Vivir a dos pasos de la muerte

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Ajeno al tránsito, un vecino de El Tobogán se arregla la vida bajo el puente. Foto: F.  Ponzetto
Gente en situacion de calle viviendo bajo el puente del Arroyo Pantanoso, pobreza - Recorrida por el barrio El Tobogan por caso de homicidio de Jorge Cotelo y Emiliano Gonzalez, inseguridad en Cerro Norte, Montevideo, ND 20160601, foto Fernando Ponzetto
Archivo El Pais

Hablan vecinos de El Tobogán, donde hallaron restosde jóvenes torturados y enterrados.

Barrio El Tobogán, un lugar que pocas personas conocían hasta que allí se encontraron restos humanos que fueron enterrados por jóvenes delincuentes vinculados a una banda de sicarios del cercano barrio Casabó.

El Tobogán delimita con el estadio Luis Tróccoli de Cerro, la Ruta 1 y el Parque Tecnológico Industrial (PTI). El arroyo Pantanoso corta al barrio en dos, aunque eso no es impedimento para que los puentes de madera improvisados sean usados como pasaje de los vecinos.

Conviven en las 10 manzanas algo más de 150 familias. En su gran mayoría hay más de tres personas por vivienda, y el factor común suele ser una mujer "jefa de hogar" junto a sus hijos.

"Estoy acá porque no tengo más remedio, qué te voy a decir. No pagamos la luz porque estamos colgados, agua tampoco, y el rancho me lo hice con ayuda de unos vecinos. Si voy a otro lado, tengo que pagar todo y la plata no nos da", aseguró Mónica, la mamá de tres niños de 12, 10, y 8 años.

Vive sola con ellos, y se gana la vida como doméstica en más de tres empleos, según dijo.

Mónica vive a tan solo media cuadra de donde el pasado 18 de mayo encontraron restos óseos de lo que, se presume, son al menos tres personas que estuvieron secuestradas, torturadas y posteriormente enterradas en el sitio. Una banda de jóvenes delincuentes que se encuentran en prisión por otros hechos son los principales sospechosos de esas muertes.

En El Tobogán abundan los almacenes, los pasajes y caminos entre casas precarias, y las antenas que transmiten canales internacionales. Es que más allá de ser un barrio humilde, la televisión es casi imprescindible.

Mónica cuenta que sus hijos cuando llegan de la escuela "miran dibujitos, casi todo el día están frente al televisor, prefiero tenerlos así a que anden en la calle".

En el lugar no hay policlínicas, no hay patrulleros merodeando la zona y tampoco centros educativos. Las personas que viven allí tienen que desplazarse al Cerro como lugar más cercano para sus actividades cotidianas.

La parada de ómnibus más cercana que tiene la gente de la zona está en Avenida Santín Carlos Rossi, a unas cuatro cuadras de la entrada al barrio.

Hay iluminación en las sendas principales, y para el resto de los pasajes, los vecinos se las arreglan conectando cables y llevando corriente de UTE directamente a sus casas. Quienes corren con esa ventaja, porque no pagan el suministro eléctrico, tienen las luces del frente de sus hogares todo el día prendidas.

"Es algo común", aseguró uno de los tantos almaceneros del barrio.

Gustavo vive al borde del arroyo Pantanoso, a escasos metros del PTI y de la salida de El Tobogán por la calle La Paloma. Comparte techo con su pareja Beatriz y tres hijos. El más grande tiene 14 años y va al Liceo 70 del Cerro.

"Siempre estoy pendiente de ellos, más que nada con todo lo que está pasando. A la nena de 9 años la llevo a la escuela de mañana temprano, hay quienes los mandan solos a los niños", cuenta Gustavo a El País.

El esfuerzo y el sacrificio de la familia llevó a que los cinco vivan desde hace 11 años en una casa de material, un logro para los ingresos del hogar: "con suerte, $ 30.000", aseguró Gustavo, que trabaja en una empresa de seguridad, mientras que su mujer deja a la bebé de 9 meses en cuidado de algún familiar para realizar tareas de limpieza.

La grilla diaria es siempre la misma: de casa al trabajo, y del trabajo a casa.

"Cuanto menos nos enteremos de lo que pasa, mejor, trato de saber lo menos posible para no tener problemas con nadie", relató el hombre.

El miedo es el denominador común de las familias. Ninguno da nombres ni apodos de los delincuentes que se criaron en la zona. Saben que la suerte no estará de su lado si alguno de los que domina el barrio se entera de que hablan o dicen algo.

"Me mataron un hijo".

Rosarina (47) hace 19 años que vive en el Pasaje E del Tobogán.

