprecio y los prejuicios. “Hace poco una señora en el ómnibus me dijo que me fuera a mi país”, cuenta Di Bartolomeo, quien vive en el barrio Buceo. “Claro, se pensaba que era de República Dominicana o Cuba. En la aduana de Buquebus, también. Pensaban que como era negra, era de otro país. Y yo con el termo y el mate bajo el brazo”, recuerda.
Además de modelo, es activista y en su cuenta de Instagram (@theromarioss) hace transmisiones en vivo los martes y viernes junto a un invitado, para reflexionar sobre esta temática. Además, es bastante picante en Twitter, donde postea críticas hacia quienes, a veces, “se quieren hacer los negros”, como cuando se hacen las características trenzas “cornrow”. O hacia quienes, cuando son interpelados por una actitud racista, responden que para ellos no es así. “Siempre queda a criterio de un blanco qué es racista y qué no. Como cuando ocurrió el incidente entre Suárez y Evra: fueron los no afro los que establecieron que eso no fue una actitud racista. Pero el problema es que el racismo se vive en la piel. Es que vos pases sin problemas por la aduana y yo no, por ejemplo”, afirma la modelo.
"Siempre estamos arrancando de cero"
Según Orlando Rivero, hay entre 350.000 y 500.00 personas afrodescendientes en Uruguay. “No menos de 10% de la población”, afirma. Y el color de la piel es determinante para una menor calidad de vida. “Aproximadamente 70% de todos los afrouruguayos se encuentran en los quintiles 1 y 2, los más bajos de la escala”, continúa y añade que apenas unos pocos están en quintiles más altos. “Más o menos un 2 o 3% en el tercer quintil y aún menos en el cuarto quintil. El quintil más alto, el quinto, está muy marcado por factores como capital de reserva y las herencias. Eso hace que el circulo vicioso del racismo uruguayo se perpetúe. Siempre estamos arrancando de cero, porque muy pocos le pueden dejar a sus hijos una propiedad o capital en el banco”.