Nicolás Maduro acaba de dinamitar los últimos puentes que permitían pensar en una transición negociada hacia una democracia en Venezuela. Ojo, esto no significa que el dictador haya mostrado alguna señal de apertura al diálogo. Todo lo contrario. Luego del fraude electoral del 28 de julio, Maduro no ha hecho otra cosa que delirar sobre supuestos complot de la “extrema derecha”, como el apagón masivo que dejó a oscuras a Venezuela por varias horas a fines de agosto, y que atribuyó a una “cuenta llamada Anonymous”. Ni siquiera es original para elegir los nombres de sus enemigos.

Lo que acaba de hacer Maduro al revocar el permiso otorgado a Brasil para representar los intereses de Argentina en Venezuela, es cortar el hilo que lo vinculaba a Luiz Inácio Lula da Silva, que por su afinidad ideológica de “izquierda” con el dictador, estaba intentado con el colombiano Gustavo Petro y el mexicano Andrés Manuel López Obrador mediar en la crisis.

Los tres habían organizado una conversación por Zoom con Maduro la semana pasada, pero el dictador la suspendió por cuestión de agenda.

¿Qué podía tener más importante que salvar a su régimen?

La revocación a Brasil para seguir custodiando la embajada de Argentina -donde hay seis opositores venezolanos refugiados desde marzo- es otro desplante a Lula. El presidente brasileño debe estar bastante molesto por estas horas, porque su gestión ante Maduro queda como un gran fracaso diplomático de alguien que pretende retomar el protagonismo internacional que tuvo en sus dos primeros mandatos, entre 2003 y 2011.

Además, Lula venía de otro pifie, cuando propuso repetir las elecciones, planteo rechazado tanto por Maduro como por la oposición venezolana.

De los tres presidentes que intentaron la mediación, Lula era el que más se la jugaba. Petro iba a impulso del brasileño y su objetivo era frenar una nueva ola de emigrantes venezolanos golpeándole la puerta en la frontera; y López Obrador se está despidiendo -el 1 de octubre, el mismo día que comienza la “navidad” chavista, entrega el gobierno a Claudia Sheinbaum, que seguro tendrá otras prioridades al inicio de su gestión que ocuparse de Maduro-.

Ayer domingo Lula analizó la actual situación con la cúpula de su Ministerio de Relaciones Exteriores. La información que llegó desde Brasilia es que Lula mostró “preocupación” por la decisión de Maduro.

De todos modos, reiteró la posición de Brasil de que permanecerá con la custodia de los intereses argentinos hasta que el gobierno de Javier Milei designe a otro Estado que se haga cargo.

De retirarse Brasil ahora, los seis opositores refugiados en la embajada argentina en Caracas serían inmediatamente arrestados.

Igual suerte hubiera corrido el excandidato opositor Edmundo González Urrutia de no haber obtenido el asilo político en España, donde arribó ayer domingo.

Maduro no ocultó su deseo de ver en la cárcel tanto a González Urrutia como a la líder opositora María Corina Machado, luego de que divulgaran las actas de las elecciones del 28 de julio que dejaron al descubierto el fraude electoral. Ahora solo tiene a Machado en Venezuela. María Corina pasó a la clandestinidad el otro día de las elecciones, y varios países le advirtieron a Maduro que se atenga a las consecuencias si cae presa.

La revocación a Brasil para custodiar la embajada argentina y el exilio de González Urrutia en España, echan por tierra la muletilla que Maduro repite como loro, de que la “extrema derecha” quiere darle un golpe de Estado. Al que le hizo el desplante es a Lula, y quien le da asilo político a González Urrutia es el presidente socialista español Pedro Sánchez. Ninguno encasilla en la “extrema derecha”.

Está claro que lanzar cuatro gritos desde una tribuna contra Estados Unidos -identificado como “el imperio”-, o decir combatir al “fascismo”, no hace a nadie de izquierda.