Se casó con Mario (50) y tenía cinco hijos. Uno falleció cuando "unos gurises del Casabó me lo agarraron a tiros; en realidad se salvó pero después, a causa de la infección que se agarró en las piernas producto de los balazos, se murió", contó la mujer a El País mientras lavaba la vajilla.

Según Rosarina, "la infección se provocó porque la ambulancia de Salud Pública no llega hasta este lugar, directamente te dicen que no entran cuando llamás para explicarles lo que necesitás".

"Maximiliano se me torció con 16 años, se metió en la droga, fue cada vez peor y pasó lo que tenía que pasar, me lo mataron", aseguró Rosarina. Ella es ama de casa, su marido es quien trabaja para mantener el hogar.

Otro de los hijos de la pareja, Humberto, que tiene 29 años, también estuvo involucrado en la pasta base, pero "gracias a la ayuda de la iglesia salió", según los relatos.

Al barrio acudía asiduamente un grupo de evangelistas. Desde allí, se llevaban en bañaderas a todos aquellos que quisieran ir a las jornadas mensuales que se hacían en diferentes iglesias del país.

"Yo salí. El barrio es complicado por las juntas, pero si vos te sabés portar bien no agarrás nada. El tema es que alguna vez probás, y después se te hace cotidiano; cuando querés acordar estás remetido. Te digo que salir es posible, gracias a Dios que me iluminó", contó Humberto.

En el mismo momento que El País entrevistaba al muchacho, tres jóvenes pasaron ofreciendo diferentes artículos para cumpleaños: "Humberto, mirá lo que tenemos para la venta, una piñata, y cosas para festejar un cumpleaños, ¡comprame algo!", le insistía uno de ellos.

Es usual la venta a domicilio por el barrio, pues algunos jóvenes aprovechan el día para vender lo que robaron el día anterior. "Si no son cosas chicas, se te aparecen con una tele en el hombro, es algo de todos los días", explicó una vecina del barrio en una de las recorridas que El País efectuó por el barrio El Tobogán.

Vivir debajo del puente.

Mario Eduardo Espósito, tiene 57 años y desde hace 18 vive debajo del puente de Ruta 1, a algunos pasos del arroyo Pantanoso, justo en la línea divisoria del Tobogán y la Cachimba del Piojo.

La particular vida del hombre, que se dedica a trabajos de herrería y construcción, está marcada por sus recurrentes historias amorosas.

"Tengo ocho hijos con ocho mujeres diferentes, me cansé de que me dejaran sin nada, y me vine a vivir acá, esa es la realidad", aseguró Mario, quien caminaba entusiasmado mostrando todo lo que había conseguido en los últimos años a base de trabajo.

Una vaca, dos caballos, un chiquero y chapas rodean a Mario, que también acepta la complicada situación del barrio: "Te pegan un tiro y no les importa nada, a mí me mataron un hijo; él se juntaba con una barrita y la quedó".

"Te pegan un tiro y no les importa nada".

El puente que divide el barrio El Tobogán de la Cachimba del Piojo, en la Ruta 1, es el hogar donde vive Mario Eduardo Espósito desde hace 18 años. Con él conviven una vaca, dos caballos y un chiquero. La particular vida del hombre está marcada por sus recurrentes vaivenes amorosos, según cuenta.

"Tengo ocho hijos de ocho mujeres diferentes, me cansé de que me dejaran sin nada y me vine a vivir acá".

Dice que es "muy complicada" la situación del barrio. "Te pegan un tiro y no les importa nada. A mí me mataron un hijo", contó a El País.

Procesaron a 14 personas tras 21 allanamientos en el barrio Casabó.

El pasado 30 de mayo, la Policía realizó 21 allanamientos en simultáneo en el barrio Casabó. El Ministerio del Interior informó que en los procedimientos se lograron aclarar dos rapiñas, una cometida en diciembre de 2015 y la otra el 4 de enero de este año (en esta los delincuentes habían robado 52 celulares de un local). El saldo del operativo fue de 18 personas detenidas, de las cuales finalmente resultaron procesadas con prisión dos de ellas y otras 12 sin prisión. Un día después, el 31 de mayo, se llevó a cabo otro allanamiento, también en la misma zona, y la Policía detuvo a un adolescente de 15 años, que fue reconocido a través de las filmaciones de las cámaras de seguridad de un local como participante de una de las rapiñas antes mencionadas. Luego de las actuaciones, la Justicia le inició procedimiento por rapiña y fue internado en dependencias del INAU. El jefe de la Zona Operacional II, Comisario Mayor Mario DElía, indicó a la Unidad de Comunicación del Ministerio del Interior que este operativo requirió de la "paciencia y efectividad de los investigadores para ir llevando adelante las diferentes instancias del caso".

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Ajeno al tránsito, un vecino de El Tobogán se arregla la vida bajo el puente. Foto: F. Ponzetto

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