APLAUSOS
Verónica Benzano supo desde el principio de la pandemia que cubrirse la boca y la nariz era clave para bajar los contagios. Vio un tutorial y empezó a confeccionar tapabocas de tela para regalar.
Verónica Benzano se preparó para la cuarentena como muchos uruguayos. Aquel 13 de marzo, escuchó que los primeros casos ya estaban en el país, fue a hacerse un pequeño surtido al supermercado y se preparó para quedarse en su casa por varios días. Pensaba cerrar el local de venta de ropa que tenía hace años y esperar a ver qué pasaba. Pero nunca paró.
Diseñadora textil, emprendedora, Verónica hizo la carrera de química farmacéutica pero se dedicó al diseño de ropa. Pocos días después que la pandemia llegó a Uruguay se dio cuenta que la clave para frenar el virus era el tapabocas. “Dije si el virus se vehiculiza en la saliva o en los fluidos nasales, entonces si nos cubrimos la boca y la nariz, con eso evitamos que se esparza el virus por ahí y ahí, como no entra en un organismo, va a morir. Para mí era como ‘dos más dos cuatro’”, cuenta a El País. El problema era que los descartables eran pocos y antiecológicos. Había que reservarlos para los trabajadores de salud y pronto el stock se iba a terminar. Así que buscó y pensó en los de tela. Vio un tutorial en redes sociales de una mujer en Ecuador que enseñaba a usarlos y probó.
De ahí en más, empezó a hacer miles de tapabocas por semana para repartir gratis. Verónica quería que cada uruguayo tuviera su tapabocas de tela para protegerse contra el COVID-19. “Teníamos pedidos que eran filas, mi teléfono explotó, había gente parada acá en la puerta, a cualquier hora”. Las telas se terminaron, hubo que comprar más, “eran cientos de metros”, recuerda.
Al principio fueron gratis y luego tuvo que cobrarlos al costo (50 pesos cada uno) porque se quedó sin insumos. 25 pesos iban para pagarle algo a las personas que también veían su trabajo parado y decidían ayudar, los otros 25 para los materiales. Con Natalia, su colaboradora, trabajaban horas y horas. También sumaron pequeños talleres, unos 35 en total para poder cumplir con los pedidos: unos mil por día. La iniciativa de Verónica y su equipo (fueron muchos los que la ayudaron) terminó no solo sirviendo para combatir el virus y evitar el contagio, también para darle trabajo a gente que se había quedado sin ingresos.
“Mi filosofía es, quizás por la religión, siempre estar al servicio de los demás. Es un grano de arena en el desierto pero sirvió. Y veo gente de pronto en la parada de ómnibus y reconozco mis tapabocas y ta, me da como satisfacción de decir ‘bueno ,sí algo hicimos’. Prendió en la gente, ¿no?”.