MIGUEL CARBAJAL
Hay que encontrarle una solución a la esquina de Las Heras y Ayacucho, en la Recoleta: es el mejor Uruguay fuera de frontera, dicen. ¿Resulta muy caro mantenerla? ¿Fue una inversión a lo grande para un país a lo chico? ¿Tiene sentido sostener una Embajada en la Argentina que es una pequeña torre en el corazón de la Recoleta con claros excesos de espacios? Se le arrendaron varios pisos en determinado tramo y se cerraron con candados los tres últimos en épocas más recientes.
Es una Embajada que sobra, claramente. Y se habla de tomar una medida al respecto. Pero antes de hacerlo conviene saber que la esquina de Avenida Las Heras y Ayacucho, en Buenos Aires, es uno de los más altos exponentes de la cultura uruguaya y que lo primero que debe hacerse es preservarla para el país, buscándole una solución económica a sus problemas, sumándole sedes y representaciones a la propia Embajada, por ejemplo, pero sin desprenderse de ella.
Diseño. Es un pedazo del Uruguay arquitectónico y plásticamente tan importante —quizá el más valioso fuera del país— que sería imperdonable y peligrosamente apresurado tomar una resolución, cualquiera fuera, sin asegurar su permanencia dentro del patrimonio nacional.
Arquitectos de primera línea salen ahora a subrayar su importancia, iluminar el tema y reclamar sabiduría en su manejo. Los arquitectos Raúl Sichero, Luis García Pardo, Guillermo Gómez Platero, César Loustau y Luis Parodi encabezan el reclamo. Conviene enmarcar bien el hecho dentro del actual análisis del tema.
NACE UNA EMBAJADA. El edificio ocupa un predio de 551 metros cuadrados y consta de dos subsuelos y una estructura de 14 pisos. El proyecto fue hecho por Mario Payssé Reyes y Perla Estable y la dirección de obra corrió por cuenta del Arquitecto Luis Parodi Soto, en representación de la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas. La designación de Payssé se habría hecho por su antecedente como autor de la Embajada uruguaya en Brasilia, además de su prestigio personal. Y la realización fue licitada en Buenos Aires. La obra fue empezada en marzo de 1978 y terminada en octubre de 1982, calculándose en 17 millones de dólares su valor total, incluyendo equipamiento y el valor del terreno. El terreno era propiedad del gobierno uruguayo. Allí en Las Heras 1907 funcionaban dos casas viejas como sede diplomática —su escudo de tierra romana fue salvado— y se las tiró abajo para hacer un edificio importante, acorde, pero muy diferente, al que se levantaba en Brasil. La existencia de una reglamentación le concedió una altura desusada y lo volvió reluciente de servicios. El resultado final incluyó garajes varios, playa de estacionamiento, entradas separadas para la Cancillería y el Consulado, un salón de actos para 184 personas con escenario, un salón de fiestas, una galería de exposiciones y un montón de pisos donde funcionarían y funcionaron la Cancillería, los consulados, el departamento económico-comercial, las agregadurías militares, y viviendas entre otros despliegues.
El edificio resultó un lujo que permitió el lucimiento de Payssé y su equipo de trabajo. La torre es de hormigón armado dejado a la vista con parasoles fijos y la incorporación de detalles decorativos ajustados a una regla matemática que se suele llamar a la manera de Vilamajó.
Están presentes desde la Facultad de Ingeniería a la casa particular del arquitecto. Se utilizaron mármoles y granitos, carpintería metálica de acero inoxidable en el exterior y de petiribí en el interior. Se la completó con la incorporación de murales de Julio Alpuy y Edwin Studer, fuentes de Collel y abundante obra de plásticos uruguayos, desde tapices de Cecilia Brugnini a pinturas de Berdía.
GRAN BRILLO. La obra, hecha sin ahogos (de cualquier manera el metro cuadrado salió entonces menos de lo que salía en Punta del Este, disparado a las nubes entonces) y con un Payssé muy inspirado despertó el aplauso unánime de los popes de la crítica de la arquitectura porteña, con gente como Eduardo Eldezábal, Luis Grossman, Ramón Gutiérrez y Alfonso Corona Martínez.
Se entronca con la parte más prestigiosa de la arquitectura uruguaya. Payssé eligió hormigón armado a la vista utilizando un material en el que Vilamajó fue visionario al levantar la Facultad de Ingeniería, mucho antes que Le Corbusier le concediera brillo internacional al método con la obra que erigió en Marsella en 1946, una década antes que los japoneses la usaran en forma masiva y con un cemento trabajado como el mármol. Pero Vilamajó fue el primero.
El complejo es considerado una obra de arte en su totalidad, continente y contenido, combinando un elemento clásico uruguayo con volúmenes y espacios de vanguardia. Es una pieza mayor de Payssé y Estable casi sin paralelismos a la vista, a no ser la Facultad de Ingeniería del fundacional Vilamajó. Fuera del hecho arquitectónico está la existencia del alhajamiento plástico interior. Hay tres murales de Julio Uruguay Alpuy, que viajó especialmente de Estados Unidos y permaneció en la Argentina casi tres meses para efectuar el trabajo. Los de Alpuy están pintados al fresco y se encuentran en el vestíbulo de 2.60 x 3 metros, uno de frente a la entrada de Ayacucho, el otro al costado de la entrada de Las Heras.
Un tercer mural suyo se encuentra en el tercer piso y es de 7 metros por 2,60. El aporte se perfeccionaría con dos murales de Edwin Studer, uno de 9 metros por tres en el exterior, de cemento armado y otro en el tercer piso hecho en yeso, de igual medida que el de Alpuy.
para visitar. Tres fuentes de Collel y una jardinería interior redondearon el equipamiento plástico. Excepto el mural del Liceo Larrañaga y algún otro más, no hay murales de Alpuy en el Uruguay con semejantes dimensiones, lo que valoriza el inmueble.
La historia comienza con un informe del Embajador Gustavo Magariños en 1976 y se desarrolló en tiempos de la dictadura pero esto último no invalida los logros. El Ministerio de Transporte y Obras Públicas actuó dentro de sus competencias. Parodi, que había sido alumno de Payssé que actuó como funcionario público, se ajustó fielmente al proyecto. Vidal había sido el director en Brasilia y la ciudad quedaba muy lejos, por lo que se escapó a los controles de Payssé. Parodi lo respetó y cuando fue necesario, caso del teatro, lo negoció.
Con nacimiento espureo, dicen ahora, con derroche de materiales y espacios, mucho más grande de lo que debía, todo eso es posible. Pero el edificio en sí es una pequeña joya cultural que debe conservarse por encima de todo. Eso es lo principal. El resto es secundario. Y solucionable.
El debate seguirá, pero bien vale analizar los presentes datos.