SISTEMA PERMISIVO
Este país nórdico, en el que viven unos 4.600 uruguayos, mantiene abiertas las escuelas, los restaurantes, el transporte público y hasta las industrias que requieren del trabajo presencial.
Cuando la uruguaya Adriana Gastellu salió a recorrer las calles de Uppsala, el jueves con motivo del Día de la Primavera, no vio ninguna fogata. Las llamaradas de esta vieja tradición, que data de cuando Suecia era un país agrícola y los campesinos celebraban el fin del crudo invierno, parecían haberse apagado a fuerza de la pandemia de COVID-19. Pero en los bares los suecos brindaban con su cerveza Pripps o degustaban su típico alce estofado con tomillo. Todo de un modo “relajado”.
En Suecia no se habla de “nueva normalidad”, aunque la normalidad está alterada a medias. Este país nórdico, en el que viven unos 4.600 uruguayos, pero que en la dictadura había acogido varios miles más, mantiene abiertas las escuelas, los restaurantes, el transporte público y hasta las industrias que requieren del trabajo presencial.
El polémico epidemiólogo Anders Tegnell, de la Agencia Nacional de Salud Pública (Folkhälsomyndigheten, por su impronunciable nombre sueco), es el mentor del modelo de “baja escala”. Consiste en confiar en la gente, que el confinamiento sea voluntario y que la población vaya adquiriendo inmunidad poco a poco.
Hasta mediados de abril, el modelo era descrito como “un éxito”. Ocurre que Suecia había detectado al primer contagiado de COVID-19 el 31 de enero y, según las cifras de mortalidad del The New York Times, el país no había superado en dos meses siquiera los 500 fallecimientos.
Pero cuando la uruguaya Gastellu leyó el diario Dagens Nyheter, uno de los más vendidos en Suecia, el 14 de abril, se encontró con una carta firmada por 22 investigadores suecos que criticaban la estrategia gubernamental y exigían una cuarentena obligatoria al estilo de los demás países nórdicos (Finlandia, Noruega y Dinamarca).
La tensión aumentó cuando se supo que en ocho de cada diez residenciales geriátricos de Estocolmo había infectados y que la cuarta parte de la población de la capital sueca enfermaría en pocos días. A lo que Tegnell describió como una “estrategia de inmunidad”.
Francisco Beltrán, investigador y docente en el Instituto Real de Tecnología de Estocolmo (KTH), se autodefine como un uruguayo inmerso en la capital sueca. Porque a diferencia de los lugareños, sigue manteniendo la tradición de levantarse y acostarse tarde. Él -que trabaja a distancia, que sale a trotar en las tardecitas y va al supermercado por la noche para evitar aglomeraciones- es un tanto escéptico de que el “relajado modelo” sea un éxito.
“La razón por la que se tiene la apariencia de que el coronavirus está mejor controlado en Suecia que en otros países, es porque, ya de por sí, el nórdico practica distanciamiento social en su día a día. Además, más del 50% de la población de Suecia vive sola”.
Si algo ha quedado claro en esta pandemia, dice el epidemiólogo uruguayo Julio Vignolo, uno de los asesores científicos del Ministerio de Salud Pública, “es que no hay un modelo perfecto”. Los países asiáticos, según el especialista, “son los que mejor han sobrellevado esta primera etapa, al menos a juzgar por la cantidad de infectados y fallecidos cada 100.000 habitantes”.
En la última semana, Suecia ha contabilizado casi 100 muertos por día. La letalidad supera con creces a la de sus vecinos. Y la tasa de contagios es 11 veces mayor que la de Uruguay. Pero hay algo que, al país nórdico, como sucedió con los asiáticos, le puede ayudar: La cultura.
Suecia está en el podio de los países en los que más se confía en las instituciones públicas. Está a la cabeza de los rankings de transparencia, de democracias plenas y (gracias a todo esto) lidera el Informe Mundial de la Felicidad.
El epidemiólogo Tegnell explicó que el suyo es solo un modelo y que la ciencia todavía no tiene la bola de cristal sobre cuál es el mejor camino. Y en Suecia, la población confía. De hecho, se descubrió que los tapabocas que se habían comprado para los hospitales, con fondos públicos, eran de mala calidad. “Pero la gente no se queja, sino que confía en que el gobierno intenta hacer lo mejor que puede”, cuenta la uruguaya Gastellu, quien lleva viviendo allí 37 años y es pastora de la iglesia luterana.
Inmunidad.
Las vacunas, cualquiera de ellas, contiene una dosis moderada o muerta de un virus o bacteria. La teoría dice que, al recibir esa amenaza, el sistema inmunológico humano reacciona y genera anticuerpos.
Para el SARS-CoV-2 (como la comunidad científica ha llamado al nuevo coronavirus) no hay vacuna comprobada. Y entre los epidemiólogos se discute si el contagio natural funcionaría como inmunización.
El sueco Tegnell ha señalado que su modelo no implica una “inmunidad colectiva” como la que quiso impulsar el gobierno británico y que dio marcha atrás. Pero sí es defensor de una paulatina y lenta inmunización.
Por eso en Suecia la vida continúa “normal” en algunas actividades, pero ha variado en otras: no hay actividades culturales y deportivas, se han suspendido las tradicionales fiestas de fin de curso, las fogatas de la primavera, las clases en los niveles superiores (liceos y universidades), y las celebraciones religiosas, como en la que brinda servicio Gastellu, que se realizan por internet.
En Uruguay no se ha tomado una decisión respecto a la velocidad de inmunización. El epidemiólogo Vignolo entiende que el contagio genera cierta inmunidad, “pero no evita volver a infectarse porque los virus mutan; como pasa con la gripe”.
Sea como sea, explica Vignolo, “esta no es una estrategia en sí misma, porque además es lenta. Las discusiones ahora son si conviene hacer testeos masivos o no, si es preferible el complemento con análisis rápidos o no, a qué velocidad se va moviendo la perilla (por citar la analogía del presidente Luis Lacalle Pou).
Suecia, en ese sentido, corre con ventajas: no hay saludos con besos, se practica deporte al aire libre, pero respetando las distancias, la gente va a trabajar en bicicleta (gracias a las cuidadas ciclovías), el teletrabajo está incorporado (al menos unos días por semana) y, como le dicen a Beltrán sus colegas de la universidad: “El éxito es porque los suecos somos cumplidores cuando el gobierno pide por favor”.
Con distancia
En Suecia se prohibieron las reuniones de más de 50 personas, las actividades culturales y las competencias deportivas. Pero los bares, mercados y escuelas jamás han cerrado. Eso sí: el gobierno fiscaliza que se mantengan las distancias y, de haber incumplimiento, puede haber una clausura del local. El uso de tapabocas es excepcional, pero en las ferias usan vallas de separación.